La eterna discusión de si se debe abordar un planeta en el que hay una civilización más atrasada tecnológicamente se plantea cada vez que nos topamos con uno nuevo. Las instrucciones de la Federación son claras, después de eternas discusiones, no se interviene hasta que esas sociedades alcancen un nivel de desarrollo que les permita relacionarse en condiciones de cierta igualdad, es decir se consiguió que el respeto por su desarrollo primase sobre las ventajas económicas de su ocupación.
La propia Federación es muy cautelosa a la hora de establecer contacto con civilizaciones con nivel de desarrollo superior y no sería la primera vez que se activan los escudos de invisibilidad para pasar completamente inadvertidos sobre algunas regiones del universo, no sea que los que desaparezcamos seamos nosotros, nunca se sabe con qué intenciones viene el más fuerte.
Todas las potencias que en el mundo han sido han conquistado sin miramientos las civilizaciones que se iban encontrando a lo largo de sus expansiones y, siendo más fuertes, poco respeto se mostró por esas culturas centenarias y poderosas en sus terrenos, que también se habían comportado igual con los más débiles de esas tierras cuando llegaron, acabando a su vez con esas otras culturas.
Los imperios van y vienen, suben y bajan, y quizás no se trate de pedir perdón por colonizaciones de nuestros antepasados, por las barbaridades que éstos cometieron, pero al menos se podrían tratar esos hechos con objetividad y delicadeza no hiriendo las sensibilidades de los que se puedan sentir sus descendientes y que estos a su vez tampoco caigan en el mismo desdén con sus conquistados.
Tantos años después, seguro que se pueden encontrar fórmulas que sanen en vez de abrir viejas heridas. No pasa nada por reconocer que hubo cosas que no se hicieron bien entonces desde la perspectiva actual. Las buenas relaciones merecen el esfuerzo.
Pero más parece que nos encontramos mejor en la bronca permanente, en no reconocer las razones del otro, en no mostrar la más mínima educación o cortesía hacia el que piensa diferente, actúa diferente y gobierna diferente. Ningún tema está libre de que se monte un verdadero drama, o un escándalo, que haga imposible cualquier tipo de acuerdo, da igual de lo que se trate, al enemigo ni agua parece que es la consigna.
En España, mi país, se están generando unos niveles de crispación tal que en cualquier momento las discusiones de sus señorías sean políticas o judiciales van a saltar a la calle y entonces puede que ya no haya retorno.
Y encima, llueve, o mejor, por lo menos llueve en esta tarde otoñal, recreada virtualmente en los pasillos de la nave, que nos invita a ir al cine. No hemos revisado la cartelera así que nos presentamos en los cines en los que sabemos que siempre encontraremos algo que nos pueda gustar, el riesgo es que alguna vez nos hemos tragado un truño considerable, pero normalmente siempre hay algo interesante.
En esta ocasión más que interesante nos hemos encontrado con una película amable que ha mitigado el cabreo y la desazón que tenía al entrar. Miramos los horarios, miramos los títulos y encontramos uno que nos puede interesar, sobre todo al ver al protagonista principal. En castellano la han titulado «El mayordomo inglés», su título original es «Complètement Cramé», el director es Giles Legardinier.
Legardinier lleva al cine su novela homónima, con un reparto en el que reconozco al protagonista principal que no es francés pero tiene el detalle de hacer la película en francés, lo que me permite al menos a él seguirle con poca ayuda de los subtítulos, es el gran John Malkovhich, ese hombre que con una sola mirada y el rictus de sus labios puede hacer que te estremezcas de miedo o de placer, su presencia y exquisitas maneras le permiten bordar su personaje. Del resto del reparto no conozco a nadie salvo a una Fanny Ardant en plena madurez artística y a la que he visto en algunas películas de cuando veníamos más al cine. Las actuaciones son más que correctas.
Adrew Blake, el protagonista, vuelve al castillo donde conoció a la que fue la mujer de su vida, arrasado por el dolor de su pérdida quiere revivir sus encuentros en ese lugar que empieza a estar decadente, y ahí comenzará una pequeña comedia de enredo con un tono amable y previsible, que la cronista Mercedes Arancibia califica en una de sus crónicas de «película aburrida» pero que conseguirá que el malhumor con el que entré lo haya dejado en la butaca de la sala del cine.