Teresa Gurza
El último domingo del pasado mes de abril se celebró el Día Mundial del Matrimonio, inventado en Estados Unidos en 1983.
La palabra matrimonio deriva del latín matris munium, «cuidado de la madre por el marido y padre» y es una de las instituciones más antiguas. Para el judaísmo y el cristianismo, es la unión hasta la muerte entre un hombre y una mujer con el fin de procrear; para el hinduismo y el islamismo, un deber sagrado con obligaciones religiosas y sociales, y el budismo no lo ve como algo que tenga que regular.
Todos sabemos que hay países que reconocen la unión legal entre dos personas del mismo sexo, pero las religiones no lo consideran matrimonio. Lo que es común en todas las culturas, es celebrarlos con rituales, amigos y familiares. En mi tiempo y mi medio, nos casábamos jóvenes, vírgenes y desinformadas. Me parece increíble que la educación sexual se cubriera en mi colegio, con la materia «reproducción en las plantas sin flores, verbigracia los helechos».
Cuando a los dieciocho años empecé el noviazgo con Carlos, mi primer marido, mi mamá me dijo «los besos entre novios son como los frascos de aceitunas, el trabajo es que salga el primero; después sucede cualquier cosa, ya lo sabes y lo que te pase será responsabilidad solo tuya…»
Fui la mayor de los primos, mis amigas eran educadas de la misma forma y no hablábamos de esos temas, de modo que nuestro conocimiento sexual era prácticamente nulo hasta la noche de bodas, cuando de un tirón se pasaba, gracias a la bendición nupcial recibida del sacerdote horas antes, del casi nada a todo.
Hubo matrimonios exitosos, pero también fracasos disfrazados de felicidad, porque sin carrera profesional y muy pronto llenas de hijos, las mujeres quedaban atadas al marido y sufrían en silencio infidelidades y malos tratos. Las poquísimas que «se comían la torta antes del recreo» eran casadas a la carrera, y con vergüenza, para evitar que sus hijos fueran «ilegítimos».
Divorciarse era escándalo familiar y social, y las divorciadas «al no tener ya virginidad que cuidar», eran vistas como peligro para los casados y mal ejemplo para sus esposas. Y más, cuando tras el divorcio se elegía, como en mi caso, vivir solas y no en la casa paterna; no se concebía una muchacha sin algún yugo.
Afortunadamente todo cambió, y las actuales parejas conviven con el consentimiento, o al menos conocimiento, de sus padres. Y si antes las mujeres temían quedarse solteras, hoy está de moda ser soltera y los matrimonios han disminuido.
En México, de acuerdo con la Estadística de Nupcialidad 2020 del Inegi (Instituto Nacional de Estadística y Geografía), en el año 2000 los enlaces entre hombre y mujer bajaron de 707.422 a 333.087, y ya en 2020, hubo 2476 entre personas del mismo sexo.
Preocupados porque con menos matrimonios hay menos hijos, algunos gobiernos toman medidas. Un cable de EFE informó el pasado diciembre de 2021, que en China la política del hijo único abolida en 2015 causó desequilibrios y hay 42 millones más de hombres que de mujeres, lo que les dificulta conseguir esposa. Para ayudarlos, el gobierno estableció «mercados de solteros», donde las interesadas pueden intercambiar datos y conocer la situación económica de los posibles novios para que ya emparejados «puedan concentrarse en sus trabajos».
Pero en Japón está aumentando la sologamia o casamiento con uno mismo, con ceremonia, traje blanco, damas de honor, lágrimas de emoción, invitados, fotografías y pastel, pero sin validez legal, y hay empresas que ofrecen paquetes, que incluyen vestido, maquillaje y dos noches de hotel para la luna de miel de la sologama.
Esto me recuerda a una amiga de mi abuelita, a la que el marido abandonó, y cuando cumplió lo que debían haber sido sus bodas de oro, alegó que nadie le iba a aguar ese día y caminó solita y engalanada por el pasillo en su misa de acción de gracias. Hay gustos para todo si se quiere celebrar algo.
Algunos, como el presidente mexicano López Obrador, son adictos. Lo hizo las dos veces que perdió la presidencia, colocándose la banda con discurso de triunfo. Y lo ha hecho recientemente, celebrando el soez insulto que le dedicó Trump y cinco fracasos al hilo: el inútil aeropuerto Felipe Ángeles, la mínima participación en la revocación de mandato, el rechazo legislativo a su reforma eléctrica, el repudio a la ley electoral, y la aplicación de vacunas contra la covid a punto de caducar.
Festeja sabiendo que son derrotas, porque quiere pretextos para insultar opositores y fomentar el odio y la división.
Y ¿Qué entenderá por «grave», para afirmar que solo intervendrá en la Fiscalía General de la República, cuando algo grave suceda? ¿Le parecen leves las ilegalidades y abusos del fiscal general Alejandro Gertz?
- Teresa Gurza es una periodista mexicana multipremiada que distribuye actualmente sus artículos de forma independiente.