Como diría una amiga, era parileño, es decir parisino afincado en Madrid. Mi amiga es el caso convexo del término: madrileña afincada en París.
Y desde esa doble condición urbana, Rémi Parmentier, cofundador de Greenpeace, ha luchado más de cuatro décadas en defensa del medioambiente, de los seres vivos y de la naturaleza. El planeta del ecologismo está de luto por la muerte de ese activista histórico que había nacido hace 68 años.
Hace medio siglo, Rémi Parmentier participó en una de las primeras campañas de defensa de las ballenas. Aquel fue uno de los capítulos que dieron la mayor amplitud mediática a Greenpeace. Dejó la organización en 2002.

Hace apenas mes y medio, recordaba aquella aventura:
–Formamos una pequeña tribu desconocida llamada Greenpeace, compramos un barco en el que nos embarcamos para proteger las ballenas y para extender nuestro campo de acción al vertido de desechos, contra la sobrepesca y para ampliar esa lucha a otros desafíos ambientales.
Parmentier decía hace dos semanas que había que rehuir el término océanos, así en plural, porque según él «sólo hay uno, el que nos une y el que nos distingue como planeta del resto del sistema solar. El océano es el que nos da la vida».
Lo dijo después de participar en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos, que se celebró en la ciudad francesa de Niza en la segunda semana de este mismo mes.
Como miembro fundador de Greenpeace Internacional, formó parte de la legendaria tripulación del Rainbow Warrior (Guerrero del Arco Iris), que impactó a la opinión pública mundial con acciones novedosas en defensa del planeta y, en especial, de la vida en los océanos.
Se atribuye el nombre de Rainbow Warrior a la neozelandesa Susi Newborn, asimismo cofundadora de Greenpeace y, desgraciadamente, también fallecida hace dos años.
En la estela de la lucha de Parmentier y otros activistas históricos del ecologismo global, hubo espacios de acción para algo más que defender a las ballenas. Se opusieron también a varias guerras y campañas bélicas, a los ensayos nucleares de Francia en el Pacífico.
En España, el primer buque Rainbow Warrior fue objeto de medidas legales y sus tripulantes detenidos en alguna ocasión. La industria ballenera lo acusaba de entorpecer la captura de ballenas frente al cabo Finisterre.
En 1980, el buque de Greenpeace fue retenido en Ferrol a finales del mes de junio, aunque sus tripulantes lograron escapar con el barco, tras cinco meses de retención. Entonces, se atribuyó la dimisión de un almirante a aquel incidente, pero nunca quedó claro que ese fuera el motivo.
Y años después, en 2003, el Rainbow Warrior fue asaltado por agentes de la Guardia Civil, que luego serraron la cadena de su ancla y remolcaron la nave, primero hasta la base militar de Rota y después hasta Cádiz.
Hay que señalar, sin embargo, que Rémi Parmentier había emprendido su propia singladura personal y no participó en todo lo citado anteriormente.

El 10 de julio de 1985, el Rainbow Warrior, que encabezaba una flotilla que navegaba para oponerse a los ensayos nucleares franceses en el atolón de Mururoa (en el Pacífico), resultó hundido en el puerto de Auckland (Nueva Zelanda) por una explosión prefabricada por los servicios secretos franceses. En ese atentado murió el periodista y fotógrafo portugués Fernando Pereira.

Una segunda versión del Rainbow Warrior, volvería a la carga en 1995 contra los ensayos nucleares. Un comando de la Armada francesa lo capturó, como había hecho la Guardia Civil española diez años antes.
Rémi Parmentier ha muerto dos meses después de que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, haya firmado una autorización para extraer –a gran escala– minerales de los fondos oceánicos. Incluso si se trata de aguas internacionales. Washington nunca ha ratificado los acuerdos internacionales destinados a proteger el fondo de los mares.
Parmentier fue fundamental para la aprobación del Protocolo de Madrid de 1991, que impulsó la protección de la Antártida ante las empresas petroleras y contra los vertidos industriales en las aguas marinas.
Pero recientemente Rémi Parmentier había expresado su pesimismo ante lo que llamaba ruido de fondo, que –pensaba– hace muy difícil que el discurso ecologista sea debidamente entendido en las conferencias y ámbitos internacionales.
En su última época, alertaba contra la falta de movilización ciudadana ante la inquietante perspectiva de la explotación extractivista del fondo de los océanos, amenaza fundamental contra la vida en el planeta y clave en la crisis climática.



