En plena pandemia interminable del Covid, el gobierno del presidente Macron persiste en su incoherente gestión de la crisis sanitaria, prolongando el liberticida «estado de urgencia sanitaria», que le permite limitar los alcances de la persistente protesta social, mientras se prepara a recalentar el plato rancio del duelo con Le Pen (2017) en las elecciones presidenciales de 2022.
Los medios informativos cada vez más controlados por un puñado de grupos financieros, ( preparan esa machacona propaganda destinada a manipular los sondeos y presentar una vez más la «inevitabilidad» del duelo Le Pen/Macron.
Que la prensa de derechas y de extrema derecha, cada vez más presente en las cadenas de televisión de desinformación continua, abunden en esa dirección es de una lógica aplastante. Lo que en cambio resulta muy inquietante en la situación actual es que el servicio publico audiovisual, radio y televisión, antaño más independiente, se preste también a esa campaña de propaganda y desinformación.
Ultimo ejemplo de la deriva autoritaria del régimen de Macron y de la servidumbre del servicio publico audiovisual ha sido el pseudo debate o encuentro amistoso entre el ministro del Interior Gerald Darmanin, y la dirigente del Frente Nacional Marine Le Pen, que se extasiaron en elogios mutuos y pocas divergencias, cuando evocaban su fobia contra la comunidad musulmana, contra los inmigrantes y su constante amalgama entre terrorismo e inmigración, tema predilecto de la extrema derecha francesa.
La ultima «gran idea» de diversión de Macron y sus acólitos ha sido la de retomar el falso concepto de «islamo gauchisme» «islamo izquierdismo», inventado por la extrema derecha, para intentar descalificar a su principal y único enemigo político: la izquierda representada hoy mayoritariamente por la Francia Insumisa y por la candidatura de Jean Luc Melanchon en 2022. Dada la sumisión de Macron a la política de Arabia Saudita y del príncipe salafista Ben Salmane, cabe preguntarse hoy qué es lo que justifica esa esquizofrénica acusación.
Macron, quien ganó la elección presidencial en 2017 presentándose como un supuesto voto útil frente a la extrema derecha de Le Pen, ha mostrado todo lo contrario a lo largo de su mandato presidencial. Su política económica derechista neoliberal (supresión del simbólico impuesto sobre la fortuna, destrucción del derecho laboral, reforma de las pensiones, destrucción de los servicios públicos, regalos millonarios a las multinacionales, ley de seguridad global, sumisión a los lobys anti ecologistas…) y un ejercicio del poder tan autoritario como arbitrario, han puesto en tela de juicio las bases de la democracia francesa con su violenta represión policial y judicial del movimiento popular de los ‘gilets jaunes’ y del movimiento social y sindical.
Los gobiernos de Macron, sea con Edouard Philipe o ahora con Jean Castex, han aplicado una política represiva sin precedentes que da absoluta satisfacción a la extrema derecha francesa, bien anclada por cierto en el seno mismo de ciertos círculos de la policía nacional. El presidente de los ricos, apodo que le va como un guante a Emmanuel Macron, ha dado mil y una pruebas antes y durante la pandemia de su voluntad de seguir enriqueciendo a las multinacionales y a esa oligarquía que coloca sus beneficios en los paraísos fiscales.
Las recientes revelaciones del diario Le Monde sobre el Openlux prueban la existencia de un paraíso fiscal en Luxemburgo, en el corazón mismo de Europa, en donde entre otros esconden ilegalmente sus economías 37 de las más ricas familias de la oligarquía francesa, (evasión fiscal que representa 4 por ciento del PIB en Francia). Revelaciones que han sido evidentemente ignoradas por el gobierno, y por el presidente Macron, y minimizadas por los medios informativos a su servicio. François Ruffin, diputado de Francia insumisa, ha calificado a Macron y a su gobierno, con lucida formulación, como «un evidente protector de la evasión fiscal y de los CAC 40 ladrones».
