La provincia de Córdoba, con una asignación de 70 millones de euros, ocupa el último lugar en el conjunto de las 50 provincias nacionales en el proyecto de Presupuestos Generales del Estado.
También es la última si se considera el ratio asignación/habitantes, con 89 euros por habitante, frente a la media de Andalucía que es de 200 y la de España que es de 206.
Lucas León
Es el tercer año consecutivo que desciende la asignación presupuestaria y en la última década ha descendido un 900 %, pues en 2003 se le asignaron 670 millones, con un descenso continuado y constante que nadie se ha molestado en explicar.
El subdelegado del gobierno en la provincia convocó a los medios informativos para decirles que “el presupuesto tiene un gran contenido social” y pasó por alto, olímpicamente, cualquier explicación de por qué el gobierno que representa sitúa a Córdoba a la cola de todas las colas.
El vice portavoz de Política Social del Partido Popular y parlamentario pertinaz por la provincia, Rafael Merino, dijo que los presupuestos “son buenos para Córdoba porque son para salvar a España”. No hay constancia de que los servicios de urgencias psiquiátricas tuvieran que intervenir, eso sí, la conferencia de prensa fue por la mañana, porque por la tarde no se garantizaban todas las contingencias etílicas…
A orillas de estas salvíficos personajes he llegado a una conclusión: estos mequetrefes, además de tomarnos el pelo y defraudarnos económica y políticamente, nos toman, a todos los cordobeses, por débiles mentales.
¿Dónde está la “bondad” de estos presupuestos para una provincia que sufre hasta tres crisis superpuestas? La crisis económica general, la crisis de gestión de sus recursos y la crisis política derivada de los políticos que la representan, los más inútiles, serviles y soperos que conocen los anales de la extrema ineficacia.
Una provincia hundida industrialmente, deslocalizada de todas sus actividades productivas, con una agricultura mal gestionada y capitalizada, con unos servicios orientados exclusivamente al turismo y la pandereta, relegada y despriorizada culturalmente, refugio de rentistas madrileños y latifundistas de vergüenza, en la que sólo superviven la casta política y los curas.
La mayoría de la población está abocada a ejercer de camareros o a adentrase en los inescrutables senderos de la economía sumergida, en los detritus de la paralegalidad y a votar, cautivamente, a sus esquilmadores políticos y mentales.
Un eminente psiquiatra dijo: ¡Apresúrense a ver Córdoba!
Ya no hace falta que se apresuren, si vienen sólo verán su esqueleto, sus rapas. Y a la impudicia visible de los que dicen que su mierda es buena para ella y para España.