Caen en mil combates, visibles, invisibles, evitables, inevitables. Mueren, o son apresados, que también equivale a morir, o algo peor. Son derribados cada día por su inocencia, por las miradas de complicidad con la Naturaleza, en la que buscan la felicidad más pura. Piensan en el presente. No hay más: no debe haberlo. Son abatidos. Los desplazan de lo natural, y les quitan la gracia que les caracteriza. Miramos sus ojos, y, por instantes eternos, se han ido. Ya no están, aunque sus espíritus siguen presentes.
Contemplo sus cuerpos muertos, inertes, donde antes había dinamismo y vitalidad, y yo también fallezco. La historia nos pedirá cuentas por esto. Las debemos dar ya. Nos hemos dejado robar las tentativas más loables. No hay nobleza en estos hechos, y, de haberla, no la advierto.
Un padre besa a su hijo del alma, y el alma se va a la nada. No hay porvenir. El futuro ha muerto en pos de las razones de un presente que ni tiene vigencia ni criterios. Es la locura, que atropella, que sigue segando las vidas de propios y extraños, a los que también hacemos nuestros. No prestamos atención a las cifras del dolor. Es un desastre, la hecatombe.
Nos desfiguramos como esa pila de cadáveres que acompañan al pequeño que ha perdido la mirada, que se sostiene en unos ojos silentes: ya no ríe, ya no juega, ya no corretea, ya no vive. Hemos roto el porvenir. No hay semántica: no comprendemos nada. Las demencias de los mayores han acabado con lo más sagrado, los niños, que son nuestro motivo crucial. No se descifra lo que acontece. Matamos. La existencia es sagrada: es el principal derecho. Nadie puede (no debe) arrebatarla. Cuando la rompemos doblegamos e impedimos muchos de los eventos que necesitamos para que el orden natural sea tal. No reflexionamos. No podemos sacrificarnos ni en lo individual ni en lo colectivo. Los resultados son desastrosos, demoledores.
Suenan las sirenas, y estalla la pena que desgarra corazones, cuerpos, elementos… La continuidad queda ahogada. No divisamos. Los fines se convierten en muerte, porque se anhela mal, porque no se apuesta por el prometedor devenir que podríamos compartir. Mientras, se acumulan los cadáveres: niños que ya no son niños nos definen como sociedad. Pecamos de acción y de omisión, es decir, por no hacer también. Demasiados culpables
Los crímenes nos pedirán cuentas algún día. Se las reclamaremos a todos: a sus protagonistas, a sus cómplices, a quienes miraron para otro lado, a quienes se lucraron, a quienes los ensalzaron o los ignoraron, y, en todo caso, dejaron que proliferaran. ¡Seremos malditos por ello! Ya lo somos. Las guerras, esta pugna, una desgracia más, una que nos “encarece” el interior, asolan los terrenos en los que nos movemos. Hay una excesiva ceguera en la sociedad contemporánea. Hemos llamado a sitios equivocados, y nos hemos relacionado de modo erróneo. Los astros, los soles y las lunas, se han movido de su sitio, y nos hemos quedado sin referencias suficientes y honestas. Las pocas que permanecen nos hielan la sangre con sus aciagas derivaciones.
En todo caso, no vemos lo que ocurre en sus raíces, en sus dimensiones, en su crudeza. Lo que observamos cotidianamente lo tocamos con lenguajes digitales, desde la distancia, como si fueran películas, como si no tuviéramos nada que ver con ello. Suspendemos otra vez.
Si cayéramos en la cuenta de lo que suponen estas sangrías, la última, todas, emplearíamos nuestras vidas en intentar paliar el daño infligido. La parte buena es que todavía estamos a tiempo de evitar esta última guerra, las matanzas de los telediarios, y, de hecho, todas cuantas ocurren en miles de puntos del bloque terráqueo, en el que, por desgracia, se contabilizan 30 conflictos armados en la actualidad. Hay demasiados muertos encima de nuestras espaldas, y, asimismo, delante de nosotros. ¿Queremos saberlo?
Con ese curriculum (?) ud puede decir lo que quiera dr Frutos. Menos mal que siempre que lo leo dice la verdad descarnada de los hechos, tocando el corazón de los que tenemos sensibilidad. Felicitaciones desde Venezuela, tierra de gracia y de amor.
Un abrazo, Alicia, desde España. Es bueno que en la defensa del ser humano estemos todos.