Macrolandia y la hipócrita tregua olímpica

Les voy a contar un cuento… En macrolandia, la democracia ha sido abolida. La hipócrita tregua olímpica nos conduce de la sociedad del espectáculo que teorizo Guy Débord, a la dictadura del espectáculo.

Fraude-fiscal-en-Francia-jpg Macrolandia y la hipócrita tregua olímpica

El reyezuelo de un gobierno dimisionario derrotado en las elecciones pretende seguir gobernando tras haber sumido a su pueblo en la miseria tras rechazar todo aumento salarial, reprimiendo brutalmente la movilización social, ecológica y sindical, prolongando el trabajo de la plebe hasta los setenta años, destrozando uno por uno los servicios públicos, hospitales, escuelas, universidades, telecomunicaciones, energía, industrias básicas esenciales para la soberanía de una nación, industria farmacéutica… en detrimento de la ciencia y de la cultura.

A su vez, entrega el dinero público a oligarcas y millonarios, que se han apoderado de los principales medios de prensa y comunicación para destilar la propaganda que les envían desde el Palacio. La neolengua es adoptada por la prensa dominante que entre otras confunde una guerra con un genocidio. La corrupción y la violencia de una minoría gozan de enorme impunidad.

El dinero público alimenta las industrias privadas del armamento, que sirven a los genocidas en Israel y a buen numero de conflictos bélicos en el planeta. Todas las multinacionales ávidas de beneficios financieros se frotan las manos y desearían remplazar con su propia ley a los Estados soberanos.

Su sueño…privatizarlo todo hasta el agua y el aire que respiramos. Su ministerio de la guerra desearía incluso privatizar la diplomacia.

El soberano que prefiere el deporte a la cultura ofrece en cambio a la multitud un grandioso espectáculo festivo televisado, pues el directo quedó reservado para una minoría de 9’5 millones de personas, de personas, cifras de Le Parisien, de los cuales 4’8 millones en Francia y 3’1 millones venidos del extranjero. El oneroso precio de las entradas ha sido destacado por todos los comentaristas lo que no deja de ser una paradoja para un espectáculo popular. Todo ello financiado con nuestro dinero público y el millonario negocio publicitario.

Los casi setenta millones de franceses se conforman con la orwelliana pantalla que retransmite espectáculo y consignas de seguridad limitando los desplazamientos.

Y mientras tanto, en el resto del país los habitantes, en pleno verano, gozan merecidamente de esas vacaciones que ganaron con su trabajo cotidiano y a menudo mal pagado.

El reyezuelo sueña con un mundo solo con deporte, sin partidos, ni sindicatos ni parlamentarios, ni manifestaciones, ni oposición, ni elecciones, ni debates, salvo si es él quien gana, en donde nadie le lleve la contraria. Un mundo con draconianas medidas de seguridad, con cámaras omnipresentes como en la totalitaria China. Una población obediente y sometida que abandone todo juicio crítico.

Pero ni modo, la hipocresía del monarca presidente ya no se la cree nadie. Cada vez sale derrotado y pide a sus fieles que sigan gobernando, pisoteando las más elementales reglas democráticas. El rey está desnudo, cuando en el país, como en el mundo entero, todos ven su patética derrota con derecho a pataleta. Pero su corte asegura, como en el cuento de Andersen, que todo va bien en el mejor de los mundos posibles. «Señoría en Versalles no pasa nada», repiten los lacayos.

Tenso y con forzada sonrisa el monarca, que no quiere renunciar a sus privilegios, envía mensajes por televisión, negando la evidencia y aferrándose a esa tregua consentida por la servidumbre voluntaria de una población que, aunque dividida y a la espera, se prepara a retomar el trabajo en el mes de septiembre…

Esa población ha demostrado sin embargo en múltiples ocasiones en la historia de este país que es capaz de defender la República, la libertad y la democracia. Por ahora, el aparato judicial resiste aún a los caprichos del monarca, y aunque en minoría todavía una prensa resiste contra la propaganda oficial omnipresente.

El final del cuento es simplemente el retorno al mundo real, no al monárquico sino al de verdad. Dejemos pues esta patética tragedia en compas de espera, con un posible desenlace de un final abierto y feliz para todos los que quieren vivir en democracia.

Julio Feo Zarandieta
Periodista profesional en Francia desde 1976. He trabajado durante 35 años como periodista (Responsable de edición y critico de cine) en el servicio en castellano de Radio Francia Internacional. Pero también como corresponsal en Paris de diversos diarios y semanarios españoles y critico en Cine Classics (canal plus). Jubilado desde el 2013, escribo ahora en Periodistas en español y en Aquí Madrid. Miembro del Sindicato Francés de la critica de cine y de Fipresci, he cubierto numerosos festivales de cine internacionales, muy especialmente Cannes y San Sebastián. Militante antifranquista en los años sesenta, resido en Francia desde 1974, fecha en que me acordaron el asilo político. Hoy en día tengo la doble nacionalidad hispano francesa.

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