Todos los sondeos daban a Mario Vargas Llosa ganador en la primera vuelta de las elecciones a la presidencia de Perú cuando se presentó como candidato en 1990. Pocos días antes de esa fecha el ingeniero Alberto Fujimori ni siquiera aparecía en las encuestas.
Sin embargo, este hijo de emigrantes japoneses hizo descarrilar la candidatura de Vargas Llosa en una segunda vuelta en la que socialistas, comunistas y el APRA del presidente Alan García, con el apoyo inestimable de los evangelistas, respaldaron a este personaje desconocido, sin partido y sin programa, que había hecho una campaña electoral subido a un tractor desde el que voceaba descalificaciones contra la democracia liberal y la casta de los políticos corruptos, en la línea de todos los populismos (Fujimori terminaría hundido en la corrupción que denunciaba y como dictador después de un autogolpe en 1992).
La experiencia de este episodio dio pie a Vargas Llosa a hacer una profunda reflexión autobiográfica en «El pez en el agua». Para conocer la vida y la obra del Premio Nobel nada mejor que estas memorias, escritas con un pulso literario que no desmerece al de sus mejores novelas.
El pez fuera del agua
Un día de 1946, cuando Vargas Llosa tenía diez años, su madre le reveló un secreto: su padre, que toda la familia le había dicho que había muerto, estaba en realidad vivo y lo iba a conocer aquella misma tarde en el hotel de Piura donde llevaba alojado unos días. Este acontecimiento le cambió la vida y le arrebató el paraíso de la infancia en el que vivía rodeado de mujeres y familiares que lo trataban con mimo y apoyaban sus sueños de niño consentido. Se habían trasladado a vivir a Piura, en la casa de sus abuelos, después de algunos años en Cochabamba, en Colombia, y un año en Arequipa, donde había nacido.
Su madre abandonó Piura con su marido y los tres se fueron a vivir a Lima. El padre le impuso un modo de vida severamente estricto, le limitó las relaciones con su madre y los contactos con la familia y lo obligó a seguir una férrea disciplina para alejarlo de sus sueños de poeta y convertirlo en «todo un hombre».
Estas medidas crearon entre padre e hijo una tensa relación que se mantuvo durante toda la vida, pero que en buena medida afianzó, por oposición a su progenitor, sus intenciones de ser escritor. El ingreso en el colegio cívico-militar Leoncio Prado, siguiendo las instrucciones de su padre, reforzó aquella primigenia vocación y fue la experiencia que sirvió a Vargas Llosa para escribir «La ciudad y los perros».
A pesar del empeño de su padre de convertirlo en «una persona de provecho», buscándole un trabajo en el Banco Popular, el joven Vargas Llosa siguió una vida más próxima a la bohemia que a la burguesa que le tenía destinado su progenitor, y sus actividades se relacionaron desde muy temprano con su afán de escribir.
Siendo estudiante ya colaboraba en periódicos como «La Crónica» de Lima y «La Industria» de Piura, y más tarde en «La Prensa» y «El comercio», los dos diarios más importantes del país en los años cincuenta, y en las revistas «Turismo», «Democracia», «Cultura peruana» y «Extra». Fue fundador de «Literatura», que publicó sólo tres números, y trabajó como periodista y locutor en Radio Panamericana.
Con otra de sus vocaciones, la de dramaturgo, no tuvo tantas compensaciones, tan sólo el estreno de su primera obra «La huída del inca» en una sesión universitaria. Aunque sin mucho éxito, continuó escribiendo y estrenando teatro a lo largo de su vida: «La señorita de Tacna», «Kathy y el hipopótamo», «La Chunga». Con más de ochenta años llegó a interpretar al protagonista de «La verdad de las mentiras», con Aitana Sánchez-Gijón como compañera de reparto.
Como parte de su futuro, los planes de Vargas Llosa contemplaban la posibilidad de vivir en París porque consideraba que todo escritor debía conocer aquella ciudad. Su primer viaje lo hizo gracias a un concurso de cuentos convocado por «La Revue Française». Recordaría toda la vida aquella estancia de ocho semanas en la ciudad en la que más tarde llegaría a residir largas temporadas y a trabajar en France Presse.
