«¡América ha vuelto!” fue el mantra del discurso de Joe Biden en la Conferencia Internacional de Seguridad celebrada en Múnich el 19 de febrero. El presidente norteamericano aprovechó su participación en este primer evento internacional para enfatizar una clara ruptura con el cliché de “América primero” de su predecesor, marcando el regreso de los Estados Unidos a la arena internacional como socio dispuesto a cooperar con sus aliados tradicionales.
En la capital bávara, Biden hizo especial hincapié en la asociación transatlántica y el papel desempeñado en la actualidad por la OTAN, insinuando que las futuras relaciones con Rusia y China serán el caballo de batalla de la nueva Administración. Al abordar el espinoso tema de Oriente Medio, el inquilino de la Casa Blanca no dudó en señalar que a Washington le interesa reanudar el diálogo sobre el acuerdo nuclear con Teherán.
A la Administración Biden le gustaría volver al statu quo existente antes de la ruptura escenificada por Donald Trump; sus aliados europeos le presionan para hacerlo, basándose más bien en sus propios intereses económicos en la región. Olvidan, sin embargo, que la situación ha cambiado en los últimos años y que los iraníes han podido comprobar que el acuerdo nuclear sólo ha resuelto parcialmente sus problemas económicos y estratégicos. Aprovechando la retirada estadounidense, Irán abandonó gradualmente los compromisos asumidos a través de este instrumento jurídico vinculante. Por mucho que a la Administración demócrata le gustaría resucitar el legado de Barack Obama, la condición sine qua non para el buen funcionamiento del tratado sería el cumplimiento estricto por parte de Irán de todas las disposiciones de dicho acuerdo que, de paso sea dicho, debería incluir nuevas cláusulas capaces de reforzar el marco jurídico de los compromisos contraídos por ambas partes. Queda por ver si la hasta ahora utópica ofensiva de apaciguamiento de Joe Biden llegará a dar frutos.
Los primeros pasos de la administración Biden en el Medio Oriente marcan cambios significativos en la política exterior de Washington. Los aliados clave a los que Donald Trump había dado prácticamente libertad de acción en la zona fueron tratados con inesperada frialdad.
El 17 de febrero, el presidente Biden llamó por primera vez al jefe del gobierno israelí, Benjamín Netanyahu. Sin bien el escueto comunicado de la Casa Blanca reza: El presidente Joseph R. Biden Jr. mantuvo hoy una conversación telefónica con el primer ministro Netanyahu, la versión facilitada por la Oficina de Prensa del Gobierno israelí no duda en incluir los términos diálogo cordial y temas de mutuo interés para los dos países.
En realidad, el actual presidente de los Estados Unidos tiene bastantes razones para no simpatizar con el político israelí. Biden formó parte de la administración Obama, que desde un principio tuvo una relación muy compleja y complicada con Benjamin Netanyahu, como resultado de la férrea oposición del líder del Likud al acuerdo nuclear con Teherán.
Pero hay más; Bibi incluso se permitió desafiar a Obama en marzo de 2015 cuando, por invitación del presidente republicano de la Cámara de Representantes, John Bohner, pronunció un belicoso discurso anti iraní ante el Congreso, haciendo caso omiso de las normas protocolarias, que habrían requerido la aprobación de su embajada ante los congresistas por… la Casa Blanca. Por si fuera poco, Netanyahu también se equivocó al dudar en reconocer, durante diez días, la victoria electoral de Joe Biden en los comicios del pasado mes de noviembre.
Biden respondió con la misma moneda; dejó pasar casi un mes desde que asumió el cargo hasta que llamó a Netanyahu. Un plazo de tiempo inusualmente largo que no pasó desapercibido ni en Estados Unidos ni en Israel; Sin embargo, Washington insistió en que “no pasaba nada” puesto que Bibi fue el primer estadista de Oriente Medio contactado por el inquilino de la Casa Blanca.
El primer cambio concreto en la política norteamericana en la zona está relacionado con la pugna entre Irán, principal potencia chiita de Oriente Medio, y Arabia Saudita, baluarte del Islam sunita: la guerra en Yemen.
