El Atlas 2020 elaborado por la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (Raisg) muestra qua la minería, la deforestación, la actividad agropecuaria, las hidroeléctricas, los hidrocarburos, la expansión urbana y la densidad vial incrementaron en la última década la presión sobre la Amazonia.
La fragilidad de la región amazónica se evidenció con la pandemia de covid-19, que mostró la vulnerabilidad de sus 47 millones de habitantes, y en particular de los 2,2 millones de indígenas repartidos en 410 pueblos diferentes, destaca la red.
La Raisg está integrada por ocho organizaciones no gubernamentales dedicadas al estudio y defensa del ambiente en seis países: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela; y el Atlas que acaba de ver luz sigue al publicado en 2012.
Todas sus mediciones y análisis de datos concuerdan en que en la última década hubo un ritmo acelerado de crecimiento de las presiones y amenazas, así como sus síntomas y consecuencias en la Amazonia, con 26 por ciento de su territorio bajo presión alta y siete por ciento muy alta.
De sus casi 8,5 millones de kilómetros cuadrados, las áreas con mayor presión se localizan en las zonas periféricas del bioma, en las zonas montañosas y de piedemonte situadas en Ecuador al oeste, Venezuela al norte y Brasil al sur.
Las zonas con interés minero eran 52.974 en 2012 y aumentaron a 84.767 en 2020, ocupando 188.374 kilómetros cuadrados, y un tercio de las localidades de minería ilegal (1423) están en Venezuela, aunque solo tiene 5,6 por ciento de la Amazonia.
Los lotes petroleros ocupan 9,4 por ciento de la superficie amazónica, con 369 de ellos en Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, alcanzando territorios de pueblos indígenas, algunos de ellos no contactados o en aislamiento voluntario.
Entre 2001 y 2019 el avance del fuego afectó al trece por ciento de la Amazonia, 1,1 millones de kilómetros cuadrados, un espacio del tamaño de Bolivia.
En 2018 la Amazonia mantenía 83,4 por ciento de su cobertura vegetal natural, pero entre 1985 y ese año el bioma perdió 724.000 kilómetros cuadrados de esa vegetación, un área similar al territorio de Chile.
La actividad agropecuaria es responsable de 84 por ciento de la deforestación en la Amazonia, incrementándose desde 2015. En 2018 fueron talados más de 31.000 kilómetros cuadrados de bosque, el tamaño de Bélgica o la mitad de Panamá.
Las hidroeléctricas unidas al represamiento de los ríos suman 177, y las usinas (UHE) con capacidad superior a 30 Mwh se incrementaron 47 por ciento, pasando de 51 en 2012 a 75 en 2020.
La densidad vial, calculada a partir de la extensión de carreteras y territorio, es de 18,7 kilómetros por cada mil kilómetros cuadrados, y los países que lideraron la expansión en la década considerada fueron Colombia, Perú y Venezuela.
El Atlas dedica un capítulo a la urbanización de la región e incluso recoge un concepto de la investigadora brasileña Bertha Becker, para quien la Amazonia se convirtió en un bosque urbano. En 2009, de sus 33,56 millones de habitantes, 20,9 millones vivían en las ciudades.
Actualmente tres cuartas partes de la población amazónica de Brasil viven en ciudades grandes y medianas, y sufren problemas como falta de saneamiento y violencia. Tres de las capitales regionales amazónicas están entre las cincuenta ciudades más violentas del mundo: Manaus, Belém y Macapá.
La economía ilegal que devasta la selva mueve miles de millones de dólares al año, a través de caminos forestales que no figuran en la cartografía oficial. La extracción de madera, la minería y los cultivos ilícitos son tres de las actividades económicas que proliferan sustentadas por la demanda internacional de sus productos.
El Atlas registra que los territorios indígenas (TI) comprenden 2.376.140 kilómetros cuadrados, 27,5 por ciento de la Amazonía, mientras que hay 2.123.007 kilómetros cuadrados de Áreas Naturales Protegidas (ANP), 24,6 por ciento de la región. Hay 420 563 kilómetros cuadrados de áreas superpuestas de TI y ANP.
El estudio enfatiza que para comprender la conservación de la diversidad de vida y paisajes en la Amazonia es necesario reconocer el papel de los pueblos indígenas en la protección de sus territorios por medio de sus tradiciones y costumbres.
Al cabo de reunir centenares de indicadores de la devastación, el Atlas concluye que la Amazonia, su biodiversidad y sus pueblos indígenas, están viviendo un momento crítico, un ritmo de degradación sin precedentes en su historia.