En la nave no tenemos armarios propiamente dichos, son compartimentos y los hay por todas partes, cualquier hueco se aprovecha para almacenar, incluso las paredes están llenas de velcros para sujetar cualquier utensilio o prenda.
En la Tierra la gente siempre ha guardado sus cosas en los lugares más inverosímiles. Uno de los lugares preferidos, cuando la civilización se asentó un poco, fueron los armarios. Se les puede denominar de mil maneras, alacena, aparador, closet, cómoda, ropero,… pero lo fundamental es que sirven, ya saben, para guardar, proteger, esconder lo inimaginable.
Incluso secretos. Los documentos, los tesoros de la abuela y tuyos, las escrituras de propiedad, las deudas propias y ajenas. Y ropa, interior y exterior, de verano, de invierno, incluso de entretiempo. Hay personas que necesitan habitaciones enteras como armarios para sus zapatos, o sus camisas, pantalones, faldas, chaquetas, jerséis, los llaman vestidores, y a veces, sin ningún pudor, incorporan espejos.
Pero uno de los usos principales de los armarios es que sirven para guardar los secretos más íntimos. Y de los gordos. Sin ir más lejos ahí, en un armario, es dónde muchas personas esconden su intimidad. Porque hubo un tiempo en el que determinadas identidades tenían que estar guardadas bajo siete llaves, en los lugares más recónditos de los armarios.
Había profesiones, no hace mucho, en las que no estaba bien visto cualquier tipo de orientación que no fuera la normal, así muchos y muchas profesionales las fueron abandonando porque no soportaban el estrés de tener quebesconder continuamente sus deseos por temor a ser descubiertas, o descubiertos, y estar expuestas al escarnio público, así eran las cosas.
En los primeros tiempos de la nave la estrategia era el «no preguntes, no lo cuentes» con el que un presidente de los Estados Unidos intentó normalizar la situación de las personas que pudieran tener secretos en el armario. Fue una ley muy criticada en su momento por los colectivos afectados pero que en cierto modo normalizó la situación.
Como ya dije, en la nave no hay armarios, y cada persona puede vivir con naturalidad su sexualidad, el recorrido de las tripulaciones precedentes allanaron el camino para quienes fuimos llegando después. En estas fechas también se celebra el Día del Orgullo.
La situación en general ha mejorado bastante pero los tiempos que vienen no son nada buenos. La atracción que se está sintiendo por las nuevas, viejas, ideas totalitarias, incluso por gente de estos colectivos, están arrasando con la democracia, con el respeto, con el derecho a expresar y vivir libremente la sexualidad. Es decepcionante comprobar que todo lo conseguido se puede venir abajo con la llegada de los que quieren recortar todo tipo de derechos, de los que no están dispuestos a tolerar cualquier idea que no sea la suya, cualquier sexo que no sea el que ellos predican, o practican.
Las democracias se están muriendo porque no sabemos cuidarlas, porque las damos por asentadas, porque pensamos que nunca habrá retrocesos en las conquistas igualitarias. Parece mentira que con todo lo que se ha sufrido, y más estos colectivos, la sociedad esté dispuesta a abrir las puertas a quienes quieren cerrarlas del todo, las de los armarios incluidas.
En la flota, de momento, el «no preguntes, no lo cuentes» está superado y los derechos están garantizados, pero como en los Estados Unidos, en Rusia, en Hungría y en tantos otros países, las fuerzas reaccionarias no están dispuestas a consentir que este espacio de libertad conseguido se mantenga. Y ya están tomando medidas.
La multitud, las miles de personas que se manifestaron en Budapest el fin de semana pasado a pesar de la prohibición expresa y amenazante de su homófobo primer ministro Víktor Orbán, fue una gran y merecida respuesta al desafío al que nos enfrentamos.
Como decía el lema de la gran, y divertida, manifestación del Orgullo LGTBI+ de ayer en Madrid «Veinte años avanzando, ni un paso atrás en derechos».



