El cine nace en Argentina unido al teatro, a la música tanguera y a la literatura, como símbolo de una identidad. Algo parecido sucede en el cine americano en sus comienzos, unido a puestas teatrales, a guiones apoyado en libros y sustentando la identidad nacional. Luego los caminos se fueron diversificando pero el extraño matrimonio de cine y literatura no ha perdido vigencia.
Como en todo matrimonio hay peleas, a veces el cuento o novela superan el guión, en otras ocasiones hay evidentes paralelismo y en algunos caso, como en el film «El Secreto de sus ojos», el film supera a la novela. Mucho se ha escrito sobre esto.
En la universidad, tuve de profesor al escritor Jorge Luis Borges y le gustaba comentar que, para él: cine y literatura eran dos lenguajes muy distintos. Sin duda, la literatura es escritura, el cine, imagen, pero, algo los une y mutuamente se nutren.
En el marco del cine argentino, uno de los realizadores que más ha trabajado en este maridaje, es Manuel Antín.
Su filmografía incluyen films memorables como: «La Cifra Impar», «Circe», «Intimidad de los parques», basados en cuentos de Julio Cortázar, el bello film «Don Segundo Sombra» (1969), basado en la novela del escritor Ricardo Guiraldes, sin olvidar «Castigo al traidor» (1966), adaptación del cuento del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, y «La Invitación» (1982), basada en una novela de Beatriz Guido, su última película como director.
Para conversar sobre este tema entrevistamos a Antín en la Universidad del Cine, en el corazón del antiguo barrio de San Telmo, en Buenos Aires. Nos recibe en su escritorio, rodeado de libros, de numerosos premios, afiches de películas y con voz pausada y amable, nos dice:
Manuel Antín: La verdad es que soy un escritor frustrado. Yo quise ser escritor, incluso escribí obras de teatro y alguna novela, pero escribía sin publicar.
Para mi propio pesar era muy lector y leía grandes escritores, y sentía que no podía serlo.
Un día me decidí a hacer una tarea semi-delictiva: el “plagio”. Y qué mejor manera de plagiar que transformar las obras literaria en películas.
Mi plagio, entonces, era convertir las novelas o cuentos, que yo admiraba, en películas. Eran plagios legítimos. (Risas).
Esto lo pensé cuando me encontré en la Bilbioteca con un libro maravilloso: “Las Armas Secretas” de Julio Cortázar. De ahí, extraje “Cartas a Mamá”, que me pareció que era el primer plagio cinematográfico que debía cometer.
Conseguí, entonces, los derechos para filmar el cuento y terminé siendo amigo de Cortázar y luego filmé dos películas con historias de él: «Circe» e «Intimidad de los Parques».
Adriana Bianco: ¿Cómo pasabas del lenguaje literario al lenguaje fílmico?
MA: Para mi no es ningún inconveniente. Nunca me fue difícil traducir en imagen la literatura o la literatura a imagen.
Se me facilitó mucho a raíz de mi primer tarea literaria. Los directores de cine toman una novela o cuento y hacen adaptaciones y las transforman en otra cosa. Yo pienso que para hacer otra cosa uso mis propios textos. He sido siempre fiel a mis escritores. Tal vez, por esa primera manía personal de escribir.
AB: ¿Como se sigue el hilo narrativo literario en un guión cinematográfico?
MA: Bueno, yo sigo el texto y el espíritu de la novela o del cuento.
AB: «Don Segundo Sombra» es un film donde uno revive la novela de Guiraldes, es como si la contaras en imágenes, la fotografía es muy bella…
MA: Con “Don Segundo Sombra”, yo ni siquiera adapté la novela, no hubo guión. Compré 25 o 30 ejemplares de la novela y los repartí entre el equipo, con los comentarios que yo creía debían incorporarse a la novela, en relación con la imagen. Fue una manera de filmar muy emocionante.
Directamente pasar de la literatura a la imagen sin guión, sin adaptación, sin encuadre. Trabajando además, con los paisanos del lugar, la gente de San Antonio de Areco, en la provincia de Buenos Aires, la región que inspira la novela de Guiraldes.
Cuando compré los derechos de Don Segundo, te advierto que no fue nada fácil, porque la familia Guiraldes soñaba con un proyecto relacionado con Walt Disney; me costó mucho trabajo convencerlos que yo quería filmar Don Segundo Sombra.
En realidad, cuando lei la novela tuve una depresión absoluta y me dije: “Yo esto no lo puedo filmar porque es una novela sin historia. No hay un desarrollo dramático. Es un simple suceder.”
Entonces, pensé en hacer un documental y me fuí a vivir a San Antonio de Areco.
Conocí personas extraordinarias en ese lugar. Conocí al último gaucho, al que Guiraldes le dedica su novela, Victorino Nogueira; pertenecía a un grupo de reseros y Nogueira era el último sobreviviente. Con el conversé mucho y aprendi muchas cosas del campo.
Durante la filmación se produjo el Primer Alunizaje y el Comodoro Guiraldes, ya amigo de la película, nos llevó a ver el programa de televisión, en vivo y en directo.
