La única explicación aceptable de que se estrene ahora una película como Enamorarse (At Middleton), que tiene ya dos años y apenas encontró en su momento más eco que el de unos incomprensibles premios, en el Boston Film Festival, a los protagonistas –Andy García y Vera Farmiga-, es que a la distribuidora se la hayan literalmente colado en un lote y, a lo hecho pecho, le quiera sacar ahora al menos lo que le hayan costado las copias.
Este Enamorarse – que, por ora parte, es la enésima película con un título igual o parecido- es rotundamente un mal pastiche, una comedieta sentimental muy mediocre con la que debuta como realizador en la gran pantalla Adam Rodgers, hasta ahora reputado guionista de los grandes estudios de Hollywood, quien por cierto comparte nombre y apellido con un famoso guitarrista de jazz y clásica, y un no menos conocido futbolista canadiense.
Pero volviendo al trillado argumento de la película: George y Edith, un cirujano y la propietaria de una tienda de muebles, coinciden en la visita que sus hijos hacen a la Universidad de Middlenton, cumpliendo con ese ritual burgués estadounidense que consiste (o, al menos así lo cuentan en el cine) en que los bachilleres visitan distintos campus para ver cual les “mola” para matricularse.
Mientras los jóvenes continúan el tour guiado a las 43 hectáreas de edificios señeros, frondoso arbolado y música de fondo a cargo de los pájaros y las fuentes del lugar los padres, transformados por el encanto del lugar en dos adolescentes enloquecidos, retozan por el césped, roban las bicicletas de unos alumnos para recorrer con ellas los caminos de la institución, suben al campanario donde se besan y acaban colándose en una clase de interpretación, donde se produce la catarsis e interpretan el papel de sus propias vidas confesando la soledad e infelicidad de sus respectivos matrimonios.
Pero, como estamos en la América más profunda y puritana, descendiente directa de toda la tradición judeocristiana, al final, y a pesar de lo que se les ve sufrir, se separan sin siquiera intercambiar los teléfonos.
Flechazos fulgurantes como el que cuenta Enamorarse ocurren en la realidad: en un tren, en un bar, en una reunión llena de viejos conocidos, incluso -¿por qué no?- en el idílico campus de una universidad “de cine”. Pero los protagonistas, sea cual sea la salida que den a su aventura, no se vuelven gilís en hora y media.
Absurda, aburrida, de no creer ni una palabra de lo que sucede en la historia, romántica hasta el almíbar, adultera solo en ciernes, con actores que no encajan en sus papeles, incluso ridículos en ocasiones (la mujer más).