Había una vez un león apacible y majestuoso que vivía en el Parque Nacional de Hwange, en Zimbabue. A sus 13 años, este ejemplar (el más grande del país) era admirado por incontables visitantes a los que permitía acercarse y hacerle fotos.
Sus cachorros solían jugar con él confiadamente, subiéndose a su lomo y mordisqueándole la cola, sabedores de que Cecil, aunque agitara con reprobación su bella cabeza coronada por una melena negra, nunca reaccionaría con ira.
Por su noble carácter y su imponente presencia, Cecil, considerado el mejor exponente de su raza, era el león más amado de África.
Acostumbrado desde siempre a los seres humanos, que le habían criado y le seguían alimentando y protegiendo, jamás recelaba de ellos. Además, al vivir en un espacio protegido, no tenía el menor sentido de alerta. Portador de un radiocollar con GPS, Cecil estaba más que habituado a personas que no le hacían daño.
Por lo que les resultó muy fácil a los dos cazadores que le acechaban hace pocos días el atraerlo fuera del parque y el herirlo con una flecha.
Cecil, malherido y desangrándose, trató de huir y de esconderse durante dos días de lenta agonía. Hasta que fue alcanzado y rematado a tiros. Luego le cortaron la regia cabeza para convertirla en un trofeo de caza y fue despellejado.
La noticia causó una gran indignación que pronto estalló en la prensa internacional y en las redes sociales.
El cazador furtivo fue identificado como Walter James Palmer, un dentista de Bloomington, Minneápolis, EE UU. Este odontólogo de 55 años, casado y con dos hijos, que anunciaba su clínica bajo el lema “Una sonrisa lo dice todo”, dedica su tiempo de ocio a una gran pasión, la caza deportiva.
En su perfil de Facebook afirma ser “un amante de la vida salvaje” y cuelga en su muro fotos con las piezas abatidas: rinocerontes, jaguares, venados, cabras, búfalos, alces y hasta un oso polar… Más de 50 trofeos que exhibe con orgullo y que asegura haber abatido tan sólo con arco y flechas, ya que se jacta de usar poco el rifle.
Tras haber pagado 50.000 dólares en el país africano para conseguir su último capricho, una cabeza de león para colgar en el salón, Walter Palmer acaba de ser acusado de practicar la caza furtiva, según la portavoz de la policía de Zimbabue, Charity Charamba.
El dentista se ha defendido alegando: “Que yo sepa, todo lo relacionado con mi viaje fue legal y adecuadamente contratado y llevado a cabo”, explica. “Contraté a varios guías profesionales y conseguí todos los permisos adecuados. Además, no tenía ni idea de que el león que cacé fuera tan conocido, ni que fuera tan importante para el país”, añade.
El cazador profesional Theo Bronkhorst, quien le sirvió como guía, ratifica por su parte que contaba con todas las licencias necesarias y que esta práctica es legal. Sin embargo, Zimbabue ha presentado cargos contra ambos.
El karma del cruel y cobarde asesinato de Cecil ha comenzado a caer sobre Walter James Palmer, quien ya había tenido problemas con la justicia. En 2008 había sido condenado a un año de libertad condicional y al pago de 3000 dólares por haber matado ilegalmente a un oso negro en Wisconsin. Años antes también había sido denunciado por una mujer por acoso sexual y tuvo que indemnizarla con 130.000 dólares.
Si se comprueba que sobornó a los cazadores para practicar una caza ilegal en Zimbabue, no sólo sería juzgado en este país sino que también en EE UU podría ser enjuiciado por violación de leyes nacionales que prohíben este tipo de prácticas en el extranjero.
La congresista demócrata por Minnesota Betty McCollum, una activa defensora de especies en peligro, ha pedido una investigación aduciendo: “Atraer con un cebo y matar a un animal amenazado como este león africano y considerarlo un acto deportivo no puede ser calificado como caza, sino como una vergonzosa muestra de despiadada crueldad. Prometo seguir luchando por aprobar leyes que protejan, en todo el mundo, a los animales amenazados y en peligro de extinción debido a la ‘caza deportiva’ bárbara en manos de las élites ultra ricas”.
