Encierran ahora en sus elogios al «filósofo y al poeta», porque acaba de morir. Enseñó a los españoles una palabra que cruza todas las hablas de Extremadura: Agila, que significa espabila, mueve el culo, arranca de una vez, cabrón. Fue el título de uno de los discos del grupo Extremoduro.
En Plasencia, cuando iba al bar El Trébol –ese bar chiquinino de la calle Patalón– se juntaba sin más con sus colegas ante su juventud incierta. El Trébol era –al menos entonces– un rincón mágico en el que no faltaban tipos que parecían personajes de una novela de Kurt Vonnegut a punto de entrar en el universo de ficción carcelaria de Hocus Pocus.

Las especialidades del lugar eran la amistad abierta, los canutos y las jarras de cerveza. Un mundo de risas y camaradería. Su madre le confesó a una amiga –por entonces– que si iba por la calle del Sol con su hijo, en el centro de Plasencia, alguna gente fina se apartaba. No sabían que había aprendido de chico, había sido tuno de chavalín: tocaba ya la guitarra en la Rondalla del Colegio La Salle de Plasencia.
Muchos extremeños lo hemos sido (tunos) en algún momento, sin rondalla ni nada. Franco estableció medidas para que no entraran tantos extremeños y andaluces en Madrid, según estableció un decreto del Boletín Oficial del Estado del 21 de septiembre de 1957: «Prohibía la entrada en Madrid de las familias que no constara que tuvieran vivienda. En las estaciones de tren y autobuses la policía devolvía a Extremadura y Andalucía a quienes no tuvieran domicilio ni trabajo en la capital de España». Gente fina apartándose y apartando a otros, como ahora mismo en medio mundo. https://www.hoy.es/caceres/acogedor-madrid-prohibio-20180909203033-nt.html
Joder, Robe, no saben de qué mundo venimos, pero nos lo explican los enteraos y te explican a ti hoy, ya muerto, como descubriéndote.

Acabo de oír que Roberto Iniesta Ojea era un figura filosófica a tener en cuenta. Me parto, colega. Él lo explicaba con otra perspectiva, decía que no era capaz de controlar lo que escribía: «Es como si vomitara y luego mirase qué hay». ¿Los elogios hacia su figura? «Bueno, como que me la suda un poco. Si alguien quiere tirarse el pegote que se lo tire…» (entrevista con Carlos Marcos, El País, 5 de septiembre de 2021).
Como Edith Piaf, cantó que no se arrepentía, que no había por qué arrepentirse «de aquel día en el que cogí la moto porque me pegué una hostia». Porque es como tratar de evitar el destino, la idea de que «a lo mejor si no te hubieses pegado una hostia con esa moto te hubieses pegado una mucho más grande en un coche».

En 1996, dejó que Mikel López Iturriaga retuviera de él lo siguiente: «He hecho de todo: fui chapista, vendí chucherías en una furgoneta, trabajé para colegas en los bares… Sacaba pelas de donde podía para poder hacer música. Pero nunca he tenido problemas de dinero, los camellos me han fiado siempre». Luego, cuando hizo falta, supo ser un buen padre (como Juan, su propio padre) y un transgresivo abstemio.
Quería tocar y cantar para que la gente se levantara y bailara «como una puta loca».

