Amani acaba de cumplir 22 años. Hace dos meses huyó de la guerra civil en Siria y abandonó su casa de Damasco. Tras un viaje peligroso que le llevó toda la noche, llegó a Zaatari, el campamento de refugiados situado en la frontera de Jordania donde desde hacía un año vivían sus padres y dos hermanas, informa Annabell Van den Berghe (IPS) desde el campamento de Zaatari, en Jordania.
En Damasco, Amani había vivido con su esposo y cinco hijos en un apartamento ubicado en plena ciudad vieja. Como muchas muchachas sirias, se casó cuando era aún una niña. Acababa de cumplir 15 cuando encontró al hombre de sus sueños y decidió contraer matrimonio.
«En Siria las cosas son diferentes», dijo a IPS. «Las muchachas se casan muy tempranamente; es una tradición. Pero eso no significa que a todas nos casen con extraños. Yo elegí a mi esposo y él me eligió a mí. No podríamos haber sido más felices que cuando estábamos juntos».
Después de tener a sus cinco hijos, la guerra civil estalló en el país que ella amaba, pero cuyas políticas consideraba injustas y cuyo gobierno le parecía corrupto. Vivir en la capital, que todavía estaba bajo el control del presidente Bashar al Assad, no le facilitó las cosas ni a ella ni a su familia.
Su esposo tomó las armas desde los primeros días de la revuelta armada, y se integró al Ejército Libre Sirio. Pronto se convirtió en líder de uno de los mayores batallones que combatían al régimen en Damasco.
La propia Amani combatía en filas rebeldes, pese que tenía cinco hijos que cuidar: «Las mujeres no somos tan fuertes como los hombres, pero a veces somos más estratégicas. Uno no puede funcionar sin el otro», dijo. Pero un devastador ataque contra su apartamento mató a su esposo y a cuatro de sus hijos.
Amani escapó y apenas logró salvar a su hija menor: «Cuando oí que se acercaban los aviones del régimen, escondí a mi hijita bajo la pileta de nuestra cocina. Cabía justo en el pequeño espacio que estaba junto a la basura. Era apenas una bebé. Los otros niños habían corrido hacia su padre para buscar protección. Y yo, sumida en el pánico y para ver qué estaba ocurriendo, corrí hacia la calle», relató.
«Segundos después de haber llegado a la calle, una explosión destruyó toda la casa. Entre los escombros solo pude hallar a mi pequeña bebé», añadió.
Luego de la tragedia, Amani hizo el peligroso viaje de Damasco hasta el campamento de refugiados. Pero la vida en Zaatari no fue en absoluto un alivio: «Estamos encerrados como monos en una jaula. Apenas entras al campamento, ya no hay manera de salir», agregó.
El campamento está superpoblado. Un mar de tiendas de campaña ocupa 3,3 kilómetros cuadrados, albergando a 150.000 refugiados, tres veces la cantidad para la que fue construido hace casi dos años.
El asentamiento artificial, ubicado en medio de un seco desierto, padece tormentas de arena y enfermedades. La poca ayuda humanitaria que llega al campamento no puede alcanzar a todas las personas que la necesitan. Quienes quieren pan o mantas para protegerse del frío tienen que comprárselas a individuos que reciben esta asistencia de modo gratuito, y luego la venden ilegalmente.
En el campamento se ha consolidado toda una economía clandestina. La lucha por los alimentos es feroz, y solo unos pocos afortunados ganan suficiente dinero para mantener a una familia.
«Trabajo siete días a la semana, por lo menos 10 horas por día, para una organización no gubernamental que se ocupa de los niños más pequeños del campamento. Luego de trabajar una semana entera, cobro tres dólares. Con una madre enferma, un padre anciano y una bebé a la que cuidar, esta vida es insostenible», dijo Amani.
«Mi hermana mayor y su esposo todavía tienen a todos sus hijos, gracias a Dios, pero esto significa cinco bocas más para alimentar», añadió.
Alimentar a una familia de 10 integrantes con apenas tres dólares semanales es imposible. Amani trajo a su hermana menor, Amara, para que trabajara en la misma organización no gubernamental. Pero duplicar el ingreso tampoco alcanzó para mantenerlos a todos.
Había una sola manera de obtener dinero con celeridad, una vía que muchas familias habían seguido antes de que lo hiciera Amani: vender a una de las muchachas. Amani vendió a su hermana Amara, de 14 años, para una especie de matrimonio.
«En Siria no es raro casarse a los 16 años. La mayoría de los hombres árabes son conscientes de esto, y a menudo vienen a Siria para encontrar una novia joven. En estos días vienen a buscarlas a los campamentos, donde casi todo el mundo está desesperado por irse», explicó.
«He visto jordanos, egipcios y sauditas pasando por las tiendas en busca de una virgen que llevarse. Pagan 300 dólares y obtienen a la muchacha de sus sueños», agregó.
Amani dijo que no tuvo opción. «Yo sabía que ella no estaba enamorada, pero también sabía que él la cuidaría. Me habría vendido a mí misma, pero Amara era la única virgen en nuestra familia. Tuvimos que venderla para permitir que sobreviviera el resto de nosotros. ¿Qué más podía hacer?», planteó.
Fue así como Amara contrajo matrimonio con un hombre saudita que pasó por su tienda y le pidió su mano a su padre. Eso fue después de haber conocido a Amani, quien le había hablado de la desesperación financiera de la familia y de su hermana menor, a quien todavía no habían casado. Con esta boda, Amani obtuvo un dinero crucial para su familia… por lo menos por ahora.
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