Se cuenta que hace muchos años, hubo una ciudad situada al Norte del Sur de una península, donde había tantos ladrones como mentirosos. Y tantos de estos como moscas. Y estas, las moscas, en ocasiones ocultaban la luz del sol. La ciudad, quizás por un oculto destino, había estado gobernada por esa infusión con chorreras a la que llaman “la izquierda”.
Lucas León Simón
La última regidora de aquella ruina de ciudad perdió la estima de su pueblo en conciliábulo permanente con orondos curas, con pasteleos populistas en procesiones, peroles y manos pasadas por el lomo al conservadurismo trincón y rancio, de aquella urbe de los mil y un cuentos.
Y entonces aparecieron ellos. Con gomina y corbatas azules los donceles, y con ropita de Barbi y bronceados rayos UVA las doncellas. Su discurso en las plazas, probablemente “dopados” tras beber en la fuente de algún gürtel cercano, hablaba de austeridad y eficacia.
Dicen los juglares que la “eficacia” quedó al descubierto al poco. Eran más inútiles que el pene del Sumo Pontífice.
Y la austeridad se puso, también al poco, en la fresquera. El alfaquí que los mandaba, con un aire entre lívido, como sacado de una película gay de Visconti, y de trincón a secas, comenzó subiéndole el sueldo a cinco de sus lanceros. Por encima de la media y de lo que había dicho-prometido. Continuó -en forma encubierta de subírselo a casi todos- haciendo “tenientes de alcalde” (de sobaquillo) a una novena de ellos, rodeándose de “asesores” y “expertos” al cheque-mensual-vivo, entre los que estaba una extraña “asesora de políticas transversales”. Que nadie sabía para que servía, excepto para cobrar la tela marinera.
En estas que se descubrió el pastel y se supo que el alfaquí de la corbata azul, el del cuento de la eficacia y la austeridad, cobraba de las arcas del reino entre 74.000 y 76.000 dinares anuales, más que la vice-muñequita-linda del reino y la mayoría de los visires o ministros de aquel estraperlo, que se lo zampaba en crudo y que era como una ninfa masculina del engaño general.
El alfaquí, en pelea con su gomina, había declarado que no se presentaría a la reelección si al término de su mandato había “un solo parado más que cuando (dopado) se presentó”.
A la mitad de su hégira no había “un solo parado más”. Había seis mil.
Y luego vinieron las perdices y unas extrañas aves blancas sobre fondo azul, como las corbatas, y la ciudad del Norte del Sur se sumió en una profunda, profunda siesta.
Y colorín colorado, esta historia no ha acabado.