Tercer día del duodécimo mes de 2023, que es el último del año y en algunas ciudades y pueblos hace semanas que ya es Navidad.
Esto, lo de la Navidad, hace tiempo que se nos fue de las manos y cada vez es más insoportable la musiquita navideña que se oye desde mediados de noviembre. La única música que debería inaugurar oficialmente esas fechas debería ser la de las niñas y niños de San Ildefonso cantando los números de la lotería y sus premios correspondientes. Todo las demás prohibidas hasta el día veintitrés y aquellos grandes almacenes que incumplan esta ley deberían permanecer cerrados hasta que los Reyes hayan pasado, sin posibilidad de recurso.
Lo mismo ocurre con las luces navideñas, otro disparate de dimensiones galácticas. Menos mal que hay un pueblo en Córdoba que por lo menos saca provecho y genera un montón de puestos de trabajo. Y es que es un no parar, terminan con las fiestas de los pueblos y llegando octubre ya están instalado las de la navidad. Y antes de que acabe noviembre ya lucen las ciudades con más farolillos que en la mismísima feria de Sevilla. Los alcaldes han entrado en una espiral competitiva para ver quien la tiene más grande, me refiero a la avenida con más iluminación, naturalmente, y el árbol navideño más alto.
Lo del árbol merece un capítulo aparte. Alguien tenía que decirlo y ya corre por la web un video de un hombre con una clarividencia deslumbrante y que está llamando a las cosas por su nombre y poniendo a todos estos alcaldes iluminados en su sitio. Lo que dice es evidente pero nadie lo había dicho antes, esas estructuras cónicas con tantas lucecitas de colores no son árboles, es más, son lo más contrario que pueda haber. No tienen ningún tipo de raíz con el lugar ni con su suelo ni con la tradición de ser pueblo o ciudad, no son de madera sino de plásticos, aluminios, metacrilatos y otras atrocidades. Los árboles se merecen un respeto.
Se supone que estas fechas eran para celebrar el humilde nacimiento de un niño que llegaría a ser Dios para algunas religiones, pero tal efeméride se ha convertido en un espectáculo de luz, sonido, fuegos de artificio, en una vorágine de compras y regalos que más pareciera la celebración del adviento de un dios capitalista sin alma.