Vertebrar los reclamos, las necesidades y el descontento social

Roberto Cataldi[1]

La insatisfacción de los ciudadanos puede ser peligrosa cuando se prolonga en el tiempo, pues, la experiencia revela que termina desestabilizando a la democracia.

Y al populismo la democracia le interesa solo para llegar al poder, luego le da paso al autoritarismo del jefe con sus autoelogios, su dimensión épica, sus mitos y rituales, en fin, una parafernalia que termina conformando una religión política.

En el caso de América Latina, hay necesidades sociales que requieren ser abordadas con urgencia, y existe mucho descontento, que con frecuencia se traduce en protestas sociales, pero es evidente que las élites políticas, sean de derecha o de izquierda, no logran dar respuestas satisfactorias a estas justas demandas.

Es más, da la impresión que el sistema político ya no sabe qué hacer con el conflicto social.

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Banderas de Argentina y Uruguay ©123RF

Hace unas semanas en Uruguay, en Montevideo, a cada paso que daba en la calle militantes de los distintos partidos que se disputan el poder me ofrecían boletas de sus candidatos y, a todos amablemente les decía que yo allí no votaba.

En esos días, previos a las elecciones pasadas, comprobé mucha tranquilidad cívica, un panorama eleccionario de bastante paridad como recientemente quedó demostrado, pero además rescaté que sus líderes legendarios, de una y de otra ideología, aseguraban con sus firmes declaraciones el respeto al régimen democrático, tanto en el fondo como en las formas.

No vi manifestaciones de violencia verbal, denuncias de que habría fraude, y comprobé que el respeto era el telón de fondo.

En fin, todos aseguraban que apoyarían al que surgiera electo, que este mes se decidirá en una segunda vuelta.

A su vez, los dos plebiscitos que se incluyeron en la votación, sobre las modificaciones del régimen jubilatorio y los allanamientos nocturnos por razones de seguridad, el voto popular los rechazó.

Uno de los candidatos manifestó que Uruguay era casi una excepción en América Latina, y que allí nació la primera socialdemocracia del mundo.

Para alguien como yo que vive en la otra orilla del Río de la Plata, ese clima me causó una grata impresión y me hizo reflexionar.

Pues bien, los sucesos de la historia hicieron que los habitantes de una y otra orilla del estuario termináramos perteneciendo a dos países, historia que prácticamente se dio a lo largo de todo el continente americano con los diferentes países y sus disputas territoriales que llegan al presente.

Confieso que no pude evitar preguntarme porqué nosotros no tomábamos el ejemplo de Uruguay, que según mi opinión también deberían hacerlo la mayoría de los países de América Latina, incluyendo los Estados Unidos, que tiene varios estados con historia y cultura muy latinoamericanas.

Populismos de izquierda y derecha

Hoy la discusión en la primera potencia mundial está en torno a la economía, la salud, el acceso al aborto, el matrimonio gay, las políticas de género, la diversidad racial o étnica, la portación de armas, y por supuesto la política exterior que con razón inquieta a buena parte del planeta.

Una sociedad profundamente agrietada, con problemas que subsisten desde la época de la esclavitud y el combate a los pueblos originarios.

Donald Trump ha sido el gran inspirador de los actuales otusiders de la política populista, pero él ya dejó de ser outsider desde el momento que durante cuatro años fue presidente de ese país y su presidencia no reveló ser la de un estadista sino la de un mitómano.

En efecto, este bussnisman, consumado evasor de impuestos fiscales, con numerosos procesos y condenas, megalómano y negacionista no solo del cambio climático, vuelve con el mismo discurso xenófobo de 2016, pero recargado, haciendo responsable del comercio de drogas, del desempleo, y de otros crímenes, a los indocumentados y extranjeros, aunque las estadísticas no le den la razón, sin embargo no importa, él mira la realidad desde su propia perspectiva tribal, y solo le interesa que su tribu crea acríticamente en sus engaños.

Uno de sus seguidores, humorista de profesión, acaba de tratar a Puerto Rico (la colonia más antigua del continente a pesar de que EEUU lo niegue mediante un camuflaje institucional) de ser una isla de basura, tampoco se salvaron de las injurias los latinos, los palestinos, los judíos ni los negros… No hay duda que hoy la pelea política es por el relato.

Trump pretende hacerle creer a todo el mundo que nadie lo puede vencer, y se adelanta a decir que si pierde será porque hubo fraude.

El peligro es que tiene grandes posibilidades de retornar al poder, ya que allí el candidato más votado por el pueblo no se convierte automáticamente en ganador (Al Gore, Hillary Clinton), y eso en mi opinión va contra el espíritu de la democracia. Él retoma una y otra vez su slogan: «American First».

En realidad, ese slogan fue utilizado en 1940 por Charles Lindbergh, quien perdió la presidencia de los Estado Unidos frente a Franklin D. Roosvelt, quien se presentó a su segunda reelección y tercer mandato consecutivo en la cosecha del New Deal y, dos años más tarde el país ingresó a la Segunda Guerra Mundial.

Hay quienes sostienen que con Lindbergh otra hubiera sido la historia, tal vez, pero es una hipótesis contrafáctica.

En política los hechos son los hechos, irrefutables, y las intenciones se evidencian en sus autores, más que en sus argumentos y excusas. Como alguien dijo, en última instancia es la sociedad quien decide quien es ángel y quien es demonio…

Lo curioso es que ciertas declaraciones y frases desafortunadas del ángel se las tolera o rápidamente caen en el olvido, mientras en boca de los demonios son condenatorias.

Para Loris Zanatta la invocación de los valores universales en defensa de intereses particulares es el deporte más antiguo, y sin dudas es algo que comprobamos cotidianamente a través de los medios y las redes sociales.

El populismo de derecha era nacionalista (fascismo) y el populismo de izquierda era comunista (estalinismo), y Loris nos recuerda que así como los populismos antiguos se odiaban, los de ahora también.

En fin, si algo está claro es que los ciudadanos de a pie no estamos en modo avión, si no en modo naufragio. En efecto, vivimos en un mundo donde unos pocos pasan por inteligentes, genios o iluminados, y los demás pasamos por tontos.

Quizás estos populistas que nada tienen de originales y que cultivan el engaño, lleguen a creer en su enfermiza ambición, que los ciudadanos finalmente terminaremos por convertirnos en una suerte de zombies.

Está claro que la dirigencia que promueve el pensamiento único y el odio, que alimenta los extremismos, se olvida o tal vez ignora, cómo terminan estas historias.

Para que las democracias liberales funcionen bien se necesita que los representantes del pueblo cumplan con la tarea para la que fueron votados, se alejen decididamente de los extremos ideológicos, buscando una centralidad inteligente (las democracias republicanas sólidas se caracterizan por un centro fuertemente constituido), que con sus decisiones prudentes den respuesta a los reclamos de la ciudadanía, y no prioricen sus intereses personales.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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