En Catalunya, los únicos creibles son los que piden la independencia y los que se oponen a ella. Los demás son malabaristas de las palabras. Los angañabobos.
Los favorables a la independencia de Catalunya y los sontrarios a ella, juegan limpio. Dicen las cosas por su nombre. Los otros juegan con la gente. Dicen lo que no piensan o piensan lo que no dicen.
Y así, el circo continúa. Prensa, radio y televisión no hablan de otra cosa. Y la opinión pública anda más confusa y perdida que nunca. Los que debieran orientarla, no hacen más que distraerla de los problemas reales y confundirla.
Les hablan del «derecho a decidir», del «derecho a votar» , del «necesario referéndum», de la «ineludible consulta», pero no saben, ni se ponen de acuerdo, sobre qué «decidir», «votar», «referendar» o «consultar». Solo lo tienen claro, según parece, los independentistas y los antiindependentistas».
Lo de «decidir», «votar», «referéndum» y «consulta» nació del deseo y voluntad de independencia. Por esto los defensores y detractores lo tienen claro. Los demás se han subido al carro de esta movida, por oportunismo, a golpe de manifestaciones multitudinarias y ambiguas, que han visto como una marea que se lo lleva todo por delante.
Llagado el momento de concretar, todo son discrepáncias, palabras vacías o de doble o múltiple sentido. No saben como compaginar deseo con oportunismo, Ilusionismo con realismo. Posibilidad real con virtual. Estamos en democrácia -más o menos imperfecta o inacabada- , pero en un sistema democrático de derecho que costó muchísimo consegir, y que habrá que perfeccionar y acomodar a los cambios sociales. Pero no se puede echar por la borda.
Invocar legitimidades es lícito y razonable. Pero hay muchas legitimidades. El marco constitucional debe incluir el máximo número posible de ellas, pues todas son respetables. Pero en un estado democrático de derecho, la primera legitimidad es la establecida por la voluntad popular de forma legal y democrática. Hay que tenerla en cuenta, aunque sea para modificarla o cambiarla en su formulación político-juridica.
De aquí el enrevesado problema de formular la «pregunta» para la famosa «consulta».
Si la consulta -sobre la opinión, deseo o voluntad- se plantea entre independència o no independencia, el simple hecho de formular esta disyuntiva, es decir, de considerar la independencia como una posibilidad real, ¿no supone admitir de hecho el carácter soberano del pueblo catalán, como ya se proclamó en la Declaración del Parlament, recurrida precisamente ante el Constitucional?
Una pregunta así, difícilmente podría no ser también recurrida, pues admite, implícitamente, la hipótesis de la secesión de Catalunya, contraria a la letra y al espíritu de la Constitución, que -guste o no- consagra como indiscutible la «unidad» y «soberania» nacional de España.
Por tanto, mientras no se reforme la vigente Constitución este tipo de pregunta no podrá prosperar, ni por el artículo 92 ni por el 150.2, ni ninguno, por mucho que se venda como viable. Y seguramente tampoco, gobierne quien gobierne, en el caso de una hipotética modificación del texto constitucional, ya que este punto de la «unidad y la soberania» siempre será considerado esencial. Contra esta postura, no cabria más que la incierta rebelión. ¿Quién la quiere?
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Jamás en la Historia la independencia de un territorio la ha decidido TODO el país, sino sólo el territorio interesado. Ello por ser un evidente fraude jurídico, político y hasta humano que ya ha rechazado la ONU en muchas ocasiones. ¿La independencia del Tibet la decide toda China?. ¿La del Sáhara Occidental todo Marruecos?. Lo mismo con Escocia, Québec, Montenegro, etc. Es una tomadura de pelo que me avergüenza,
Según este razonamiento un hijo no podría separarse de su familia sin el consentimiento de toda la familia porque la familia es una «unidad soberana»…
Vamos, los pueblos pueden ir por donde más les convenga y tienen el derecho de autodeterminarse.
Si se quieren tirar al precipicio, pues que lo hagan, es su decisión.
Los razonamientos jurídicos no tienen sentido cuando las razones son emocionales.
España se ‘reconquisto’ violentamente y borro «el Moro» de su historia y de su pasado, conquisto medio mundo a punta de espadas y crucifijos y no fue capaz de descolonizar, intento por todos los medios a su alcance «reconquistar» el Nuevo Mundo. Ahora no es capaz de asumir que una parte de su territorio piense en separarse bajo el pretexto que esto concierne a «todo el mundo» y «todo el mundo» tiene derecho a decidir.
Pues no, los derechos colectivos terminan donde empiezan los derechos individuales y Cataluña es uno de los individuos que componen la sociedad española y como tal tiene todo el derecho de querer separarse o no.
El cuento del «matrimonio indisoluble» es historia patria, ya no vale.
Vivo en Barcelona, no soy independentista (ni de lejos) pero pienso que si la mayoría de los catalanes quiere una consulta para decidir si quieren o no un referéndum para la independencia, están en todo su derecho.
Hace 300 años Cataluña fue aplastada por una alianza entre los franceses y los Borbones (Felipe de Borbón) y poco a poco se va ir acercando la fecha fatídica del 11 de septiembre 2014. Sería bueno que España empezará a reflexionar antes de actuar atizando el fuego y generando cada día más y más heridas.
¿No sería mas racional e inteligente facilitar el referendo y argumentar razonablemente porque no debe separarse Cataluña de España que esconderse detrás de argumentos «constitucionales» sin sentido cuando el que habla es el corazón?