Yo mas que ver el alunizaje, tenía los ojos clavados en Nogueira que no pestañó. Cuando terminó, me acerqué a él y le pregunté: Que le pareció?
Y solo me dijo: “Cosa e gringos”.
Era algo más allá de lo posible.
Escuche decir cosas muy sabias. Por ejemplo: “No siendo las cosas de los libros, yo no ignoro nada”.
En esa transferencia entre literatura y cine no había intermediarios. No fue una tarea tan elaborada como “Cartas a mamá” o “Circe”. Tanto en Borges como en Cortázar, sus temas son metafóricos y son escritores que dicen de una manera especial. Transmiten ideas embellecidas en palabras, en cambio en Don Segundo, era un suceder…
AB: ¿Cuál fue tu experiencia con Cortázar?
MA: De las tres peliculas que hice de los cuentos de Cortázar, le gustaron mucho las dos primeras: “La Cifra impar” y “Circe”. No le gustó “Intimidad de los parques”. Tenía sus motivos, en “Intimidad” adapté dos cuentos; “El ídolo de las Cíclades” y “La continuidad de los parques”.
El cuento “El ídolo de las Cíclades” sucede en Grecia y Cortázar quería que yo filmara en Grecia. Me parecía demasiado ir a Grecia. Busque un sucedáneo en Latinoamérica y me pareció que Machu Pichu era la Grecia Americana, pero Cortázar se oponía. Yo hice la película en Machu Pichu y a él no le gustó.
AB: Qué pasó con “La Cifra Impar”, basada en el cuento “Cartas a mamá”, y que ha recibido un reconocimiento de la Cinemateca de París?
MA: Tengo una anécdota que lo revela todo. Cuando Cortázar vio por primera vez el film en Buenos Aires, yo era un joven cineasta y él ya era un escritor reconocido. Se sentó en la fila tercera y yo al final de la sala. Hay una escena donde uno de los hermanos, los dos están enamorados de la misma mujer, le dice a su madre: “Mamá, Laura sos vos”.
Cortázar se dio vuelta y me dijo: “Pibe, entendí mi cuento”.
Yo había seleccionado esa frase, porque sentí que “Laura sos vos”, tenía un contenido edípico.
Aunque Cortázar se manejaba racionalmente, hay significados inconscientes en sus cuentos. Hay lecturas diversas, es lo que embellece la vida… ¿No te parece?
AB: Vida y literatura, cine y literatura…
MA: Yo tengo el recuerdo de una casa donde vivíamos muchos hermanos y mis padres. Escribir o leer no era una tarea sencilla con tanta gente. Yo escribía en los rincones, en la oscuridad, en el baño. O sea, de chico siempre pensé algo que sigo pensando hasta hoy: “No solo el cine es literatura, sino todo es literatura”. Tambien ésto que estamos haciendo ahora nosotros, con la grabadora y vos preguntando, todo es narrable, narramos la vida…
Yo desde chico escribía porque sentía que era como vivir doblemente, tenía mi vida y la vida de mis personajes. El cine me dio la posibilidad de una profesión, en la medida que me permitió compartir estas vivencias literarias de una manera constante.
AB: ¿Cómo definirías el cine entonces?
MA: El cine es mi vida y es la vida estratificada en imágenes y al mismo tiempo inmortalizada. El cine tiene la virtud que inmortaliza nuestros movimientos. Y yo creo que esto es algo superior a la literatura, en el sentido que la literatura requiere sabidurías del lector. Si no sabes leer no puedes seguir la literatura, pero el cine tiene la ventaja que solo hay que mirarlo.
AB: ¿Cómo llegaste a la docencia y a crear la primera Universidad de Cine en Argentina?
MA: Es verdad, es la primera Universidad de Cine. En 1982 filmé mi última película, “La invitación”. Enseguida me involucré en una actividad política, empecé acercándome a la figura de Raul Alfonsín y a partir de allí, colaboré en la campana política de Alfonsín para presidente. Lo acompañé en charlas por las provincias, pasábamos filmes, él daba su conferencia y yo hablaba de cine.
Cuando a Alfonsín lo nombraron Presidente, me nombró Director del INCAA, del Instituto Nacional de Cine de Argentina. Una de las primeras cosas que apliqué en mi tarea político cinematográfica, fue sacar el cine argentino de las fronteras locales y llevarlo al plano internacional. Yo hice eso desde mi función y logré presencia internacional y se ganaron premios, el primer Oscar, con “La Historia Oficial”.
Cuando terminé mi gestión como Director del INCAA, tuve miedo de que toda esa tarea de difusión del cine concluyera y fundé mi propio instituto de cine para seguir trabajando en esa tarea.
Cree la Universidad y le di un carácter humanístico, porque el cine argentino tiene profundidad en su estética, influencias europeas y la presencia de la literatura.
En la Universidad se aprende técnica, producción, con equipos propios y mis alumnos vienen a buscar esa doble condición: aprender cine dentro de un marco humanístico. Apoyo tambien a jovenes sin recursos, porque el talento es lo que cuenta y ya hemos tenido varios directores premiados.
Ya ves…el cine es literatura y es vida.