Para viajar en el tiempo no es imprescindible una máquina que te transporte, basta con tener recuerdos. Esos recuerdos pueden estar en nuestra memoria, o en memorias externas, fotografías, películas, diarios, hay muchos soportes además de nuestro cerebro.
A veces los recuerdos que tenemos guardados en nuestra memoria interna pueden estar distorsionados, por nuestra propia interpretación de esos hechos o porque las conexiones sinápticas están un poco alborotadas. Lo que es indudable es que tenemos memoria y podemos recurrir a ella.
Miro una fotografía, es un recuerdo en un soporte de papel, para llegar a él hubo que tomar la imagen a través de una cámara que la captó de la realidad y la congeló sobre un fotograma. Una vez tratado en el cuarto oscuro, la imagen se proyecta sobre el papel fotográfico que está preparado para recibirla, y después de unos momentos mágicos la imagen, sumergida en los químicos, va apareciendo hasta quedar revelada sobre dicho papel.
Así era el proceso antes de aparecer las cámara digitales y los teléfonos inteligentes que dieron unos resultados magníficos, pero con los que se perdió toda esa magia, todas esas revelaciones. A veces, en las cámaras se tomaban imágenes y no sabías el resultado hasta el final del proceso, con las consiguientes sorpresas, buenas y malas.
Ahora ya no existe la espera que te pueda sorprender, ahora todo es inmediato, ya sabes el recuerdo que tendrás antes, casi, de haberlo vivido. Otros tiempos.
Vuelvo al papel, a la fotografía, dos jóvenes están en un patio, al fondo se ven unos árboles sin hojas, debe ser el final del invierno, hace sol y él está peinando la parte izquierda del cabello de ella, en el derecho se aprecia una trenza. Deben tener unos veinte años, y ella parece que le está diciendo que tenga un poco de cuidado que si tira fuerte le puede hacer daño. Él está concentrado en ese mechón que está alisando para que luego ella lo pueda trenzar.
Ese momento recogido en la fotografía le hace viajar en el tiempo y recordar dónde estaban. Efectivamente, era al final del invierno del ochenta y dos, año arriba o abajo, la casa estaba en un pueblo, Gandullas, de la sierra norte de Madrid, donde estaba instalada la Estación de Seguimiento de Satélites que estuvo funcionando desde 1963 hasta 2003, motivo por el que estaban allí. Ya les interesaba todo lo relacionado con el espacio y lo que allí pudiera suceder.
Ahora el complejo no está operativo pero la imagen de las cuatro grandes antenas apuntando hacia el cielo vistas desde la salida de Buitrago del Lozoya por la A-1, sentido norte, siguen impresionando por su gran carga de emoción ante el futuro incierto que representan esas antenas esperando respuestas que ya no llegarán.
Veo la foto, dos jóvenes esperan ser lo que fueron.
Me gusta lo que escribes y cómo lo escribes, Luis González Carrillo.