Según informes de medios, un alumno sordo fue obligado a quitarse los audífonos si quería acceder a su examen de acceso a la universidad. La decisión, tomada por el tribunal sin ningún criterio técnico, revela la falta de formación en inclusión y la confusión entre ayudas médicas y dispositivos como el pinganillo para exámenes.

El pasado mes, durante las Pruebas de Acceso a la Universidad (PAU), un estudiante con discapacidad auditiva fue forzado a quitarse sus audífonos si quería presentarse al examen. A pesar de haber informado previamente de su condición, y de tratarse de una ayuda auditiva reconocida médicamente, el tribunal decidió que no podía examinarse con ellos puestos por considerarlo un posible método para copiar en exámenes.
La escena se resolvió con una frase tajante: “Si no se los quita, no entra”. El joven, tras varios minutos de confusión y angustia, accedió a retirarlos y se examinó sin oír correctamente las instrucciones. El resultado no fue solo un perjuicio académico, sino una experiencia humillante que pone de relieve la vulneración de derechos fundamentales y la ausencia de protocolos adecuados en los exámenes oficiales.
Cuando el desconocimiento es una forma de discriminación
En España, el marco legal reconoce y garantiza adaptaciones razonables para estudiantes con necesidades específicas. Esto incluye a personas con dislexia, TDAH, trastornos del espectro autista y, por supuesto, a personas con discapacidad auditiva. Estas adaptaciones están diseñadas para garantizar que los alumnos puedan examinarse en igualdad de condiciones, no para ofrecer ventajas.
En el caso de los estudiantes con sordera, el uso de audífonos está explícitamente permitido, siempre que se trate de un dispositivo médico y esté documentado. Sin embargo, la práctica en muchos centros demuestra que estos derechos siguen siendo ignorados, especialmente por parte de quienes supervisan las pruebas y carecen de formación específica en inclusión educativa.
Lejos de aplicar protocolos informados, la reacción habitual ante cualquier aparato electrónico es la sospecha: “si suena, si se conecta o si tiene batería, puede ser un pinganillo para exámenes”.
Y en este punto, la confusión entre un audífono médico y un pinganillo con cámara para exámenes se vuelve dramáticamente habitual.
¿Qué es realmente un pinganillo para exámenes?
El pinganillo para exámenes es un dispositivo miniaturizado, diseñado específicamente para facilitar la copia en entornos académicos. Puede incluir conectividad con teléfonos móviles, micrófonos ocultos y transmisores inalámbricos que permiten la comunicación entre el estudiante y una persona externa.
También existen modelos más sofisticados, como el pinganillo con cámara, que incorporan una microcámara para transmitir imágenes de los ejercicios a otra persona en tiempo real.
Estos dispositivos están prohibidos, por razones obvias, en cualquier tipo de prueba académica. Pero el error está en equiparar estos elementos ilegales con herramientas médicas esenciales, como un audífono.
La diferencia técnica entre ambos dispositivos es abismal, y no puede ser ignorada por quien tiene la responsabilidad de decidir si un alumno puede o no presentarse a un examen.
Opinión de expertos: habla Sos Espías
Para abordar este tema desde una perspectiva técnica, hemos consultado a Sos Espías, una empresa especializada en dispositivos de comunicación discreta y vigilancia, conocida en el sector por proveer soluciones con funciones que permitirían su empleo como pinganillo para exámenes.
Según sus técnicos, la posibilidad de que un audífono moderno pueda usarse para copiar existe, pero es fácilmente controlable.
“Algunos modelos de audífonos de gama alta tienen Bluetooth, pueden reproducir sonidos o grabaciones, sí. Pero eso no significa que todos lo hagan ni que lo estén haciendo. Lo importante es detectar su conectividad, y eso se puede hacer con un móvil normal. También se puede exigir que se presenten en modo sin conexión o sin funcionalidades sospechosas”, explican desde Sos Espías.
La solución, por tanto, no pasa por prohibir a ciegas, sino por establecer protocolos de verificación técnicos que permitan identificar cuándo un dispositivo supone un riesgo real.
Entre las medidas que recomienda la empresa se encuentran:
- Solicitar con antelación el modelo exacto del audífono.
- Escanear dispositivos en la entrada del aula para detectar señales activas.
- Establecer zonas de examen con inhibidores selectivos de frecuencia (cuando sea legal y posible).
- Designar personal de apoyo con conocimientos técnicos.
Según Sos Espías, “proteger la integridad de un examen no puede justificar que se violen derechos básicos, especialmente cuando hay alternativas sencillas y eficaces para evitar fraudes sin excluir a nadie”.
El miedo a la tecnología, un problema de fondo
Uno de los motivos por los que se producen estas situaciones es el miedo generalizado al uso de la tecnología en el aula. La aparición de casos documentados de trampas con pinganillos ha generado una reacción desproporcionada, donde cualquier dispositivo electrónico es considerado una amenaza.
Este miedo, sin embargo, no ha ido acompañado de formación ni actualización de protocolos. En lugar de enseñar a distinguir entre un audífono médico y un pinganillo con cámara, se opta por la prohibición indiscriminada, que termina criminalizando la discapacidad.
El problema no es solo legal. Es humano. Y requiere empatía, sensibilidad y preparación.
La inclusión no se pide: se garantiza
Cuando un estudiante solicita una adaptación por discapacidad, no está pidiendo un favor, está exigiendo el cumplimiento de un derecho reconocido. Impedirle usar un audífono en un examen es tan grave como exigirle a una persona ciega que lea un texto impreso o a una persona con movilidad reducida que suba una escalera sin rampa.
La inclusión educativa no se limita al discurso institucional. Se demuestra en acciones concretas, como permitir que un alumno sordo escuche.
Las autoridades educativas tienen la obligación de garantizar que sus protocolos no solo protejan la legalidad del proceso, sino que respeten la dignidad y los derechos de todos los alumnos, incluidos aquellos con necesidades especiales.
Conclusión: un examen que todos suspendemos
El caso de este estudiante no es aislado. Es un síntoma más de un sistema que, en nombre del control, olvida a quienes más protección necesitan.
Confundir un audífono con un pinganillo para exámenes, y tomar decisiones sin comprobar, sin preguntar y sin empatía, es fallar el examen de la inclusión.
Y mientras tanto, como recuerda Sos Espías, existen formas claras, técnicas y humanas de impedir trampas sin dañar a los inocentes.
Porque si hay algo que un estudiante no debería tener que hacer nunca, es elegir entre escuchar o examinarse.



