Amparo Rivelles nació en Madrid el 11 de febrero de 1925 y con 13 años debuta en Barcelona en la compañía teatral de su madre, la renombrada actriz María Fernanda Ladrón de Guevara, en la comedia Siete Hermanas, de Leandro Navarro, y falleció este 7 de noviembre de 2013 a los 88 años de edad.
Pero también sus abuelos, Jaime Rivelles y Amparo Guillén, eran actores, y actor era su padre, Rafael Rivelles. Por lo tanto, viene de una familia de actores consagrados. Además, era hermana de Carlos Larrañaga, por parte de madre, y tía, por tanto, de Amparo Larrañaga y Luis Merlo. No se puede pedir más.
Lo cierto es que la actriz Amparo Rivelles llenaba la escena con su presencia (era una mujer alta, bellísima y muy elegante), pero sobre todo con su voz (cultivada e imponente), y cuando ella aparecía, el escenario se iluminaba y todo se ponía a girar en torno a ella. Una gran dama de la interpretación y de la vida.
En lo personal, esta gran actriz fue una mujer valiente y luchadora que, en una época donde no era fácil ser madre soltera, y mucho menos conseguir buenos papeles siéndolo, llevó a feliz término su maternidad sin que nadie haya sabido nunca el nombre del padre de su hija.
Escribo esta semblanza cuando apenas acaba de morir, en noviembre de 2013, un mes inclemente como pocos que este año, en Madrid, lo ha sido de manera especialísima. El sábado en que estuvo su cuerpo en el Teatro Alcázar hacía sol, pero en las calles soplaba un viento helado.
Por ponerle un poco de humor a lo inevitable trágico humano, contaré cómo su hermano Carlos Larrañaga, en una rueda de prensa celebrada en el Hotel Intercontinental de Madrid una mañana soleada de aquellas en que la crisis aún no asomaba su frío bigote, contó una anécdota referida a su madre. Una anécdota teatral, puesto que teatral era toda la familia. Y decía así Carlos Larrañaga con su característica parsimonia, delante del empresario Enrique Cornejo y los actores que iban a actuar junto a él en el Teatro Reina Victoria y que lo miraban extasiados: «Sobre el éxito que espero alcanzar, recuerdo una cierta vez en que mi madre, María Fernanda Ladrón de Guevara, viéndome muy afligido porque la función no había ido todo lo bien que esperaba, que todos esperábamos, me llamó a su tocador y me dijo mientras se peinaba alegremente: Hijo mío, en Teatro se dan a veces éxitos inenarrables, éxitos incluso indescriptibles. Pero el nuestro de hoy ha sido totalmente descriptible». Y Amparo Rivelles era también hija de esta gran actriz maravillosa.
Amparo Rivelles ha sido una de las actrices más importantes de las artes escénicas en España y en la América hispana en la segunda mitad del siglo XX y en lo que va del XXI, y por ello fue galardonada en múltiples ocasiones. Así, obtuvo el Premio Nacional de Teatro (1996) por Hay que deshacer la casa, de Sebastián Junyent, que marcó un gran éxito en los escenarios de Madrid, y un título, por cuya interpretación, obtuvo también Amparo Rivelles el Premio Goya a la mejor actriz, trabajos ambos -el teatral y el cinematográfico- que desarrolló en 1985 y 1986 respectivamente.
Y fue precisamente el éxito cosechado con Hay que deshacer la casa lo que la animó a quedarse definitivamente en España después de más de 20 años de exilio voluntario y fértil en México.
