A partir del 13 de noviembre, con el auspicio de la Embajada de la República Bolivariana de Venezuela en Uruguay, se podrá disfrutar de Fábulas de madera, proyecto expositivo que muestra la trayectoria del reconocido juguetero Mario Calderón. En esta oportunidad, el escenario es la Sala Armando Reverón del Centro Cultural Simón Bolívar, Rincón 745.
Mario Calderón (1955) nacido en Caracas, Venezuela, tiene un tropel de besos latiéndole en las manos; con ellas busca la música escondida en la caja de su guitarra o en la profundidad de cualquier trozo de madera.
En 1990 sucumbió a su obsesión por los juguetes: antes iba a visitarlos en las colecciones de otra gente, ahora los elabora por sí mismo en su Taller del Pilar, los atesora en su Casa del Juguete (primera de este tipo en Venezuela) reuniendo una colección de más de 2000 ejemplares provenientes de todo el mundo y que dan muestra de diferentes épocas de la historia de la artesanía en este rubro desde 1890 hasta la fecha. También enseña a fabricarlos y para eso ha establecido en la misma dirección del estado Mérida, una Escuela para experimentar con materiales tan diversos como el celuloide, madera, papel, plomo, lata, telas entre otros.
Son juguetes policromados que avivan la fantasía: se mueven, bailan, giran gracias a mecanismos variados que incluyen pilas, cuerdas, imanes, poleas. La última vez que vi al maestro juguetero estaba cargando en un avión sus colecciones “Circo”, “Beatles”, “Bicentenario” y Tradiciones venezolanas” para ir a montar su tinglado colorido en la región austral de América junto a la murga que lo nombró por unos días fabulador de sueños.
Tocando madera
Había una vez un mundo que decidió ser eternamente niño.
Los beligerantes querían ensordecerlo con metralla mientras los pacifistas se golpeaban entre sí a ver quién portaba la bandera blanca. A su lado se escribían atildados discursos revolucionarios cuyo verbo incendiario sólo lograba producir ardor en la boca del estómago, no conmovía a nadie: era cáusticamente autoreferencial. Brotaban a su alrededor hipócritas con discapacidad múltiple que lo lisonjeaban en el almuerzo aunque ya lo habían traicionado tres veces (personal, profesional y políticamente) antes de que el búho ulule en la penúltima cena.
Ya casi cuando el mundo niño iba a lanzar al mar su desesperanza en una botella, su pie tropezó en un listón de madera -órgano vestigial del corazón enamorado- y su mano se apoyó en el mástil de la guitarra de Mario Calderón quien, sin duda y con son, se lo llevó consigo a Mérida.
Mario se la pasa yendo del timbo al tambo con sus tablas en la cabeza prodigando ingenio adonde quiera. No hay límite geográfico ni idiomático que una sonrisa no pueda cruzar: la maravilla lúdica se aprecia igual en Egipto que en España. Un muñeco domador de leones puede domesticar miedos; una espigada bailarina danza tan bien en la alcoba de una chica citadina como al compás de las llamas de una fogata gitana; un carrusel de parque de atracciones lleva su giro hacia las estrellas del norte o del sur.
La buena suerte se instala en la vida de quien se acerca para jugar con las creaciones de Calderón, toca madera, cruza los dedos, abre los postigos que le devuelven a la infancia. Y es que desde que halló cobijo en el Taller del Pilar, el mundo niño siempre mira con ojos de juguete.
hermosoooooo…..