Wifredo Espina
El Rey, en su mensaje de nochebuena, ha hecho lo que debía y podía hacer: centrar el juego. Nada más. Que no es poco en este momento demasiado confuso y convulso.
Este es su papel institucional, el papel de la Monarquía. Si no hiciera eso, sobraría. Y si hiciera menos o más, se saldría de su guión. Y crearía un problema. Tiene marcado su terreno de juego arbitral, propio de una democracia parlamentaria y constitucional.
Ha cumplido con su papel con realismo. Él o los que le asesoran, pero él pone la firma y da la cara. Que es lo que importa.
Ha centrado el juego en lo económico y social: “Para mí, la crisis empezará a resolverse cuando los parados tengan oportunidad de trabajar”. Ciertamente, no bastan las grandes cifras oficiales u oficiosas, demasiadas veces virtuales o engañosas para el ciudadano.
En el terreno de la corrupción ha precisado que “los casos de falta de ejemplaridad en la vida pública, han afectado al prestigio de la política y de las instituciones” y “que la sociedad española reclama hoy un profundo cambio de actitud y un compromiso ético en todos los ámbitos”. Y, como no podía ser de otra manera pues habría sido escandaloso, ha asumido su propio compromiso en este tema.
Una llamada a nuevos acuerdos para la convivencia: “Hay voces en nuestra sociedad que quieren una actualización de los acuerdos de convivencia. Todas estas cuestiones se podrán resolver con realismo, con esfuerzo, con un funcionamiento correcto del Estado de Derecho y con la generosidad de las fuerzas políticas y sociales representativas”.”En una España abierta –subraya- cabemos todos”. Una clara advertencia a las posturas inmovilitas de todo signo.
Respecto de la unidad y diversidad ha concretado que “nos unen la intensidad de los afectos y lazos históricos, las culturas que compartimos, la convivencia de nuestras lenguas, la aceptación del diferente. Nos une la extraordinaria riqueza de un país diverso, de culturas y sensibilidades distintas”. Pero la diversidad no solo debe ser proclamada, sino realmente reconocida y respetada como algo esencial del todo.
Y ha dado un mensaje de estabilidad institucional y compromiso ético: “Mi determinación de continuar estimulando la convivencia cívica, en el desempeño fiel del mandato y las competencias que me atribuye el orden constitucional”, y “la seguridad de que asumo las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad”. Es decir, que no piensa en abdicar, y toma nota de que la “ejemplaridad” bien entendida empieza por uno mismo.
Se esté de acuerdo o no con su contenido, este mensaje navideño del Rey contribuye a centrar el juego político y social que vive el país. Ha obviado la música angelical de los villancicos, para “hacerse carne” en una vida más real.