En el año 65 del siglo pasado yo tenía 15 años y vivía en Bueu en la “Casa dos Picos” (Casa de las Almenas) un castillo o pazo del siglo XV rodeado de árboles frutales y viñedos, en ese tiempo propiedad de mi familia y con un gran escudo de armas en la fachada de piedra que daba a la ría y a una parra de treixadura.
La primera vez que oí algo de Bob Dylan sin tener la menor idea que era Bob Dylan fue precisamente allí en ese pazo de Bueu en un tocadiscos Philips de baquelita y a través de un disco 45 de los Pekenikes de ese año 65, uno de aquellos EP de cuatro canciones tan comunes para la época, que costaban 100 pesetas y que había que ir a comprar a Pontevedra o a Vigo. La canción era Quisiera saber, insustancial y por demás trivial título para una peculiar versión al castellano de nada menos que Blowin’ in the wind.
El disco venía también con Pretty woman de Orbison y otras dos más que no recuerdo, con una portada en tonos azules y una muy buena foto del grupo subidos a la carrocería quemada y destartalada de un auto irreconocible.
Creo que fue amor a primer oído, aquella música tenía algo diferente, cadencias particulares que hacían que sobresaliera sobre las demás canciones. Rayé el fulano disco como resultado de poner una y otra vez aquel segundo tema del lado A.
Tendría que pasar un año y casi siete mil kilómetros para saber algo más del autor de aquellos acordes y armonías y fue a través de Kiki, una chica que estudiaba conmigo en el Colegio Gustavo Herrera de Caracas, que además tocaba guitarra y estaba recién llegada de Canadá con sus padres. Lo mejor de Kiki era que, aparte de ser una admiradora incondicional del gran Bob, traía consigo aromas de cambio y dos LPs: “The frewheelin” y “Another side of Bob Dylan”, este último cargado de maravillas como Chimes of freedom, My back pages, To Ramona y pare usted de contar. Y el primero, pues con Blowin’ in the wind.
Lo primero que me conmocionó fue la voz de aquel tipo. Y no solo era lo ríspido y raído de ella sino como la utilizaba para remarcar acentos. Podía ser sugestiva, enfurecida, coloquial, irritada o confidencial y no solo de canción a canción sino de estrofa en estrofa dentro del mismo tema. En ese momento yo no entendía nada de lo que decían sus letras pero lo importante para mí no era tanto lo que decía sino como lo decía. Y después estaba aquella forma de tocar guitarra aparentemente elemental y engañosamente tosca. Un estilo bastardo, mestizo y absolutamente perfecto. Y a todo eso había que sumarle una armónica esquinada que sonaba a un híbrido de cadencias entre country, folk y blues del Delta. Una armónica, una guitarra y una voz que parecían andar a contramano de las señas, enemistadas con los rebordes que impone la melancolía; una armónica, una guitarra y una voz plebeyas y de vigor primario que salmodiaban el desarraigo y borraban el nombre a las heridas. Una armónica, una guitarra y una voz que conformaban algo único y sustantivo, un sello de lacre indeleble y jodidamente magnífico en todos y cada uno de sus aspectos.
Casi simultáneamente Kiki comenzó a traducirme de forma un poco tarzanera y a retazos lo que decían las líricas de aquel pana y fue cuando la impresión inicial cobró otra dimensión y devino en pasmo.
Resulta y acontece que el sujeto de cabellos incomprensibles era el autor de todas sus romanzas y se pasaba por el forro los motivos y estribillos del pop cincuentoso-sesentero, los argumentos tradicionales del chico ama a chica, chico le da guayabo porque chica no lo quiere y un limitado etcétera reiterativo en todos sus colores y variantes que comenzaba en el bigotito cuidadosamente recortado de Modugno, seguía en los quince años que tenía el amor pederasta del Dúo Dinámico y terminaba en el She loves you de Lennon y McCartney quienes curiosamente habían roto con todo lo conocido menos con las rimas y las trovas de costumbre.
Y así como la aguja iba finalizando surcos en el vinilo pronto vendrían nuevos vinilos en los surcos del tiempo porque los tiempos estaban cambiando y había una chingada batalla allí afuera que iba a sacudir ventanas y paredes o por lo menos eso creíamos entonces.
Qué grande eres Xulio, este Dylan es de concurso, letra, música y dibujo. Y digo música porque tu balada escrita tiene la música de la escritura de los grandes. Irreverente, esquinera y a contramano de las señas, como tu mismo dices. Nunca dejas de sorprendernos en nada de lo que haces. Y nunca dejes de hacerlo. Espero por las siguientes partes de esta crónica. Es sencillamente genial.
Xman: cuando me pediste que escribiera «un Dylan» y te respondí que nadie mejor que vos mismo para hacerlo, no dudé ni un instante en la calidad del texto que presentarías. Podría haberlo hecho yo, balbuceante, aprendiz, sorda de nacimiento, hurgando infructuosamente en los cráteres de la luna. Podría haberlo hecho tu admiradora poeta, con la letra anestesiada, en un dramático copia y pega de wikipedia. Podría haberlo escrito, quizás, alguna otra periodista que vos admires.¡Menos mal que la dicha es buena y decidiste hacerlo del mismísimo puño y letra de vos! Esto que presentas al mundo es tu ser genuino conocedor de lo que escribes, ejemplo claro del albatros de Baudelaire: torpe al caminar, perfecto en el aire.
Te leí estando con mi parejo en la Bahía de Amuay, mi Balcón de Trinitarias; te leí con los mismos ojos salados y peninsulares con los que te leía hace cuatro años atrás cuando no nos conocíamos pero eras «mi vecino del balcón de enfrente (nuestras columnas estaban en la misma página pero frente a frente) o «el vecino del patio de atrás» cuando inconsultamente te cambiaron de página. Y te digo: Bob Dylan es la irreverencia: toca la armónica en disonancia, simplifica los acordes cuando el ‘boom’ llama a la academia, rompe el monotema de los argumentos con lenguaje de filosofía de calle.
A ustedes que leen esta página, debo decir que, definitivamente, ésta que se presenta acá es la pareja perfecta: un compositor, músico, dibujante (Xulcho) que se chupa hasta el tuétano la vida, obra y gracia de quien le dio el aguijón para impulsarse (Dylan) Quiera la vida que los complejos e inseguridades no cercenen la carótida textual y Xolotl pueda seguir exorcizando sus propios demonios y regalándonos la oportunidad de sonreír ante un texto honesto. ¡Que la vida te bendiga, Cachicorneto!
Por Dios, qué dibujo espléndido para un artículo brillante. No se cual de los dos es mejor, gráfica y texto conforman aquí un compuesto armónico de campeonato al igual que la voz, guitarra y armónica de Bob Dylan. Estilos inconfundibles para dos talentos irrepetibles. Asumo por como termina aquí que este relato es solo una primera parte, estaré pendiente de la segunda y tercera y cuarta y las que hagan falta.
El mejor dibujo de Xul hasta la fecha, estoy segura que a Dylan nunca le han hecho una pintura de esta calidad ni le han escrito algo de este nivel. Voy a enviárselo a su web oficial http://www.bobdylan.com con la dirección de http://periodistas-es.com/dylan-mind-43742 y segurísima que en algun momento lo verá.