2 de abril de 2024, Cementerio de Père Lachaise, en París[1]
Marie, Marie Christine, Marie Christine Chenais, Marie Christine querida, siempre viva en mi recuerdo.
Soy yo quien te habla, Julio.
Marie Christine ha fallecido, ha dejado de vivir, el viernes 22 de marzo de 2024, rodeada de mi amor solidario y de los cuidados de una enfermera y una auxiliar.
Valerie, Laurent, Bruno, Sebastien, entre otros, todo un equipo de una calidad humana remarcable, que la han ayudado a atravesar los treinta y ocho últimos días de su vida con una instalación HAD, hospitalización a domicilio en nuestro apartamento en París.
Yo he sido un eslabón más en ese formidable equipo.
Lo habíamos decidido de común acuerdo los dos, cuando en el hospital Saint Louis nos dijeron que había que ir a una unidad de cuidados paliativos.
La última batalla, aunque la sabíamos perdida de antemano, debía ser en casa, en la tranquilidad, el decorado y los olores de este apartamento en ese su hogar interior que tanto te gustaba.
Tu cuerpo ha dejado de vivir, pero tu espíritu se pasea ya entre las flores del balcón
Dejaste de respirar poco a poco, sin dolor, en calma, arropada de amor y de atención.
Guardaste siempre tu sonrisa hasta el 17 de marzo, Hervé un amigo, había pasado a verte. ¡Pero el dolor fue más fuerte que tu sonrisa, y dijiste «Basta!» en la noche del lunes. Cuatro días y cuatro noches hemos calmado tu dolor y tu angustia, pero el viernes dejó de latir tu corazón.
Ni modo. La muerte dice siempre la última palabra.
Pero para mí, como para todos vosotros que me habéis enviado mensaje de pésame y amistad, Marie Christine seguirá viva en mis pensamientos, en vuestros pensamientos. Es por eso que evito utilizar otras palabras y digo simplemente que ha fallecido, que duerme para siempre y no va a despertar nunca más.
Entre las decenas de mensajes que he recibido, permitidme que subraye aquí las palabras que se repiten cuando me habláis de Marie Christine: guerrera, combatiente, valiente, atenta, afectuosa, sabia escuchar a sus amigos, confidente, lucida, su fuerte carácter, amaba a la gente… su alegría de vivir, siempre optimista y positiva, amable y sonriente. Su bella sonrisa.
Confirmo. Siempre bella cuando la miraba.
Amaba intensamente la vida, la devoraba, amaba los viajes y viajamos mucho juntos por todo el mundo. Le gustaba leer, el arte, la cultura, el cine y el teatro, las exposiciones y espectáculos, la simplicidad de pequeños restaurantes de todas las cocinas del mundo.
Siempre dispuesta a disfrutar de la vida plenamente. Yo admiraba su curiosidad intelectual insaciable y su alegría de vivir. Ya muy debilitada por la enfermedad, pero todavía en pie, asistimos todavía a varias exposiciones, museos, conciertos y espectáculos.
Nos conocimos en 1981 en la Casa de la Radio en París, mi hijo Miguel tenía cinco años.
Marie Christine era mi compañera desde hace 42 años y vuestra amiga desde hace muchos también para algunos. Para protegernos mutuamente, al declararse su enfermedad en 2009, decidimos casarnos por lo civil. Era un 3 de julio de 2010.
Compartí con ella los valores de generosidad, tolerancia y solidaridad, la apertura hacia el extranjero o simplemente hacia la persona de la mesa de al lado en un café, a quien no conocíamos.
Durante estos quince años y a pesar de tu enfermedad hemos vivido con alegría la boda de mi hijo Miguel con Ozlem, y muchos momentos inolvidables con la llegada de mis tres nietos: Víctor, Oscar y Adèle. Los viste crecer. Me habría gustado tanto que los vieras llegar al menos hasta su mayoría de edad…
Juntos hemos dado numerosos combates. Antes y durante tu cruel enfermedad. Teníamos ambos la sensación de vivir una enorme injusticia. Durante quince años te ayudé y te amé con ternura y solidaridad en esta lucha.
En los valores humanos que compartíamos y en la relación de pareja, la palabra solidaridad, es mucho más fuerte que la palabra amor, detrás de la cual cada uno se acomoda como quiere.
Marie Christine ha luchado con valor y lucidez contra esa enfermedad pérfida y dolorosa. Siempre con esa enorme fuerza que a menudo tienen las mujeres para resistir lo más insoportable.
Pero no fuiste solo fuerte, sino que supiste guardar siempre tu bella sonrisa, tus ganas de vivir en cuanto teníamos el más mínimo periodo de remisión entre dos recaídas. No creo que yo hubiese soportado tanto si hubiera sido yo el paciente. Yo te decía a menudo: «Tu eres la paciente, y yo soy impaciente desde que nací…. Pero vamos a luchar juntos para seguir viviendo…»
Marie Christine, Shi mol li, era tu nombre en chino. Habías estudiado el chino hasta el doctorado en Lenguas orientales en París y perfeccionaste la lengua en una larga estadía en Taiwán. Hablabas mandarín, y te apasionaba la lengua y la caligrafía china, aunque detestabas como yo el totalitarismo chino de ayer y de hoy.
Viajamos juntos tres veces a China, y vimos la evolución de la bicicleta al automóvil, del cuello Mao a la influencia occidental, con la inhumana industrialización acelerada por la avidez de los inversores venidos de horizontes diversos.
Te gustaba mucho la comida china y asiática en general, un gusto que hemos transmitido a mi hijo Miguel y a mis nietos. En este último viaje en el que pasas del otro lado del espejo, llevas hoy una blusa china antigua que te gustaba mucho. Vas a esa parte del cosmos a donde por fin llegamos todos con una verdadera igualdad.
Durante estos meses de hospitalización nos hemos enviado muchos mensajes. En el momento más duro, cuando en el hospital Saint Louis nos habían anunciado que ya no había esperanza de un nuevo tratamiento, te envié entre otros este mensaje al llegar a casa, atrozmente vacía sin ti:
«Hola mi amor, no duermo y pienso en eso que me has dicho de la suerte que tuviste de haberme encontrado… te envío estas palabras para decirte que te quiero y que yo tuve también mucha suerte de encontrarte. El azar hace bien las cosas. Te amé joven, como un adolescente, intensamente, y te quiero hoy siendo ya abuelo y con tres nietos. Me aportaste tu belleza, tu apertura de espíritu y tu optimismo a mí que más bien ‘escondo mi alegría’ como tu dirías. Lo que nos espera lo vamos a enfrentar juntos, mientras el cuerpo aguante».
Me dijiste: «No tengo miedo, pero no quiero sufrir más, estoy harta, es demasiado duro». Admiro tu valor y tu serenidad, yo que en tu lugar estaría furioso.
Marie Christine, has sido la música que desde hace ya 42 años hacia bailar mi vida. Como dice la canción que tanto te gustaba: «Te he querido, te quiero y te querré siempre».
- Nota bene: en el cementerio parisino de Cementerio de Père Lachaise pronuncie esta palabras en francés, la canción es de Francis Cabrel, y la música instrumental que la despidió es la de la película «In th modo for love» de Wong Kar Wai, que tanto le gustaba.