A comienzos de febrero, Joe Biden anunció que retiraba el apoyo estadounidense a la intervención saudí en ese país . Conviene recordar que en 2015 los saudíes atacaron a las milicias chiítas hutíes por temor a una alianza entre estas y el régimen teocrático de Teherán. Riad considera que Yemen forma parte de su área exclusiva de intereses, por lo que los iraníes nada tienen que ver en esta región.
Recordemos que la guerra en Yemen es una de las iniciativas del heredero de la Corona saudí, Muhammad bin Salman. Con el aval de su padre, el monarca saudita, el príncipe revolucionó la política de Riad, tanto interna como internacional. Impuso una línea de fuerza en el exterior, que los miembros de la Casa Real hubiesen preferido evitar; potenció una apertura sin precedentes en las relaciones con Israel, con el que existe una cooperación discreta para limitar la influencia de Irán en la zona y reconoció el derecho a existir del Estado Judío. Asimismo, Muhammad Bin Salman inició un amplio proceso de reformas económicas y sociales diseñado para modernizar su país, convirtiéndolo en una potencia del siglo XXI.
Sin embargo, Bin Salman no se distanció de los métodos empleados por los regímenes autoritarios de la región: eliminó a sus rivales, obligó a los saudíes más adinerados a ceder partes importantes de su riqueza y encarceló a los activistas que apostaron ingenuamente por su ficticia política de liberalización. El mayor escándalo fue el relacionado con el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, por parte de los esbirros de Bin Salman, un asesinato que el propio príncipe ordenó. Durante el mandato de Donald Trump, la Casa Blanca “toleró” su actuación. El heredero de la Corona saudí tenía contactos directos con el primer mandatario norteamericano, gracias a su amistad con el yerno de Trump, Jared Kushner.
La administración Biden no parece dispuesta a asumir esta relación. Tras la publicación del voluminoso informe de la CIA que lo incrimina directamente en la muerte de Khashoggi, el príncipe apeló a las monarquías árabes del Golfo exigiéndoles la adopción de una postura política común frente a… los Estados Unidos.
Por último, aunque no menos importante, es el descuidado o deliberadamente olvidado proceso de paz israelo-palestino, relegado a un segundo, cuando no, tercer plano por Trump, Kushner y, por supuesto, el obstruccionista Netanyahu.
El presidente Clinton, valedor de la iniciativa, no logró persuadir a israelíes y palestinos a llevar a la práctica los Acuerdos de Oslo. George W. Bush y los neoconservadores que lo rodeaban imaginaron que podían exportar la democracia a la región manu militari, pero solo lograron alentar el radicalismo musulmán, abonando el terreno para el surgimiento del Estado Islámico. Barack Obama presenció el período de las grandes transformaciones protagonizado por la mal llamada Primavera Árabe, que no modificó las relaciones entre las dos comunidades: israelí y palestina.
El acuerdo nuclear con Irán no sobrevivió a la era Trump, y la retirada de tropas de Irak quedó neutralizada por la inesperada aparición del Estado Islámico. En cuanto a la presidencia de Donald Trump se refiere, su gran legado debería de haber sido tan cacareado plan de paz (Acuerdo Abraham), que nació muerto. Sólo los ingenuos podrían haber imaginado que tenía alguna posibilidad de éxito, incluso si Trump se hubiera quedado otros cuatro años en la Casa Blanca.
La historia muestra que los cambios impuestos suelen acabar muy mal en Oriente, lo que no significa, sin embargo, que no deban ser alentadas y apoyadas las iniciativas que surgen naturalmente. Sin embargo, para que se produzcan nuevos cambios, es sumamente importante que la región se mantenga estable. Y aquí, el papel de Estados Unidos puede ser sumamente importante, especialmente en este período en el que otros actores buscan ejercer una mayor influencia en la región. En estos momentos, cuatro potencias están contribuyendo a la inestabilidad en la zona. Se trata de Rusia, Turquía, Irán y Arabia Saudita.
Decididamente, el mundo ha cambiado, míster Biden. El mundo está cambiando…