La semana pasada mi acostumbrado comentario en este importante medio de comunicación estuvo dedicado a la mala costumbre de algunos redactores de sucesos, sobre todo venezolanos, que utilizan siempre las mismas palabras y por lo general incurren en impropiedades de manera muy frecuente, pues no se han persuadido de la importancia de su rol ante la sociedad.
Siempre he dicho que para redactar medianamente aceptable, no es necesario poseer grandes conocimientos gramaticales y lingüísticos. Solo basta aplicar los conocimientos elementales que se adquirieron en la educación primaria, en la secundaria, que se refuerzan en la universidad. Lo indispensable es escribir con claridad, sencillez, con conocimientos del tema del que se habla, sin errores de ninguna índole, con base en el hecho de que los medios de comunicación fueron creados para educar, entretener e informar.
Para lograr esos tres propósitos, el comunicador social debe leer de manera regular, estar actualizado y convencerse de que su función es la de un gran educador a distancia, a quien no le estaría permitido los errores ortográficos. Pero lamentablemente, los periodistas, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente, solo se han conformado con lo que recibieron en las tres etapas de la educación.
Eso de no tener faltas de ortografía no es una exageración ni menos aun una utopía, pues cualquiera que se lo proponga puede lograrlo. Nunca faltarán los casos en los que por descuido u otra causa se incurra en omisión; pero de allí a un error ortográfico, hay un abismo.
A mí me ocurre con mucha frecuencia en este trabajo de divulgación periodística. Por lo general redacto contra el reloj, motivado por mis ocupaciones habituales, que me limitan el tiempo para escribir y revisar minuciosamente el texto que será enviado para su publicación. Y no es que quiera justificarlos, sino que por más esfuerzo que hago, una que otra vez se cuela un gazapo.
Aunque a muchos les parezca una exageración, ningún profesional universitario, especialmente comunicadores sociales, educadores, abogados y médicos, debe tener errores ortográficos, pues de lo contrario su desempeño estaría limitado por una serie de factores que le impedirían cumplir con éxito el cometido. Hay educadores, abogados, ingenieros y médicos que son muy competentes; pero a la hora de redactar un simple texto, se desvanece esa figura que de buenas a primeras los muestra como muy capaces. Hay, inclusive, muchos que ni siquiera saben escribir sus nombres y apellidos, sin embargo se los cataloga como excelentes, ¡vaya usted a saber por qué!
No puede haber excelencia en un periodista que no sepa distinguir entre iniciar y comenzar; en un educador que tenga dificultad para conocer las palabras por la índole de la entonación (agudas, graves, esdrújulas y sobresdrújulas); en un abogado que no tenga nociones elementales sobre el uso de la coma y de otros signos de puntuación; en un médico que su escritura esté plagada de incoherencias y por falta de sintaxis.
Me imagino el caso de un abogado con las debilidades antes descritas, que tenga que elaborar un texto para presentarlo ante un juzgado. Supongo que el éxito de su propósito no estaría asegurado, porque un juez con medianos conocimientos gramaticales, inmediatamente lo rechazaría por inconsistente e incoherente.
Hace varios años circuló en las redes sociales un texto supuestamente elaborado por el connotado abogado venezolano Hermán Escarrá, a quienes muchos estiman como excelente jurista. El aludido escrito estaba plagado de errores de todo tipo, en virtud de lo cual, el juez lo rechazó ipso facto, según tengo entendido. Es posible que haya sido un montaje para desprestigiar a Escarrá; pero creo que por ese motivo (los errores), muchos juristas han fallado en el intento de encontrar el éxito.
Debo aclarar que no soy catedrático de la lengua ni pretendo serlo, dado que para hacer lo que me gusta, no es necesario ser individuo de número de la RAE. Las críticas a los periodistas, especialmente los que cubren la fuente de sucesos en los medios de comunicación de Venezuela, no tienen destinatarios directos, y cada quien podrá forjarse un criterio del asunto. Las he formulado y las formulo de manera muy respetuosa, aunque con contundencia, en virtud de llamar la atención sobre la importancia y provecho que comporta el buen uso del lenguaje que se emplea, nada más.