Macron y su gobierno mantienen el liberticida «estado de urgencia sanitario» mientras se preparan para las presidenciales del 2022, en donde intentarán una vez mas darnos a escoger entre Macron y Le Pen, es decir algo así como optar por el autoritario neoliberalismo de Margaret Thatcher, o por su amigo el abyecto dictador fascista Augusto Pinochet.
Como Thatcher y Pinochet, Macron y Le Pen, muestran que entre neofascismo y neoliberalismo la distancia es mínima. Incluso en el ámbito de la cultura que en el pasado todavía diferenciaba la extrema derecha de la derecha tradicional, Macron, con la excusa de la pandemia, ha optado por una política que condena al silencio al mundo del cine, de la música, del arte, de las universidades y de la cultura. Una decisión arbitraria e injustificada que va acompañada por una voluntad de romper y limitar los lazos sociales, con el no menos injustificado cierre de bares y restaurantes.
Por el momento la economía francesa se encuentra bajo perfusión financiera de créditos del Estado a través de los fondos europeos, pero los despidos y los eres continúan, la miseria, el desempleo y la precariedad aumentan, y mientras crece la deuda publica, Macron alimenta el mito del «reembolso de la deuda» para mejor justificar en un futuro próximo su política de privatizaciones, de austeridad y de destrucción de los servicios públicos, a favor de los GAFAM y de sus amigos del CAC 40 en Francia y en el mundo.
El diario Liberation, que en 2017 con ingenuidad o complicidad llamó a votar Macron para evitar a Le Pen, reconoce ahora cuatro años después que ese engaño del «voto útil» no podrá repetirse de nuevo en 2022, ya que el electorado de izquierdas preferirá abstenerse que votar por Macron. La farsa del voto útil funcionó con Chirac y luego con Macron, pero está más usada que el timo de la estampita.
Emmanuel Macron, «el Robin Hodd del Cac 40», que prefiere repartir el dinero a los ricos que a los pobres, es el único candidato que no puede ganar hoy en día contra Le Pen. La única alternativa creíble contra el tándem Macron Le Pen, es la izquierda unida entorno a Francia insumisa, los ecologistas y socialistas de izquierdas. Por el momento el único candidato declarado y capaz de unificar esa izquierda es Melenchon y el programa de Francia Insumisa. Y en el Parlamento la única oposición de izquierdas que hemos visto en estos cuatro últimos años ha sido la de Francia insumisa.
La socialdemocracia ha probado una vez mas que su ADN es derechista, Francois Hollande y Manuel Valls, como el hoy olvidado y escandaloso Dominique Strauss Khan, sepultureros del partido socialista, sirvieron en bandeja la victoria a Emmanuel Macron y a las finanzas internacionales.
Por desgracia, la elección presidencial en Francia se hace más en torno a un candidato (un supuesto e inexistente hombre o mujer providencial) que a un programa. Pero precisamente el programa de Francia insumisa propone abandonar ese presidencialismo monárquico en aras de una sexta republica parlamentaria que devuelva el poder a la asamblea nacional.
Para unificar la izquierda, Francia Insumisa deberá convencer al electorado ecologista, comunista y socialista de izquierdas, pero también y sobre todo a los abstencionistas, de la necesidad de esa transformación profunda de las instituciones republicanas, más allá de la elección de un líder carismático, sea el que sea. El objetivo debe ser el de poner las bases de una sexta republica ecológica y social. La ecología sin la lucha social es como la jardinería para los más adinerados.
A un año y medio de la elección presidencial es urgente convencer al electorado de izquierdas y a los numerosos abstencionistas, pues lo que queda de un partido socialista pulverizado, como Anne Hidalgo o Arnaud Montbourg, parece inclinarse más hacia una alianza de centro derecha, con el muy moderado ecologista Yannik Jadot y con el derechista Jean Louis Borloo, que por una alternativa de izquierdas.