Llueve sobre la Tierra, al menos sobre mi país y cada vez que eso ocurre, y más en los últimos tiempos de sequía tan prolongada, es una alegría. Es tan necesario que llueva que sólo por ese motivo ya sería suficiente para tomar medidas para evitar el desastre que se nos avecina.
Pero preferimos cerrar los ojos, preferimos utilizar la técnica del avestruz, enterrar la cabeza y no afrontar los problemas. Somos como niños que se esconden detrás de una cortina pensando que ya no se les ve, que han desaparecido.
Las nuevas autoridades que gobiernan el mundo están haciendo como las patrullas de romanos en la Vida de Brian cuando iban a detener a los comandos de los distintos frentes de liberación popular contrarios a la ocupación romana, se escondían a la vista de todos con trapos, cortinas, o mirando simplemente a otro lado y las tropas eran incapaces de verlos.
Así pasa con los problemas ambientales, están ahí pero nadie parece verlos o, peor aún, nadie quiere reconocerlos.
En nuestro bosque virtual recreamos la lluvia, el viento, el horizonte, incluso el arco iris, pero nada es comparable a un paseo real bajo la lluvia, no esa lluvia desbocada convertida en monstruosas tormentas que arrasa con todo, muchas de ellas provocadas por lo mismo que hablábamos antes. No, me refiero a esa lluvia acompasada al paseante, fina o intensa, pero que te permite deambular por los paseos o jardines de ciudades y pueblos.
Si vas en compañía esa lluvia que golpea con la insistencia necesaria tu paraguas para hacerse notar, se convierte en música celestial que acompaña tu caminar del brazo de tu pareja. Invita a la cercanía y a la confidencia, a la complicidad, al roce que puede desembocar en otro tipo de tormenta.
Me gusta caminar bajo la lluvia, si es contigo mejor, pero solo me provoca un estado de melancolía que no sabría explicar muy bien por qué. Quizás sea el hecho de que el cielo está cubierto y en vez de esos rayos potentes, soberbios del Sol que lo iluminan todo, esos días con azules celestes increíbles o esas noches estrelladas cuando el cielo está despejado nos invitan al optimismo mientras que los cielos grises que traen lluvia pueden hacernos sentir que nos amenazan con malos presagios.
Y sin embargo, me gusta la lluvia, quizás también lo relacione con cierto sentido de pureza, de purificación del aire, que no deja de ser cierto, pero que en mi caso provoca una limpieza mental, es como si el agua cayendo sobre el paraguas, la capucha o directamente sobre mi cabeza a medida que va cayendo va limpiando mi mente, va liberando mis pensamientos de los nudos que la vida diaria me va enredando. Siento que como un torrente sobre la ladera libera su barro el mío también cae con esas gotas de agua escurridizas. Y me permiten resetear mis preocupaciones.
Cae la lluvia y con ella van cayendo mis recuerdos, supongo que de ahí vendrá la melancolía a la que me refería. La melancolía de los tiempos pasados, de cuando al caer las primeras gotas abriría el paraguas y sería la excusa perfecta para que tú te acercaras más y me agarraras, tenerte tan cerca que podía sentir tu corazón latiendo en mi brazo. Cuánta belleza contenida en tanta lluvia.
Cuánta tristeza contenida en tanta lluvia en este paseo virtual en el que tú ya no estás a mi lado.