En un pase único a las cuatro de la tarde ha sido presentada en competición en Cannes la película turca «Sueño de invierno» de Nuri Bilge Ceylan, un brillante largometraje de tres horas y dieciséis minutos de duración, que ha sido este año la «maltratada» en la programación de esta selección oficial.
Siendo limitadas las plazas de prensa en esa función, una buena parte de los medios informativos acreditados no ha podido ver esta película de indudable calidad cinematográfica, aunque larguísimo y disuasivo metraje.
Con una cinta negra en señal de luto por la tragedia de la explosión de una mina de carbón en la localidad turca de Soma, Ceylan y los miembros de su equipo de Soma acudieron a esta proyección. Bilge Ceylan es un fiel participante de este festival al que ha venido dos veces como jurado y en donde ha proyectado con éxito cinco de sus siete películas.
En 2003 «Uzak» ganó el premio del jurado, en 2006 «Les climats» obtuvo el premio de la Fipresci y fue galardonado en 2004 con la Carroza de Oro en la Quincena de realizadores. En 2008 se llevó el premio al mejor director con «Los tres monos», y en 2001 repitió premio del jurado con «Erase un vez en Anatolia» .
El único premio que le falta junto a esos galardones es la Palma de Oro, y sin duda su película tiene cualidades para aspirar a esa distinción, aunque su único handicap es su excesivo metraje, que va a dificultar su distribución comercial.
«Winter sleep» nos habla de un viejo intelectual y retirado actor de teatro que regenta un hotel en una casa troglodita en la apartada y muy turística región turca de Capadocia. En pleno invierno, en magníficos paisajes nevados, ese hombre retirado del mundanal ruido de Estambul sigue escribiendo artículos para la prensa, mientras lleva una vida de adinerado y poderoso patriarca local.
La película se compone de varias y muy largas secuencias que empiezan con un pequeño conflicto local, cuando un niño tira una piedra contra el auto del hotelero, para vengar así la pisoteada dignidad de su familia y de su padre borracho, que viven en la miseria. Ese incidente va a ser el detonador de una reflexión humana e intimista sobre esos personajes: el rico propietario intelectual, la hermana separada de su marido, su joven, ociosa y desilusionada esposa, el encuentro con la familia pobre y desahuciada, un viejo amigo en una genial secuencia de borrachera que acaba en agua de borrajas. Largos e interesantes diálogos que se interrogan sobre el sentido de sus vidas, en los que sus personajes ponen al desnudo su carácter y se cantan por así decirlo sus cuatro verdades.
A la manera de un Casavettes, en largas secuencias de plano y contraplano descubre Ceylan el punto de vista de cada uno de ellos, su egoísmo, su fragilidad, su carácter superficial, sus frustraciones, su patética humanidad.
La superficialidad y la arrogancia de ese intelectual todopoderoso en su hotel como en su hogar y en sus propiedades, contrasta con la dignidad que expresa la mirada del niño en esa miserable familia turca que se niega a pedir excusas, o también el desesperado gesto de su padre alcohólico que rechaza la generosidad de la esposa del propietario.
Una película ambiciosa, que hubiera ganado mucho con un metraje más accesible a un amplio público. No sé si se atreverá el jurado presidido por Jane Campion a darle la Palma de Oro a una película de difícil distribución comercial, pero en todo caso, creo que la de Ceylan la veremos de una u otra manera en el Palmarés final.
Una película la de Ceylan que exige una gran disponibilidad del espectador y que ganará sin duda mucho en ser vista y revista fuera del vertiginoso y acelerado mundo festivalero.