Despedida y cierre de una trilogía sobre la soledad en todas las edades
Esperanza, tercera entrega de la trilogía paraíso dirigida por el austriaco Ulrich Seidl – una película bonita, divertida y triste- se estrena en las salas españolas el 30 de agosto de 2013. En este caso, el objeto de la crítica del realizador son los centros de adelgazamiento, y en particular los específicos para adolescentes obesos, a quienes tienta el espejismo de un futuro “normalizado” (es decir, lo que les enseñan las revistas, las series televisadas y el cine, y su familia da por bueno).
Más dramática que satírica, la película es una parábola escrita con los temores, las alegrías y las contradicciones de una edad, ya de por sí complicada; añadirle el problema del sobrepeso es enmarañar más las cosas.
Mientras que su madre hace turismo sexual en Kenya (Paraíso, Amor) y su tía dedica el tiempo libre a dar doctrina evangélica (Paraíso, Fe), Melanie, de 13 años, asiste a un campamento para jóvenes que quieren adelgazar. Un internado con niños enormes embutidos en ropa deportiva estrecha e incómoda, profesores capaces de destrozarle las vacaciones a cualquiera y compañeros de ambos sexos que se aburren extraordinariamente, son patosos haciendo gimnasia, roban comida por la noche en las cocinas y se distraen hablando de sexo y fumando en la oscuridad de los dormitorios.
Con tan escasos alicientes, Melanie se enamora del médico, unas cuantas décadas mayor que ella, quien también se aburre en sus interminables jornadas de trabajo estival y primero le sigue la corriente para después meterse en un jardín del que solo saldrá destrozando los sueños de la adolescente.
Este tercer capítulo de la trilogía de Seidl me ha gustado mucho más que el primero (no he visto el segundo). Como ha escrito un colega francés, los paraísos de amores frustrados descritos en esta saga austriaca “no son otra cosa que colonias penitenciarias donde se enseñan reglas que el cuerpo se niega aceptar”. En el caso de la adolescente Melanie, vive con todos lo problemas que conforman el arquetipo de la edad, las apariencias, los problemas de comunicación, el peso de la familia, la incógnita del sexo y las preguntas inevitables: ¿qué puede esperar del futuro con ese cuerpo del que se siente tan insatisfecha?, ¿qué puede hacer para no parecerse a su madre?, ¿será capaz de vivir sin depender del grupo?…
Ni el realizador Seidl, ni la niña Melanie, tienen respuestas. En realidad, nadie tiene esas respuestas.