Hemos vuelto a la nave después del periodo vacacional.

Pero antes hemos cumplido con nuestro viaje anual a Jaca, Huesca, para participar en el Taller de Pintura al Fresco del que venimos dando cumplida cuenta desde hace dos años. Esta es la décimo quinta edición, la cuarta nuestra, lo organiza, como saben, la Asociación Sancho Ramírez, bajo la dirección artística de Pilar Cano y Juan Manuel Bote, reconocidos restauradores de arte.
En esta ocasión, tal como informa en su edición del viernes El Pirineo Aragonés las reproducciones que han elaborado las personas inscritas en las dos ediciones se han centrado «en la iconografía de Santa María de Iguácel, a partir del célebre frontal del altar conservado en el Museo Diocesano de Jaca. Cada participante realiza un fragmento de 50×50 cm -ángeles entre nubes, Asunción, el abrazo de la Visitación o la Natividad con Celoni y Salomé- con la técnica histórica del fresco: preparación del soporte con morteros de cal, transferencia de la sinopia (copia exacta sobre papel que se transfiere al yeso) y aplicación de pigmentos al agua y pasta de cal, rematando con retoques en seco. El objetivo es «hacer vivir en dos días la experiencia completa de (realizar) un fresco románico y cambiar la forma de mirar estas pinturas» se explica desde la organización». (elpirineoaragones.com)
El trabajo ha sido un poco más complicado ya que las pinturas a reproducir no se hicieron sobre un muro sino sobre una tabla y era necesario convertir las capas de pintura sobre la madera en pintura mural, doble complicación para los profesores que han solucionado con toda solvencia, como se puede apreciar en los resultados. La experiencia bien vale la pena y la prueba es que cada año más personas quieren participar y ya se está pensando en organizar tres turnos durante una semana.
No sólo es el taller, es la ciudad de Jaca con toda su historia detrás, es su Catedral, su casco antiguo, todo el arte que se acumula en los alrededores, es el entorno de los Pirineos, pero sobre todo su gente, la de la ciudad y la de las personas que participan de una u otra manera en estas jornadas. Es la sensación de parar el tiempo, de la conversación sosegada, del compañerismo y la complicidad. Algo que echamos tanto de menos en nuestro día a día.
Además, este año la conferencia que se suele celebrar entre los dos turnos del Taller ha sido una sorpresa extraordinaria. El título ya avanzaba el interés, «Una hiedra trepa por la pared. La botánica en las pinturas murales». El ponente, Eduardo Barba, jardinero, investigador botánico en obras de arte, paisajista y profesor de jardinería, según Google Books. Ha publicado varios libros, entre ellos «El jardín del Prado. Un paseo botánico por las obras de los grandes maestros» o «Guía botánica del Museo de Huesca». Es colaborador de la Ser y El País.

Pero sobre todo es un gusto escucharle, conocerle. Empezó su conferencia y fueron nuestras bocas las que se fueron abriendo de sorpresa, de admiración, por su profundo conocimiento y por la manera de transmitirlo. Fue una auténtica revelación, que quedó colmada con un largo y caluroso aplauso.
Es curiosa su primera definición cuando lo buscas en internet, jardinero. Fue su respuestas cuando fue interpelado desde el público con ironía a qué se dedicaba en realidad, su respuesta fue la misma, soy jardinero. Puede parecer una humilde definición de sí mismo, pero en absoluto lo es a mi entender. Jardinero, el que cuida, mima, embellece las plantas. Él las conoce y nos las sabe mostrar en todo su esplendor.
Y eso fue lo que hizo durante toda la conferencia. Normalmente, los no iniciados, cuando nos enfrentamos a una pintura, observamos y contemplamos el motivo principal en primer lugar, luego los distintos elementos que rodean la escena, pero vemos los motivos vegetales como una mera decoración accesoria. Nada más lejos de la realidad, Barba, nos ha iniciado en la interpretación del mundo vegetal en las pinturas desde que la humanidad empezó a recrear la realidad.
En esta ocasión se apoyó en las pinturas murales del Monasterio de Santa María la Real de Sigena, del que también nos hemos ocupado en estás páginas (El afer Sigena). Y por una vez en estos tiempos sólo se habló de su maravillosa Sala Capitular, sin el componente político y social en el que últimamente está inmersa. Sólo se habló de su belleza pictórica y los secretos que del mundo vegetal guardan sus imágenes.
Nos fue mostrando las imágenes de las plantas de esta Sala comparadas con otras escenas anteriores y posteriores de todo el recorrido a lo largo de la historia del arte. Como las palmeras, los pinos, los cipreses, las hojas de acanto, las viñas, las higueras, los frutos, todo tipo de vegetación forma parte de las escenas representadas y no como meros recursos ornamentales, con todo su protagonismo y significado.
Una escena del Antiguo Testamento no sólo es la representación de Adán y Eva en un primer plano, es el árbol de la vida, de la tentación, su fruto, higo o manzana, las hojas que ocultan sus vergüenzas o los roleos que rodean las escenas o que limitan los arcos también forman parte del mensaje, de una manera clara o discreta, pero dichas escenas no serían lo mismo sin todo el mundo vegetal.
Ahora cuando miremos una pintura nos acompañará Eduardo Barba y sabremos que tenemos que prestar atención al mensaje que las plantas nos quieren transmitir. Ha sido un verdadero lujo poder asistir a esta conferencia, pero más aún conocer a tan entrañable divulgador.



