Ignacio Muro Benayas
Cuando se califica la situación actual como de emergencia nacional no solo se debe entender en el sentido de desastrosa o fuera de control, sino también como símbolo de que esta crisis está evolucionando de tal forma que vuelve a situar los intereses nacionales y la voluntad nacional como principio activo de la política. Empieza a ser innegable que, por encima de las políticas de ajuste, la carga de la deuda externa público-privada es, en los países del Sur, la pieza que hoy bloquea el arranque de la economía productiva y que su única solución (quita mas reestructuración de vencimientos) choca con los (des)equilibrios de poder y la ruptura de consensos en una Europa polarizada entre deudores y acreedores.
Esta ruptura es evidente. Mientras en las últimas décadas del siglo pasado la solución europea se presentaba como sólida y la única posible, la crisis actual ha convertido a Europa en un avispero y en el centro del problema. Europa representaba entonces dos cosas: una integración voluntaria hacia espacios soberanos de mayor tamaño y un modelo social basados en sólidos consensos entre el capital y el trabajo. Hoy lleva camino de no representar ninguna de las dos.
Aquel club de países voluntarios que defendía un poder institucionalizado que caminaba desde el consenso hacia la ponderación de cada país, medido en número de votos, capaz de reconocer los desequilibrios del proceso y ofrecer compensaciones a los más débiles (los fondos de cohesión y territoriales), se desliza peligrosamente al terreno de “lo fáctico”, hacia la construcción de una Europa alemana, que impone sus soluciones unilaterales favorables a los acreedores mientras congela el presupuesto y debilita los esquemas compensatorios. Lo que era transferencia voluntaria de soberanía se parece demasiado a una “imposición externa” que homogeniza soluciones tratando como homogéneos (meros deudores), casos disímiles. Lejos de ser una solución única, atractiva e integradora se parece demasiado a la impuesta bajo el imperio romano, los Austrias o a la unión napoleónica.
¿Hay algún organismo europeo en que se vote según el peso de cada país? Si Italia y España aportan el 28% de los fondos al BCE y al MEDE, (con Francia un 48%) más que Alemania (27%) no deben poder influir en las decisiones? Hay que volver a un club con reglas claras. El hecho probado es que las prioridades europeas se escapan a los equilibrios que caracterizan a todo control institucional. Y que el capitalismo financiero se encuentra especialmente cómodo con una agenda tecnocrática basada en los ajustes mientras se demora permanentemente la convergencia fiscal y social.
El capitalismo financiero se encuentra cómodo con los ajustes
Los principios mercantiles privados, siempre presentes, siempre dominantes, quedan invalidados cuando interesa. Si cualquier concurso de acreedores conlleva un pacto deudor-acreedor con aplazamientos y quitas para asegurar la capacidad efectiva de pago del deudor, es porque se reconoce el principio del riesgo compartido omnipresente en toda operación financiera y porque es la única solución lógica que permite la supervivencia de unos y otros. Sin embargo, ese principio natural se les niega a los países periféricos: aunque estén al borde de la suspensión de pagos, o de la insolvencia, no pueden aspirar a una quita sobre la deuda. Están condenados a asumir todo el peso de la reestructuración aunque el ajuste social sin límite les instale en una depresión del consumo que lastre el desarrollo de la propia UE.
“En España, el consolidado de bancos y sector público es muy probablemente insolvente”, afirma el experto en crisis William Buiter. Reducir una cifra que se retroalimenta (bancos comprando deuda publica, estado saneando bancos) y supera el 200% del PIB (de los que casi la mitad es deuda externa) significa muchos años de sequía de crédito e impide que el aumento de las exportaciones facilite el despegue de la inversión mientras el altísimo nivel de paro, la bajada de sueldos y la inseguridad jurídica laboral, junto al endeudamiento familiar, frena el consumo. Esa evidencia convierte en inasumible el coste social del desapalancamiento en exclusividad.
La salida de la crisis requiere contemplar la suma de los recursos totales que serán necesarios para culminar no solo el saneamiento, en el que estamos, sino para poner en marcha el relanzamiento posterior. La lógica actual de ajustes pangermánica traslada los costes de saneamiento, aquellos que pagan el pato por operaciones fracasadas, enteramente sobre la periferia, mientras que habla de compartir y mutualizar los segundos, los que generan nuevas oportunidades rentables. Los alemanes y el centro europeo se niega a que sus bancos sufran por sus ligerezas crediticias, mientras aspiran a aprovecharse de nuevos programas europeos, como el Plan Marshall que proponen los sindicatos alemanes, financiados con fondos compartidos.
Añada a esa situación que por cada 100.000 de nuestros ingenieros, informáticos, economistas… empujados al exilio económico (la “movilidad exterior” de la que tanto se enorgullece la ministra Bañez) significa una transferencia de capital humano valorada en 5.000 millones de euros, un 0,5% del PIB. ¿Quién sacará partido de esa situación cuando nuestros mejores profesionales se han desplazado allí para sobrevivir? Se trata de una salida de la crisis que consagra una Europa real de “dos velocidades”, con una distribución de recursos que favorecerá la recuperación del centro a través de programas financiados con fondos compartidos, mientras la periferia es obligada a asumir íntegramente su “pasado oneroso” sin poder contar con las transferencias de renta que homogenizan los derechos por pertenecer al mismo club.
El actual diseño de la UE es fuente de asimetrías
No solo hay que bajar la prima de riesgo o reclamar demoras en la velocidad del ajuste, hay que reducir la deuda citada en más de un tercio. El crecimiento será muy desigual y muy difícil de otro modo. Esa debe ser la clave de un nuevo consenso nacional y la clave de la convergencia de planteamientos desde los países del sur respecto al frente de acreedores. ¿Qué efectos tendría la convocatoria de una Conferencia entre, al menos, las fuerzas progresistas del sur de Europa, partidos y sindicatos, que tuviera como único punto del orden del día el análisis de las dimensiones y viabilidad del pago de la deuda a la luz de la experiencia histórica? Hay que instalar la idea de que la reestructuración de sus cargas es una cuestión de supervivencia para la eurozona como reconoce el propio FMI. Múltiples experiencias históricas lo avalan: desde la que permitió el despegue alemán en los años 50 hasta la que representó el Plan Brady para America Latina en los 80.
De lo contrario, una salida basada en la culpabilización de los países del sur no hará sino ahondar en más desequilibrios. Con lo cual quedaría demostrado que el actual diseño de la UE no sólo la incapacita para enfrentarse a crisis asimétricas, sino que, en sí misma, empieza a ser fuente de asimetrías, desigualdad fiscal y divergencias competitivas. Justo lo contrario que aspiraba a ser.
*Ignacio Muro Benayas es miembro de Economistas Frente a la Crisis.