Dicen que los alemanes piensan que los españoles somos poco trabajadores (creo que señalan que estamos muy ociosos, pero con un sentido negativo), corruptos y, por ende, desconfían de nosotros. Son los últimos datos de una encuesta del Observatorio Marca España. Lo cierto es que siempre me ha preocupado la altura moral de un país, de unos ciudadanos, cuando se sienten capaces de hablar mal de otros. Me ha preocupado, sinceramente, porque las opiniones genéricas sobre nacionales de otros Estados suelen estar cargadas de tópicos, de duros estereotipos, de palabras mal intencionadas y de un desconocimiento supino, actitudes éstas que complican mucho la comunicación y el entendimiento.
Yo, sin más dilación, invitaría a los alemanes a venir más a España, pero no entre prisas, sino con hábitos de conocerla de verdad, para lo cual uno precisa que este periplo fuera algo más que de meros turistas. No siempre las percepciones mutuas en los trasiegos por el extranjero como visitantes de ocio (en este caso, sí) son las que nos gustaría, y lo digo por la visibilidad, escasa, que se pueda dar desde ambas ópticas.
No me gustan los enredos y los debates que pueden conducir a titulares sin más recorrido y, en consecuencia, con vanos resultados. No obstante, puedo y debo decir que es más que evidente que se equivocan. Es injusto que nos caractericen así. A un país se le conoce por lo que sabe de otro, y también por lo que ignora. No nos ven, aunque nos miren.
España está llena de gentes trabajadoras, que incluso en momentos de injusticia social han tenido que ir como emigrantes a levantar naciones enteras, como fue el caso de la propia Alemania. Sin entrar en especificidades históricas, creo que los germanos olvidan que hicimos algo por la vuelta de su país a la normalidad tras la Segunda Guerra Mundial. Miles de españoles, como de otras nacionalidades, laboraron duro por ello.
Creo que el asunto de la corrupción también los lleva por sendas extrañas. Siendo como es, España, un país de laboriosas personas, lo es igualmente de ciudadanos bondadosos y leales. No entro en estamentos y responsabilidades (daría para otro extenso artículo), pero sí en que las gentes de a pie se entregan diariamente a sacar adelante multitud de faenas, incluyendo el sostén de unos valores que otros quisieran para sí. El sentido de la familia que aún tenemos los españoles nos está permitiendo soportar eventos que de otro modo serían imposibles. Sin lugar a dudas, la inmensa mayoría de nuestros compatriotas son personas honestas que cumplen con sus deberes y compromisos. Lo que pasa es que esta “normalidad” llama poco la atención de los titulares periodísticos.
Fe
Asimismo, señalan nuestros amigos alemanes que no somos de fiar. La fe mueve montañas, y nosotros no tenemos, al parecer, la suficiente para mover ni siquiera los corazones de un pueblo al que hemos admirado y apoyado durante décadas. Podrían haber aplicado esta visión de falta de confianza cuando nos han vendido productos de alta calidad y valor añadido, que, por otro lado, hemos pagado religiosamente y que seguiremos abonando. No hay motivos hasta ahora, según estimo, para que digan de nosotros que no gozamos de la oportuna credibilidad. Son los tópicos que antes les decía.
Lo cierto es que me da pena esta coyuntura que algunos quieren convertir en estructura. Nos controlan, pero no nos comprenden: no saben, no quieren, no pueden entender lo que sucede. Supongo que todos nos sentimos un poco engañados. No olvidemos que los equívocos vienen de la falta de comunicación y, por el defecto de ésta, de la carencia de la suficiente información. Suelo repetir que la mayoría de los problemas surgen de y por la ignorancia. A veces son grandes dificultades, graves. La historia así nos lo dice.
La generosidad, como el intermediar, como el equilibrio, son virtudes muy sanas. Vamos a intentar practicarlas en esta etapa de encrucijadas y de vacíos, de prisas y de frenadas. El momento anima a la concordia más que a los alejamientos en lo físico y en lo intelectual. El consejo es que nos formemos y que seamos, ante todo, humanos, personas. No olvidemos que los corazones no tienen pasaportes y que los derechos son para todos sin que prevalezcan circunstancias de ninguna clase, según nos recuerda el artículo 14 de la Constitución, ni siquiera las referentes a las nacionalidades. Nadie es más que otro. Ni ellos ni nosotros. Ni nosotros ni ellos.