Un 20-N. De la muerte de un Caudillo a la de una Duquesa
Los que somos viejos recordamos aquel día: ya nos había destrozado tanto el franquismo que apenas nos quedaban ganas para celebrar la noticia. Moría demasiado tarde Franco y no como hubiéramos deseado. Periódicos, televisión única, radios, interminables colas de gentes participando en el espectáculo morboso y repulsivo del culto a la muerte, y la Iglesia católica siempre en primer término, con sus ritos, parafernalias. Todo demasiado siniestro para que no nos quedara sino una simple frase: triste, miserable España.
¿Cuántos años han transcurrido? 39. Y es otro 20 de noviembre. Y es otra nauseabunda farsa la que nos despierta, acompaña este día en que sigue vigente la herencia de una España que ya no nos asombra con ninguna de sus miserias: apenas nos restan fuerzas para abominar de ella. Un personaje, la duquesa de alba, que debía haber desaparecido hace 500 años -como la Iglesia, sus aristócratas, sus militares, sus banqueros, sus señoritos y sus «gentes» alienadas por mitos, fanatismos, irracionalidades que se manifiestan en fiestas, procesiones, «culto» a los símbolos que tanto propician los poderes públicos para obtener el servilismo, el vasallaje, formas de esclavitud y sumisión antigua o moderna que parece no ha de desaparecer nunca para mantener así la explotación de los poderosos sobre los humillados que jalean con palmas, eso si, los espectáculos que les sirven.
Reyes, marquesas, duquesas, pueblo: dónde quedan el ser humano, el pensamiento, la libertad, la diferencia?
¿Y los periodistas? Triste oficio, también el nuestro, el de escritor de la cultura de la pantomima, el libro mercancía, la crítica e información al servicio de las multinacionales, de la «casta» -palabra que a fuer de repetida ya nos cansa- que dirige y posee los medios de comunicación.
Cuba, América Latina y la información española
Raro es el día en que los medios de comunicación de España -no hablamos de los alternativos que puedan leerse a través de Internet o no sean meramente comerciales- sean periódicos, radios o televisiones, no ofrecen sus páginas a disidentes o lanzan editoriales que arremeten contra Cuba, Venezuela, Bolivia, otros países que buscan un camino propio en la construcción social y política de sus pueblos, lejos de la hegemonía que durante decenas de años impuso sobre ellos el imperialismo yanqui, países a los que consideraba las cuadras traseras de su Imperio.
Y como contrapartida, mantienen silencio sobre sus logros en materias educativas, culturales, de justicia social, sanitarias -apenas tres líneas cuando no tienen más remedio que informar frente a los reportajes y páginas o emisiones que dan para denostarlos y atacarlos con espurias informaciones.
Tomemos por ejemplo el fenómeno de la sanidad cubana: hoy en el tema del ébola y su casi increíble solidaridad con los países africanos por él afectados. Un país de doce millones de habitantes desplaza más médicos para atender la epidemia que todas las naciones de Europa juntas, que su tradicional enemigo económico y político, los Estados Unidos con sus millones de habitantes y sus recursos producto del expolio que impone sobre el mundo entero. Ocurrió ya con la tragedia de Haití y el apoyo que Cuba ofreció para paliar los efectos devastadores causados por el seísmo.
Gran parte de nuestros intelectuales, celosos guardianes del orden neoliberal con Vargas Llosa a la cabeza, miran entonces para otro lado. Como ocurre, en el caso de los presos cubanos que pese a leyes y campañas de solidaridad siguen todavía sufriendo el rigor de las cárceles yanquis, y no digamos nada de los sometidos, sin garantías ni procesos, en la cárcel de Guantánamo, tierra por otra parte usurpada a Cuba.
Ya sabemos de la política informativa en lo que respecta a América Latina. Recordemos el caso de Honduras: en su día, por no plegarse a los intereses de Estados Unidos y buscar la libertad en su independencia, se la atacaba casi a diario en nuestros medios. Tras el golpe militar con apoyo de los norteamericanos, cayó en el más absoluto silencio. De las dictaduras que durante siglos han mantenido y todavía subsisten en algunos países- a sus pueblos en la esclavitud, apenas se habla: hasta que intenten, eso si, un proceso revolucionario.
Pero claro, aquí existe libertad de expresión, se nos dice un día si y otro también, ignorando la realidad de una censura económica que impone como ha de ser y darse la información y opinión, siempre políticamente correcta. Apenas, para disimular, se abre de vez en vez una ventana para que se opine de manera distinta y mantener de esa forma la libertad de expresión, la diferencia, que nosotros consideramos imprescindible para todas las sociedades del mundo.