El hombre que mató al león más querido de África es ahora, también, la persona más odiada de Facebook. En la página web de su clínica, comentarios despectivos como “Asesino”, “Eres un enfermo, busca ayuda”, “Deberías avergonzarte” o “Mereces sufrir como el león” inundan su correo.
A las puertas de la clínica dental, ahora cerrada, la gente ha ido dejando peluches de leones u osos en señal de protesta. Muchos pacientes suyos aseguran que ya no se dejarán atender por él. Y hay quien opina que Palmer deberá cambiarse, ahora, de nombre y hasta de empleo…
Afortunadamente, los seis cachorros de Cecil, que se temía fueran muertos por su hermano y sucesor Jericho, han sido adoptados y protegidos por éste.
Y la triste muerte del rey de los animales no ha sido en vano, ya que también ha servido para destapar el siniestro negocio de la “caza enlatada” que se practica en los países africanos.
En un continente en el que quedan tan sólo 30.000 leones se practica esta nueva y terrible atracción turística, que consiste en cazar una pieza codiciada en un espacio reducido donde la huída o la defensa del animal resulta casi imposible, lo que equivale a fusilarlo.
A este efecto se crían leones en cautividad en granjas que proporcionan animales a la repugnante industria. Los cachorros son sustraídos a sus madres a las pocas horas de nacer y alimentados a biberón, con el propósito de que las hembras vuelvan a entrar en celo rápidamente y produzcan más retoños.
Estos cachorros, que se crían hacinados y acostumbrados a los humanos, suelen convertirse en reclamo para los ingenuos visitantes, que les dan el biberón y se sacan fotos con ellos a cambio de 5 €, creyendo que son huérfanos y que serán reintroducidos en la vida natural.
Cuando crecen, ya totalmente mansos, se ofrecen a los cazadores. Se conduce a los leones (previa inyección de tranquilizantes) al lugar donde acostumbran a comer y allí el “héroe” de turno se enfrenta al “peligro” dentro de su vehículo, cargado con armas de fuego y hasta con ballestas.
Fusilar a estos grandes gatos y llevarse el trofeo a casa cuesta un módico precio, unos 6.000 €, cuando cazar a un león en estado salvaje hubiera costado 60.000 €.
Las cifras hablan por sí solas: en Sudáfrica existen actualmente unas 160 granjas (que reportan al país unos 10 millones de dólares al año) donde se crían unos 5.000 leones destinados a sufrir este final abominable, por lo que la población de leones africanos ha bajado un 80 % y los trofeos de león exportados ha aumentado un 122 % .
España ostenta el siniestro honor de ser el país europeo con más trofeos de caza exportados de África, unos 364 al año, aunque muy por debajo del gran cazador, EE UU, con 3.000 trofeos.
Australia ya ha prohibido esta importación, calificándola de cruel y bárbara, y ahora Europa también se lo está planteando.
Los defensores de esta práctica, como lo hacen los amantes de la tauromaquia, alegan que de esta manera se preservan especies como las del león o el toro bravo que, de otro modo, se extinguirían.
Pero los animalistas consideran inhumano y perverso producir y criar animales destinados a la tortura y a una muerte estremecedora simplemente para diversión del ser humano.
Ojalá que el sacrificio de Cecil haya servido para reavivar este debate y para erradicar de una vez por todas estos sangrientos crímenes contra la fauna salvaje que, desgraciadamente, muestran la cara más tenebrosa de la humanidad.
Ojalá que el asesinato de Cecil sea un punto de arranque irreversible para acabar con la vomitiva práctica de los trofeos. Estoy absolutamente convencida de que los cazadores reúnen cada uno de ellos una doble condición: psicópatas y cobardes. Exactamente igual que los taurinos.