Una apabullante carrera
Según el Diario ABC (08/11/2013) ya en 1947 recibió el premio CEC (Círculo de Escritores Cinematográficos) por La Fe, de Rafael Gil, y por Fuenteovejuna, de Antonio Román, rodada ese mismo año, con Manuel Luna, Carlos Muñoz y Fernando Rey entre otros destacados intérpretes de un elenco magnífico. En 1940, con apenas 15 años, intervino en la película Mari Juana, de Armando Vidal, aunque como hemos dicho, había empezado antes, a los 13. Su belleza, su buena dicción y las maneras elegantes conquistaron al público de la época, que hizo de ella una verdadera estrella con unos éxitos de taquilla impresionantes. Un contrato con la Compañía de cine Cifesa le permitió hacer casi una veintena de películas en la década de los 40 con grandes éxitos. Y llega Mister Arkadin (1954), de la mano de Orson Welles, y a continuación, su trabajo a las órdenes del argentino Tulio Demicheli en La herida luminosa (1957). Precisamente en 1957 inició su estancia en México que, por felices circunstancias personales y profesionales, se alargó durante veinticuatro años. Y aún antes, apenas empezada la década de los 50, sobresalen dos películas protagonizadas por ella: Alba de América (1951), de Juan de Orduña, y El indiano (1954), dirigida e interpretada por el mexicano Fernando Soler. Su primera película en México fue El esqueleto de la señora Morales (1959) una comedia de humor negro escrita por Luis Alcoriza y dirigida por Rogelio A. González. Dicho título inaugura una generosa filmografía entre las que destacan los melodramas familiares como Los novios de mis hijas (1964), El día de las madres (1968) y El juicio de los hijos (1970). También intervino en numerosas teleseries como Pecado mortal (1960) Pensión de mujeres (1960) y Pasiones encendidas (1978) y producciones de aire español como La casa de Bernarda Alba (1980), escrita por Luis Alcoriza y dirigida por Rogelio A. González.
Para su definitivo retorno a España, al menos en lo profesional, influyó también el éxito de la serie televisiva Los gozos y las sombras (1981), basada en la novela de Gonzalo Torrente Ballester, donde su hermano Carlos Larrañaga tenía el papel principal, y La Regenta.
Pasión por el teatro
Si la lista de películas es apabullante, ésta es la nómina de obras teatrales que suministra Wikipedia: La duda, versión de El abuelo, de Benito Pérez Galdós (2006). La brisa de la vida, de David Hare, con dirección de Lluís Pasqual (2004). Paseando a Miss Daisy, de Alfred Uhry (2001). Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona (1999). Los padres terribles, de Jean Cocteau, adaptada por Rodolf Sirera y dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente (1995-97). El canto de los cisnes, adaptada por Rodolf Sirera y dirigida por J. C. Pérez de la Fuente (1993-94). El abanico de Lady Windermere… o la importancia de llamarse Wilde, versión de Ana Diosdado de la obra de Oscar Wilde, con dirección de J. C. Pérez de la Fuente (1992-93). Rosas de otoño, de Jacinto Benavente, con dirección de José Luis Alonso (1990). La loca de Chaillot, de Jean Giraudoux, con dirección de José Luis Alonso (1989). La Celestina, de Fernando de Rojas, con dirección de Adolfo Marsillach (1988). Hay que deshacer la casa, de Sebastián Junyent (1985). El caso de la mujer asesinadita, de Miguel Mihura y Álvaro de Laiglesia, con dirección de Gustavo Pérez Puig (1983).
El hombre del atardecer, de Santiago Moncada, con dirección de Mara Recatero (1981). La voz humana, de Jean Cocteau (1981). Salvar a los delfines, de Santiago Moncada (1979). Anillos para una dama, de Antonio Gala. Requiebro, de Antonio Quintero (1954). Una mujer cualquiera, de Miguel Mihura, con dirección de Luis Escobar (1953). Huis Clos (A puerta cerrada), de Jean-Paul Sartre, con dirección de Luis Escobar (1947). A las seis en la esquina del bulevar, de Enrique Jardiel Poncela (1946). El amor del gato y del perro, de Enrique Jardiel Poncela (1945). Don Juan Tenorio, de José Zorrilla (1945). Campo de armiño, de Jacinto Benavente (1945). La madre guapa, de Adolfo Torrado (1939).
Premios y más premios
Después de tan exitosa carrera en que simultanea alternándolos cine y teatro, ya en la primera década del siglo XXI, asentada definitivamente en España, Amparo Rivelles centró sus esfuerzos en el teatro obteniendo el 19 de abril del 2004 el IX Premio Nacional Pepe Isbert a toda una carrera. Otros premios recibidos fueron el Miguel Mihura, el ACE de la crítica de Nueva York, el Lope de Vega, el Premio Ercilla 2003, la Medalla de Oro al mérito Círculo de Escritores Cinematográficos (2006), el Mayte de Teatro por Los padres terribles (1995). En 2003 triunfaba de lleno en el Teatro La Latina de Madrid con Paseando a Miss Daisy.
Otros nombramientos dignos de mención han sido el de Doctora Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia (2005), así como su Estrella en el Paseo de la Fama de Madrid (2011). Pero hasta el último día recibió homenajes personales y profesionales, como el Premio Qué-arte-Artes escénicas 2012.