Sigo desde hace tiempo con particular emoción lo que sucede en ese querido país hermano que es México. El horror de la violencia, de los crímenes, de la corrupción, de la impunidad en la que se ven mezclados Estado, narcotráfico y la más brutal delincuencia.
La muerte es en México, algo casi banal y cotidiano, algunos les dirán que forma parte de su cultura… no me resigno sin embargo a tales explicaciones. El asesinato y desparición de los estudiantes del Estado de Guerrero es la gota que desborda un vaso lleno desde hace tiempo de violencia y corrupción, que debe hacernos gritar: Basta ya!
País hermano del otro lado del atlántico que acogió en su día, mejor que nadie, a nuestros compatriotas republicanos que escapaban a la sangrienta y brutal represión franquista en 1939. Era entonces el gobierno de Lázaro Cárdenas, ese mismo gobierno digno descendiente de Villa, de Zapata y de su revolución interrumpida, que acogió también a León Trotsky exiliado y perseguido por la feroz represión estalinista.
Desde mi juventud en los años sesenta llevo en mi corazón un profundo agradecimiento por ese gesto mexicano que ofreció asilo a esa España roja, que es la mía, esa piel de toro destrozada, quebrada por el horror del fascismo franquista, precursor de los horrores de la segunda guerra mundial, esta vez a cargo de Hitler y Musolini.
Me duele y me indigna cuando leo y escucho las noticias que llegan de México y en particular del Estado de Guerrero, y de Acapulco, que pude visitar hace ya bastantes años, cuando todavía la impunidad de la violencia no se había apoderado del espacio público. Me pregunto pues qué queda hoy del Estado de derecho en ese país querido que dicen tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos.
Me duele ver que en España, como en Francia, o en Europa, la opinión pública, cada cual con sus propios problemas de a diario, observa indiferente ese horror mexicano, que se añade me dirán a tantos otros horrores en el planeta. Pero así es el ser humano, así es la muerte, te afecta cuando te toca de cerca, cuando hiere a los tuyos, a tus familiares, a tus amigos, y te deja a menudo indiferente cuando se trata de otros, anónimos, seres humanos lejanos de otros países, como si eso sucediera en otro planeta.
Pues bien, México me duele de cerca, como si fuera España, o Francia o cerca de mi casa y de los míos. Un buen amigo, profesor universitario, me ha enviado este valiente grito de guerra, que vale la pena difundir. Lo han publicado en Youtube, y muestra que al menos una parte de la sociedad mexicana resiste y lucha por su dignidad, contra el horror y la impunidad de los asesinos, estén en donde estén.
Me gusta pensar a menudo que la utopía es posible. En todo caso estoy seguro de que la resistencia es posible, frente a los que intentan hacer vivir a los pueblos de rodillas. Quien es capaz de combatir, no será nunca derrotado. Me gusta pensar que todos los ciudadanos y los Estados de derecho en Europa y en el mundo se alzan para expresar no solo su indignación sino su solidaridad y su apoyo activo a este grito de guerra que nos llega de México.