Otra ciudad con la que soñaba era Madrid y por fin pudo conocer la capital española en 1958 gracias a una beca: «Aunque en teoría debía durar un año –el tiempo de la beca- yo estaba decidido a que fuera para siempre» escribe en sus memorias (y en efecto, no volvió a Perú hasta 1974).
Fue en la pensión de la calle doctor Castelo de Madrid en la que escribía «La ciudad y los perros» donde tomó verdadera conciencia de ser escritor.
Con este viaje a España, acompañado de su esposa Julia Urquidi (en ella se inspiró para «La tía Julia y el escribidor»), Vargas Llosa cierra el último capítulo de «El pez en el agua», aunque lo mejor de su vida estaba aún por llegar. Vivió también largas temporadas en Barcelona y en Londres.
Junto a su trayectoria profesional, Vargas Llosa cuenta en «El pez en el agua» los episodios de una vida que en ocasiones se aproxima a lo novelesco.
Así su niñez boliviana en Cochabamba y, de vuelta en Piura, el descubrimiento del amor y del sexo en alegres burdeles, sus experiencias en los bajos fondos como redactor de crónicas de sucesos, el accidentado casamiento con su tía Julia, trece años mayor que él, su pluriempleo para mantener a flote la economía familiar o el fascinante descubrimiento de la Amazonía acompañando al antropólogo mexicano Juan Comas, un viaje que inspiró sus novelas «La casa verde» y «Pantaleón y las visitadoras».
Tras la separación de Julia en 1964 Vargas Llosa se casó al año siguiente con su prima Patricia. Julia Urquidi, quien escribió una réplica a «La tía Julia y el escribidor» («Lo que Varguitas no dijo», 1983) confesó que los años que vivió con Vargas Llosa fueron los más felices de su vida. Murió en 2010, el mismo año en que el escritor fue premiado con el Nobel de Literatura.
La literatura y la vida
Vargas Llosa asegura que el acontecimiento más importante de su vida fue aprender a leer. Sus primeras lecturas estuvieron, como las de todos los niños, relacionadas con Genoveva de Brabante, Guillermo Tell, Robin Hood y las leyendas del rey Arturo. Después Salgari y Julio Verne y las poesías de Bécquer, Amado Nervo y Zorrilla. Más adelante el descubrimiento deslumbrante de Rubén Darío y la literatura de Jack London, Walter Scott, Alejandro Dumas, Víctor Hugo y sobre todo Faulkner, con quien descubrió «las maravillas que se podían conseguir en una ficción cuando se la usaba con la destreza del novelista norteamericano». También los latinoamericanos, sobre todo Borges, Bioy Casares, Alfonso Reyes, Juan Rulfo y Octavio Paz.
Vargas Llosa fue galardonado con numerosos premios literarios. Con su primer libro «Los jefes» ya recibió el Leopoldo Alas, y en 1963 con «La ciudad y los perros», el Biblioteca Breve, con el que alcanzó la popularidad internacional. No fue bien recibida por los estamentos militares de Perú, que quemaron los ejemplares en el patio del mismo colegio Leoncio Prado en el que se inspira la trama.
Con «La casa verde» obtuvo el Premio de la Crítica en 1966 y el Rómulo Gallegos en 1967. Su consagración como novelista llegó en 1969 con «Conversación en la catedral», que lo encumbró como uno de los mejores representantes del boom latinoamericano. Siguieron «Pantaleón y las visitadoras» (1973), «La guerra del fin del mundo» (1981), «Historia de Mayta» (1984), «El hablador» (1987).
En 1984 obtuvo el Príncipe de Asturias de las Letras, en 1994 el Cervantes y en 2010 culminó su carrera con el Nobel de Literatura por una obra que es, según la Academia sueca, «una cartografía de las estructuras del poder y aceradas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo».
En medio, «Elogio de la madrastra» (1988), «Lituma en Los Andes» (Premio Planeta en 1993), «La fiesta del chivo» (2000) «¿Quién mató a Palomino Molero?» (2008), «El sueño del celta» (2010)… y después «El héroe discreto» (2003), «Cinco esquinas» (2016), «Tiempos recios» (2019). Su última novela, «Le dedico mi silencio», es un texto pensado para su esposa Patricia, con la que volvió a vivir tras unos años de relaciones con Isabel Preysler. Vargas Llosa ha anunciado que ésta será su última novela y que cerrará su vida iteraría con un próximo ensayo sobre la obra de Jean Paul Sartre.
