En el creciente debate público entre el «si» y el «no» a la independencia de Catalunya, el discurso de los partidarios del «no» aparece como el más débil.
Por varios motivos. Porque no han logrado un argumentario poderoso y coherente, pese a tener razones de peso contundente; porque no han sabido exponerlo de forma convincente, limitándose a un simplista contrataque legalista; porque se escudan en la contundencia más que en el razonamiento, y porque dan mucho juego mediático al adversario en lugar de ampliar el suyo.
¿Falta de inteligencia política? ¿Carencia de agilidad mental y estrategia? ¿Espíritu de superioridad, derivado de la ostentación secular del poder? ¿Retraimiento de la intelectualidad, por miedo a ser tildada de conservadurismo? ¿Incapacidad de entrar en el fondo del problema: legalidad democrática versus radicalidad democrática? ¿Infravaloración del sentimiento popular, y de sus reacciones, frente a una supuesta solidez estructural?
Las dos corrientes enfrentadas, responden de manera bastante diferente ante estos interrogantes. Los partidarios del «sí» a la independencia, con habilidad, astucia, convencimiento y valentía. Los del «no», con bastante torpeza, ingenuidad y retórica autosuficiencia. En ambos casos, hay carencia de silogismos limpios y sobran argucias y eufemismos.
Si a todo ello añadimos que la emotividad es más atractiva que el razonamiento, que las ancestrales reivindicaciones tienen más fuerza que las reclamaciones, que el ímpetu de los sentimientos suele imponerse, colectivamente -si hay liderazgo-, a los planteamientos equilibrados -más sin liderzgo- e incluso a la inercia del statu quo, no debe extrañar que la posición conservadora del «no» aparezca más débil que la del «sí», que es la que promete, ilusamente, el cielo en la tierra.
…es increíble que haya europeos (?) que prefieran volver a los principados, ducados y divisiones que costaron siglos de guerra. Quizás por el placer de ser dominados por rusia-china-eeuu. Divididos pero contentos, cada uno con su pisito.