La Corte Penal Internacional (CPI) oficializa el genocidio de Israel y EEUU en Gaza

James E. Jennings[1]

Desde la emisión el 21 de noviembre por parte de la Corte Penal Internacional (CPI) de órdenes de arresto contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el exjefe de Defensa de las Fuerzas de Defensa de Israel Yoav Gallant, todas las miradas se volvieron hacia Washington para ver cuál sería la respuesta del principal respaldo de Israel en el mundo.

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Gaza: destrucción y desesperación ©UNRWA

Los cargos eran por «crímenes contra la humanidad» y «crímenes de guerra» por utilizar la inanición como método de guerra en Gaza, algo prohibido explícitamente en el derecho internacional. Un responsable de operación de Hamás, Muhammad Deif, quien puede que ya esté muerto, también fue acusado.

Cabría pensar que a Estados Unidos le resultaría fácil estar de acuerdo. Pero, ¿cuál fue el mensaje de la Casa Blanca de Joe Biden?

La portavoz de prensa Karine Jean-Pierre dijo que Estados Unidos «rechaza el fallo de la CPI», como si la Corte Penal Internacional no fuera más que un gamberro desubicado gritando a los cuatro vientos en Lafayette Park, justo enfrente de la residencia presidencial.

Pero el prestigioso tribunal de La Haya no tiene otra opción. Está obligado a fallar de acuerdo con la ley. Sus acciones no son políticas ni se promulgan por capricho.

La ley internacional que creó el tratado fue refrendada por multitud de gobiernos nacionales de todo el mundo, salvo unos pocos, entre los que destacan Israel y Estados Unidos.

Estados Unidos no es Estado Parte (signatario) de la CPI, a pesar de que 124 países han firmado el Estatuto de Roma que creó la CPI en 2002.

Los presidentes Bill Clinton y Barack Obama intentaron conseguir la ratificación del Senado estadounidense, pero fracasaron. George W. Bush y los neoconservadores rechazaron de plano la idea de ratificar el estatuto, al no querer restricciones a su desastroso plan de atacar Iraq.

Justo el día anterior de la sentencia de la CPI, en las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad votó abrumadoramente por catorce a uno a favor de exigir un alto el fuego en Gaza. Pero Estados Unidos, por un solo voto -porque tiene poder de veto según las normas establecidas tras la Segunda Guerra Mundial- bloqueó la resolución.

El argumento de que un alto el fuego ayudaría a traer a los rehenes a casa, y no obstaculizaría su liberación, fue esgrimido por el Consejo de Seguridad, pero cayó en saco roto.

En una acción vergonzosa que será recordada durante mucho tiempo en todo el mundo, el representante de Estados Unidos, el embajador adjunto Robert Wood, levantó la mano para bloquear la resolución.

Estas dos acciones en la misma semana -el rechazo frontal de las órdenes de detención de la CPI y el bloqueo de una resolución del Consejo de Seguridad de alto el fuego destinada a aliviar el sufrimiento humano masivo-, tomadas en conjunto, significan no solo que Estados Unidos está totalmente de acuerdo con la matanza interminable de civiles en Gaza bajo los continuos bombardeos israelíes, sino que ahora también apoya que mujeres y niños mueran de hambre.

Esta es una mancha que no desaparecerá.

Los manifestantes en las calles y en los campus universitarios estadounidenses llevan mucho tiempo coreando: «¡El genocida Joe tiene que irse!». ¿Hasta qué punto está fuera de onda el casi senil presidente Biden? ¿Cómo de corrupto, equivocado e inhumano hay que ser para tomar esa decisión, condenando a Estados Unidos a ser etiquetado para siempre como contribuyente a crímenes de guerra?

Es cierto que Washington lleva mucho tiempo suministrando armas a Israel, incluso durante este conflicto, pero apoyar la inanición y el bombardeo continuados de civiles como una cuestión de política es mucho peor: maldad deliberada o locura. Cuando hay vidas inocentes en juego no se permiten trucos de negociación.

¿Y cuál es la posición de la derrotada candidata demócrata a la presidencia, la vicepresidenta Kamala Harris, en todo esto? ¿Tiene voz dentro de la administración? Ha prometido en repetidas ocasiones que, si resultaba elegida, aumentaría, y no reduciría, la ayuda humanitaria a Gaza.

¿Qué hay de malo en abogar por un alto el fuego después de trece meses de derramamiento de sangre masivo y unilateral que ha matado y herido a casi 150.000 personas entre los desafortunados ciudadanos de Gaza?

Definamos los términos: Una guerra es cuando ambas partes se disparan mutuamente. Un «Turkey Shoot (tiro al pavo, batalla muy desigual entre dos bandos)» es diferente: el pavo no tiene ninguna posibilidad y los francotiradores siguen disparando para ver quién tiene mejor puntería. Una matanza es cuando un solo bando tiene todo el poder y no para de matar a gran escala.

Las tropas israelíes tienen armas y bombas suministradas por Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido, y siguen disparando y bombardeando a la población de Gaza mucho después de que el otro bando haya dejado de disparar.

Si la operación es una persecución, llámala persecución. Si es una represalia, llámala represalia. Si es una limpieza étnica, llámala así. Si el término «Gueto de Varsovia» es adecuado, llámelo así. Pero no lo llames batalla justa si las atrocidades se siguen acumulando en un solo bando sin visos de parar.

¿Sabe alguien cuánto tiempo hace que Hamás no dispara cohetes, ni siquiera ametralladoras, contra las tropas israelíes? Uno pensaría que si ese fuera el caso, la hábil máquina de mentiras israelí pregonaría esa información. Entonces, ¿por qué no dejar de disparar hoy y no mañana?

¿Por qué el estimado presidente estadounidense, el «genocida Joe», no decide por una vez hacer lo correcto?

  • James E. Jennings es presidente de Conscience International (Conciencia Internacional), una organización de ayuda que ha respondido a las guerras en Líbano, Siria, Iraq, Palestina y Gaza desde 1991. Es también un defensor de los derechos civiles y humanos de los palestinos y de una mayor comprensión de Medio Oriente de los estadounidenses. También es director del programa US Academics for Peace (Académicos Estadounidenses por la Paz).
  • Texto distribuido por la IPS desde Atlanta, Estados Unidos

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