Transcurridas las elecciones del pasado 24 de mayo de 2015, nos encontramos ante unos resultados que algunos esperábamos, sobre todo cuando llevamos muchos años en el oficio de informar: es decir, que todos los partidos, o al menos así dan la sensación, han ganado las elecciones. O al menos así lo creen, a tener de lo que estamos oyendo y viendo.
Susana Díaz ofrece programa de 135 medidas para la legislaturaPero lo que son los datos, los verdaderos datos de los resultados están ahí, para quien quiera leerlos: y ellos dicen que el Partido Popular ha ganado en la mayoría de comunidades autónomas y municipios, si bien es cierto que por mayorías relativas, al tiempo que ha perdido en torno a dos millones de votos.
Tan cierto como que el Partido Socialista ha quedado en segundo lugar, perdiendo también en torno a medio millón de votos, si bien parece mantener el tipo.
Y juntos a los dos partidos mayoritarios, que suman en torno a un 51% de los votos totales, han obtenido unos buenos resultados las dos nuevas fuerzas emergentes, como son Podemos, en tercer lugar, mientras que Ciudadanos ocupa el cuarto.
Junto a todo ello, Izquierda Unida se encuentra con respiración asistida, debido en gran parte a que se ha hecho el harakiri a sí misma con su lucha fratricida, mientras que UPyD cuasi desaparece del mapa electoral, a la espera de que Rosa Díez acabe de deshojar la flor que la acompaña por nombre.
Esos son los datos, y suyas son las opiniones. Pero por lo que a este escriba respecta, creo tras estos resultados ha llegado la hora de los pactos y de los pelos en la gatera. Unos pactos que parecen encaminarse a que tendremos una derecha representada por el Partido Popular y Ciudadanos, por una parte, mientras que en el ala izquierda tenemos al Partido Socialista, como partido mayoritario, seguido por Podemos. Ante el presente panorama están obligados a entenderse para la mejor gobernanza de nuestros municipios y comunidades autónomas, ya que los ciudadanos no entenderían otra cosa.
Pero vistos los primeros escarceos, parece que la cosa no va a ser tan fácil, por lo que podría decirse aquello de cuán largo me lo fiáis, amigo Sancho, pues al parecer todos quieren gobernar en su ínsula de Barataria. Y es que una cosa son los pactos y otra las coartadas, y el tactismo de algunos pudiera acabar convirtiéndose en chantaje hacia el otro.
Algo de eso parece estar sucediendo en algunos lugares de nuestra geografía: partidos que habiendo quedado en tercer lugar quieren alzarse con el santo y seña de gobernar por mor de su parecer; otros que exigen el pan y el sal al contrario presentando como credenciales lo inmáculo de su biografía.
Tenemos una señora con un pie y medio en la alcaldía de Barcelona que se nos descuelga diciendo lindezas como que “desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas”, sin darse cuenta, por inmadurez o ignorancia, que una cosa es hacer un escrache y otra muy distinta gobernar para millones de ciudadanos y tener que manejar miles de millones de euros.
Es tiempo de pactos por parte de todos, y también de dejar algunos pelos en la gatera. Los más jóvenes no entenderán este dicho, pero hay que decirles que antiguamente las casas de los pueblos tenían en la puerta una gatera por donde entraban y salían los gatos, habida cuenta de que eran los encargados de limpiar las casas de ratones, un manjar al parecer exquisito que les servía de alimento a los felinos, con lo cual las casas estaban limpias y ellos alimentados. Pero al entrar y salir por el agujero dejaban lógicamente algunos pelos en la gatera, como precio o regalía a pagar por su libertad de movimiento.
Y a la hora de los pactos en ciernes pienso que todos, los partidos otrora mayoritarios y los nuevos, deben ser conscientes de que en toda negociación se dejan algunos pelos en la gatera. Lo sabemos los que nos hemos movido en el mundo del sindicalismo y hemos negociado convenios: siempre, empresarios y sindicatos acaban cediendo algo, dejando algunos pelos en la gatera en aras del acuerdo necesario.
Un ejemplo fueron los llamados Pactos de la Moncloa, firmados en octubre de 1977 entre el Gobierno del entonces presidente Adolfo Suárez y los partidos políticos con representación parlamentaria, como eran el comunista PCE y el socialista PSOE, junto a los sindicatos CCOO, cercano al primero, y UGT, al segundo, mientras eran rechazados por los anarquistas de la CNT. En un momento en que la inflación en España rondaba el 26,390%, unos y otros fueron capaces de ponerse de acuerdo con un Presidente que venía del Movimiento franquista para encarrilar a este país en la senda de la democracia.
Una lección de sensatez y madurez para la historia, por mucho que los recién llegados se empeñen en poner de chupa de dómine a la Transición y lo que ésta significó.
Han pasado las elecciones, España necesita gobiernos autonómicos y municipales que funcionen porque así lo quieren y necesitan los ciudadanos. Déjense de pendejadas, de mirarse al ombligo, porque el horno no está para bollos cuando en la cuneta hay cuatro millones de parados y un mañana incierto.
El ejemplo de lo que está sucediendo en Andalucía es para echarse a temblar y augura malos presagios. Tres meses sin gobierno una comunidad de nueve millones de personas mientras algunos destapan, ocasión tras ocasión, el tarro de sus esencias. Algo huele a podrido no en Dinamarca, sino a partir de despeñaperros. Y resulta hediendo.