En 1990, Extremoduro apareció en el programa Plastic (TVE) interpretando Jesucristo García, un tema que estaba en su primera maqueta, ¡hace ya 36 años!
Al final de esa escena punk, en la que Robe vestía una túnica blanca y actuaba con su guitarreo enérgico y una túnica blanca –que parecía sacada de La Vida de Brian– se acercaba a él Salo (Gonzalo Muñoz Hinojal), bajo y guitarra, que actuaba con un tricornio en la cabeza, doblegaba a Robe y sacaba una pistola. Tras representar un tiro en la nuca (en aquel tiempo de tiros en la nuca), Robe se despanzurraba por el suelo fingiendo la muerte, mientras se abría su túnica modelo Brian y quedaban al descubierto su cuerpo flaco, su desnudez casi completa y sus calzoncillos. https://www.rtve.es/noticias/20251210/robe-extremoduro-himnos-transgresivos-con-hizo-historia-del-rock-espanol/16852278.shtml
Fue el 29 de abril de 1990, el mismo día en el que el transbordador espacial Discovery aterrizaba en el sur de California, en la base Edwards de las fuerzas aéreas de los Estados Unidos. La escena de Plastic y el asunto del Discovery tienen una cierta conexión, ya que en Extremadura, todos sabemos que Plasencia está a apenas media hora por carretera de Cañaveral (el Cañaveral de verdad, el originario, el que está en la provincia de Cáceres), no el de los aterrizajes espaciales que es un escenario ampuloso para astronautas pijos situado en Florida.
Robe ya sabía todo lo anterior, mientras saboreaba su jarra de cerveza en El Trébol. No necesitaba esas explicaciones. Atisbaba el futuro, lo intuía todo.
El escritor Lorenzo Silva dijo en una ocasión que Robe era «una mezcla rara de intuición, escarmiento vital y lecturas». Con el tiempo podía leer «de todo: Cicerón, Harry Potter o lo que sea» [Robe dixit].
Muchas veces leía «de manera voraz», aunque se empeñara en mantener todo el vocabulario de la calle y aunque escribiera canciones que –según confesó– le dejaban «en la boca un sabor como a mierda». Sí, aprendió un poco de latín en la UNED, pero una vez anunció que nunca cantaría en inglés. Nunca, nunca. Lanzó sus palabras como dardos, con sus términos chocantes; también versos de Pablo Neruda y de Antonio Machado.

Dejemos para otros eso de la filosofía y la clasificación erudita del rock transgresivo. Cada uno de nosotros, chapistas o lo que sea, tenemos o hemos tenido nuestras tabernas y nuestros bares llenos de humo, en Hortaleza, Legazpi, Vallecas o Carabanchel, en Leganés, en L’Hospitalet o Barakaldo, en Badajoz o en Cáceres. «Alegres por vivir el presente, mientras dure», dijo su cómplice rockero, Iñaki Uoho Antón.
«Casi siempre con gente buena alrededor», como me acaba de decir una sobrina mía de Plasencia refiriéndose a la clientela del Trébol. Al comentar el fin de Robe, me ha dicho una frase definitiva: «Se ha muerto, vale, a lo mejor todo lo que tenía que decir ya lo ha dicho». Para siempre, siempre, siempre.
El Robe Iniesta que trabajó pronto ayudando a su padre como chapista, contaba sus años jóvenes «como años de perro», de modo que calculaba que si llegaba a 2027 tendría «ciento y pico años». Puñetas, es una edad, sí.
En 1997, los de Extremoduro presentaron su último vinilo en un edificio industrial de la calle Marqués de Monteagudo, en Madrid. Era un local okupado. Robe había escrito la mayor parte de las letras para aquel disco titulado Iros todos a tomar por culo.
Un buen amigo y colega gallego me ha hablado hoy de Robe. Ha fotografiado mis vinilos. Al sacarlos para volver a escucharlos, se ha caído la vieja factura de la desaparecida, histórica, tienda Discoplay, en la Gran Vía de Madrid. Me ha dado un yuyu enorme, porque –¡hostias !– tiene fecha de un mes justo antes de la emisión de Plastic. Y resulta que compré aquel día (30 de marzo de 1990), dos discos: uno de Extremoduro y el otro de los Ilegales (Chicos pálidos para la máquina), del asturiano Jorge Martínez, ¡que palmó dos días antes que Robe! No creo en nada, pero entreveo ahí, en esa factura, un mal fario del copón de la baraja.

Esta tarde, mi sobrina de Plasencia ha intentado firmar en el libro de condolencias expuesto en el Ayuntamiento placentino. No ha podido hacerlo porque se ha encontrado con una muchedumbre que formaba una cola inmensa y tenía obligaciones. Algunos habían llegado desde Madrid y desde otros territorios. Le he dicho a mi sobrina Maite que si luego tiene ocasión, firme también en mi nombre. Después he preguntado: ¿qué vas a poner en ese libro de pésames? Y, pensando en el gran Robe, me ha respondido lo más lógico: «¡Hala, a tomar por culo!»



