“En un sistema neoliberal en el que se recorta el gasto público y hay menos sanidad, menos educación, menos transporte público, menos pensiones, el hecho de que llegue gente nueva crea una lucha de pobres contra pobres. Es desestabilizante, y es considerado un peligro por la OTAN. Entonces, para resolver el problema lo que se ha decidido es que esta gente no llegue. Que esta gente desaparezca en el viaje. La estrategia es que se eliminen solos, en el mar, para que nadie los vea morir, y esas desapariciones no sean percibidas.”
(Enrico Calamai, cónsul italiano en Argentina entre 1972 y 1977. En ese último año, trabajó frenéticamente para sacar a más de trescientas personas de la Argentina y permitirles la entrada a Italia. Mientras se tramitaban los documentos esas personas estuvieron protegidas. A muchas, el propio Calamai les encontró dónde alojarse en los días en que sus vidas corrían peligro. En 2004, Enrico Calamai recibió la Cruz de la Orden del Libertador San Martín en grado de Comendador. Ahora, Calamai ha fundado el Comité por la Verdad y la Justicia para los Nuevos Desaparecidos.)
Los nuevos desaparecidos son los africanos que mueren ahogados, dice Sandra Russo, escritora y periodista, en una columna en el diario argentino Página 12. Europa, la vieja y desvencijada Europa –desvencijada sobre todo en su parte más cruel, su parte sur–, se ha convertido en una inmensa fortaleza que como un castillo medieval levanta sus puentes y se atrinchera para repeler a quienes debería refugiar, no sólo por piedad sino más bien por responsabilidad. Los africanos escapan de las pesadillas que no engendraron ellos, sino el colonialismo y la geopolítica a la que fueron condenados después de la Segunda Guerra.
En siete meses, y a fecha 6 de agosto de 2015, más de 2100 personas han muerto o desaparecido oficialmente en el Mediterráneo, aunque lo del número de desaparecidos no debe tomarse en su sentido más literal porque lo que realmente se ignora es el número de quienes lo intentaron.
Se trata de una cifra facilitada por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR), lo mismo que la de alrededor de 224.000 migrantes que han conseguido llegar a territorio europeo, después de deambular días, incluso semanas, por el Mare Nostrum. De ellos, 98.000 han desembarcado en Italia y 124.000 en Grecia. El grupo más numeroso lo constituyen los sirios (34 %), seguidos por eritreos (12 %), afganos (11 %), nigerianos (5 %) y somalíes (4 %).
“Ya es casi un axioma decir que el Mediterráneo se ha convertido en una fosa común. Aquel Mediterráneo que cantaba Serrat se fue volviendo en los últimos años una fosa en la que yacen miles de hombres, mujeres y niños que no tienen nombre. No se conoce el nombre de los ahogados. Son inmigrantes ilegales, gente castigada hasta después de muerta con el NN del anonimato, de la cosificación. No se sabe qué historias han recorrido, ni qué caminos han tomado ni de qué pestes huyen, porque no todos vienen del mismo lugar ni escapan de las mismas cosas. Los que empezaron siendo marroquíes, y cruzaban el mar que estaba al lado para llegar a Europa, ahora vienen de miles de kilómetros más al sur, desde los confines subsaharianos de ese continente del que no tenemos la menor idea…”.
En las últimas semanas, debido a la excesiva subida de las temperaturas atizadas por el viento y la arena procedente del desierto, y siempre según el comunicado de ACNUR, varios de esos clandestinos han muerto deshidratados cuando llevaban menos de un día en el mar. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la barrera de los 2000 muertos y desaparecidos en el Mediterráneo se franqueó en el primer fin de semana de agosto y ya es casi un número igual al balance total de 2014.
Al mismo tiempo, los máximos responsables de la Comisión Europea, entre ellos su presidente Jean-Claude JUnker, se han manifestado “decepcionados” por la respuesta insolidaria que han dado los representantes de los países miembros –incluida España-, al negarse a aceptar la “cuota” de migrantes que les había sido asignada, y rebajar considerablemente la cifra. Y no solo eso, algunos como Hungría han modificado en estos días su legislación sobre el derecho de asilo, ante la masiva llegada de refugiados sirios, afganos y paquistaníes que están llegando por la frontera con Serbia, una de las puertas de entrada al espacio Schengen, que el gobierno conservador húngaro ha anunciado su intención de “impermeabilizar” con un muro de 175 kilómetros de largo: el 30 de julio, ese mismo gobierno anunciaba la llegada del migrante número 100.000.
Para William Spindler, portavoz de ACNUR, “la razón de esta crisis no tiene que ver con el número de aspirantes a refugiados sino con la incapacidad de Europa para responder de manera coordinada. Los países europeos deberían trabajar juntos en lugar de señalarse unos a otros”.