Nos quejamos de políticos y sucedáneos, pero bien haríamos en examinar las actuales caras del periodismo, con una mirada no muy limpia en muchos casos, cuando no utiliza una visión bifronte de la realidad o directamente expone una única versión de la realidad, como si la cosa sólo tuviese una única cara.
Hace unos días, una emisora de radio, referencia en su provincia, abría su programación local con la que parecía la mayor de las afrentas de los últimos tiempos. El ayuntamiento había decidido sacar a adjudicación la gestión de un lote de instalaciones deportivas.
No sólo el desastre era, según el enfoque de la información, que se fuesen a privatizar las instalaciones, cuando en verdad era únicamente su gestión, sino que, para mayor gloria de la oposición y en ese instante del medio, disponían de unas declaraciones de hacía unos meses del alcalde en las que rechazaba la privatización.
Un tanto forzado el planteamiento porque el referido alcalde no cerraba la puerta a la gestión privada de las instalaciones, sino que se quedaba en ese ambiguo espacio que utilizan muchos políticos de decir una cosa para que los que quieran entiendan otra, ofrecimiento que, sin duda, habían admitido los ofendidos periodistas que disponían de la grabación.
Un rato después, ese mismo medio de comunicación y en ese mismo programa, que casi coloca en la marginalidad la decisión del alcalde de sacar a la gestión privada parte de las instalaciones deportivas de su municipio, y que había jaleado a la oposición desde un pretendido alineamiento ideológico, mostraba las bondades del sistema privado de salud, sí ese en el que el que puede pagar entra y el que no se queda en la calle.
Se trataba de una clínica que pertenecía a una empresa, por lo demás en boga esos días por una muy difundida intervención quirúrgica, de la que se destacaba lo bien que se atendía en ella y la cantidad de medios, hasta lo máximo tecnológicamente disponible, que disponía.
Ello a través de entrevistas a directivos y médicos y sin elemento informativo objetivo que justificase tan cantidad de incienso radiofónico. ¡Vamos, que era un publirreportaje camuflado!
Probablemente no sean los mejores ejemplos, pero en Argentina o Venezuela esa emisora hubiese sido sancionada por no señalar la publicidad pagada y hacerla pasar por información, cosa que puede pasar en España porque la Ley no lo contempla para la radio, aunque sí para la televisión.
Esta es, digamos, la opción bifronte del medio, que se permite defender lo público cuando se trata de atacar al alcalde que no les da publicidad y lo privado cuando supone hacer caja aunque sea a costa de desdeñar la sanidad para todos.
Pero también los hay de una sola cara, como ha sucedido en un reciente programa de una televisión pública en la que se justificaba a más no poder la modificación de la Ley de Costas en una no demostrada corrupta y arbitraria aplicación de la anterior, con la defensa de los argumentos de los propietarios supuestamente afectados y la del secretario de Estado que ha dirigido la reforma legal.
De los 30 minutos y 27 segundos que dura el programa, sólo 1’46’’ están dedicados a dar la versión contraria, la que defiende la extensión del dominio público cien metros detrás de la mayor temporal conocido, curiosamente a través de la entrada de que uno de los afectados de cómo se gestiona este asunto en su país.
Aquí no parece que se pueda producir un caso de esquizofrenia: ahora veo la realidad de una forma y luego de otra, según quién pague. Lo que podría darse es un caso de trastorno de atención, no precisamente por hiperactividad, sino por falta de objetividad.