Además de novelista, Vargas Llosa fue un excelente teórico literario. Obras como «García Márquez: historia de un deicidio», «La orgia perpetua: Flaubert y Mme. Bovary», «Víctor Hugo y ‘Los Miserables’» o «La verdad de las mentiras». Y también sobre su propia obra, como en «Historia secreta de una novela», donde explica las claves de «La casa verde». Son de gran interés sus estudios de obras como «Tirant lo Blanc» y las consideraciones sobre la literatura popular de las novelas de Corín Tellado.
Sobre el mundo de la cultura de consumo se alineó con los apocalípticos en «La civilización del espectáculo», y en «La llamada de la tribu» reunió una cartografía de los pensadores liberales que inspiraron su ideario.
El Vargas Llosa político
Vargas Llosa tuvo desde muy pronto relaciones y contactos con la política desde que el golpe militar del general Manuel Apolinario Odría enviara al exilio al presidente José Luis Bustamante y Rivero, pariente de la familia, y al paro a su abuelo, intendente de Piura.
El director del Gobierno de aquella dictadura, Alejandro Esparza Zañartu, es uno de los personajes centrales de «Conversación en la catedral», una novela sobre la que Esparza dijo: «Si Vargas Llosa hubiera venido a verme, yo hubiera podido contarle cosas más interesantes». En el colegio lideró una huelga estudiantil (que inspiró uno de los cuentos de «Los jefes») y en la Universidad militó en Cahuide, nombre del Partido Comunista de Perú, mientras leía compulsivamente textos de marxismo, leninismo y maoísmo y descubría las obras de Sartre y Louis Althuser.
Después se afilió a la Democracia Cristiana, de la que se apartó por la actitud crítica de este partido hacia la revolución cubana de Fidel Castro, de la que Vargas Llosa fue ferviente defensor hasta que el régimen mostró un rostro que no coincidía con el ideal democrático del escritor. El apoyo cubano a la invasión de Checoslovaquia en 1968, el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla en 1971 y el dogmatismo del régimen comunista decepcionaron las esperanzas puestas en aquella revolución que había comenzado en 1959.
Desde entonces, sus ideas políticas, alineadas con el neoliberalismo y críticas con la izquierda, chocaron con las de otros intelectuales, con los que llegó a mantener agrias polémicas, como Mario Benedetti y Günther Grass.
En paralelo a su obra literaria, Vargas Llosa ha escrito incesantemente sobre la situación política, sobre todo de los países de Latinoamérica (Cuba, Nicaragua, El Salvador), casi siempre criticando los movimientos revolucionarios de izquierda y elogiando a la derecha liberal, mostrando siempre un especial desvelo por las libertades.
Dedicado en cuerpo y alma a la literatura, Vargas Llosa rechazó durante mucho tiempo cargos políticos. El presidente Fernando Belaúnde Terry le ofreció ser primer ministro en 1984 y el partido Acción Popular y el Partido Popular Cristiano le pidieron que encabezase una candidatura conjunta en las elecciones de 1985.
A finales de 1987 aún declaraba no tener intención de aspirar a ningún cargo político aun cuando participaba en actos de protesta en Lima y Arequipa contra el Gobierno de Alan García. Pero en enero de 1988 aceptó ser candidato a la presidencia de Perú en las elecciones a celebrar en 1990 por la coalición Acción Popular-Partido Popular Cristiano y el Movimiento Libertad, impulsado por el propio Vargas Llosa, constituidos en el Frente Democrático (Fredemo).
El escritor declaró que dejaba temporalmente la literatura para contribuir a la consolidación democrática en Perú. Cuando perdió las elecciones frente a Fujimori confesó tener la sensación de haber recobrado la libertad después de una decisión comprometida. Tal vez Perú perdió un buen dirigente pero el mundo de la literatura recuperó a un escritor imprescindible.