Manuel María Meseguer
La reciente muerte en prisión del dictador Jorge Rafael Videla bastó para generarme un flash, un recuerdo, o como se dice ahora en términos informáticos, una “pop-up” (una ventana emergente) sobre la rocambolesca visita a España del almirante argentino en situación de retiro Emilio Eduardo Massera, miembro hasta el 15 de septiembre anterior de la Junta Militar que masacró Argentina tras su golpe de estado de marzo de 1976.
Caído en desgracia, Massera intentó desde su nueva condición civil mantener el poder que había detentado como jefe de la Armada y miembro del triunvirato genocida. Por lo que supe después, desde antes de su salida de la Junta había estado madurando un plan que le permitiera aparecer como alternativa a la dictadura militar a los ojos de la sociedad internacional.
En plena escalada bélica con el Chile de Pinochet, Massera se las arregló para ser invitado a impartir una conferencia en el neoconservador Centro de Estudios Políticos Avanzados de la Universidad John Hopkins de Baltimore, Estados Unidos. Con esta conferencia en uno de los muchos países que lo había condecorado iniciaba el plan que había estado urdiendo con la curiosa complicidad de la ilegal CGT peronista e incluso de los “montoneros” de Mario Firmenich, para mostrarse ante la escena internacional como interlocutor ineludible del gobierno argentino. Para ello preparó a conciencia su entrevista, varias veces rechazada y finalmente aceptada, con el presidente francés Valery Girscard D’Estaing. El señuelo utilizado, según la biografía no autorizada “Almirante Cero”, de Claudio Uriarte -a la sazón componente de la redacción de “Página 12”, diario todavía dirigido por su fundador Jorge Lanata- fue mostrar al presidente francés tres listas de presos, desaparecidos y muertos franceses con el compromiso de repatriar a los que estuvieran todavía con vida.
La audiencia en el Palacio del Elíseo, el 8 de noviembre, duró apenas quince minutos y resultó un fracaso, según Uriarte, quien señalaba en su biografía que todavía Massera viajó a Italia, Alemania Federal, Portugal, “y otros países” en un recorrido diseñado, aseguraba, por la organización Propaganda Due (P─2) que le había ido abriendo las puertas. Entre esos “otros países”, aunque antes que París, se encontraba la España de la UCD, todavía sin una Constitución democrática que se aprobaría en referéndum el 6 de diciembre siguiente. Las andanzas de Massera por España y sus contactos con el “establisment” político madrileño se publicaron en La Vanguardia de Barcelona los días 11 de octubre (página 17), 4 de noviembre (página 11) y 7 de noviembre (portada de tipografía) de 1978 con informaciones procedentes de la Redacción del periódico en Madrid de la que yo era el responsable.
Mediado el mes de septiembre, José Ventura Olaguíbel del Olmo, por entonces gerente de la agencia EFE, se puso en contacto conmigo con la peregrina proposición de que investigara en los distintos organismos de ayuda al refugiado y otros comités de solidaridad el número y la identidad de los españoles presos y desaparecidos por la dictadura argentina. Como contraprestación, La Vanguardia obtendría la primicia absoluta de una información que aseguraba era de primer nivel. Olaguíbel había sucedido a Dionisio Ridruejo en la secretaría general de la Unión Social Demócrata Española (USDE) que con el tiempo se integró en UCD y prácticamente quedaría absorbida por los socialdemócratas de Francisco Fernández Ordóñez. Pese a lo difuso del trato, lo acepté, en parte por la personalidad de quien lo proponía, pero también picado por la curiosidad de la información “de primer nivel”.
La idea de atender al almirante retirado Massera y escuchar sus propuestas había llegado al Gobierno y derivada a Ventura Olaguíbel a través de elementos de la CGT peronista en París con el señuelo en esta ocasión de lo importante que sería liberar a los españoles que estuvieran presos o localizados coincidiendo con la polémica y contestada visita que el 26 de noviembre efectuarían los reyes de España a Argentina en el marco de una gira que comenzaba en México, proseguía en Perú y concluía en el país de la Pampa. En esas fechas de septiembre todavía no se me dio a conocer el nombre del mediador que llevaría adelante la operación.
Las investigaciones resultaron más dificultosas de lo previsto. A partir de mis indagaciones cerca del IEPALA (Instituto de Estudios Políticos para América Latina y África), cada uno de los organismos de ayuda a personas presas o desaparecidas tenía su propia lista de españoles en esa situación y fue necesario cruzar los datos para tejer una lista única, consensuada, con el problema adicional de la transcripción de algunos apellidos (en unas aparecía un Munuzurri y en otras un Munusuri, por poner un ejemplo) y con la sorpresa de que el número de presos y desaparecidos de los organismos solidarios resultaba menor del que se tenía por seguro.
Tal como escribí entonces, “la base de las pesquisas era la famosa lista ‘de los diez mil’ presentada por el secretario de estado norteamericano Cyrus Vance a las autoridades argentinas. En esa lista se reflejaban los nombre de miles de personas de todas las nacionalidades presas o ‘desaparecidas’ durante los primeros meses de la toma del poder por los militares. Otra fuente barajada al principio procedía de las apreciaciones vertidas por el enviado especial de Cambio16, el malogrado Cuco Cerecedo, quien habló de cientos de españoles presos y secuestrados por las fuerzas represivas de la Junta”.
Sin embargo, los datos que pude recabar arrojaron ocho presos y 31 desaparecidos cuyos nombres publiqué en la primera información del diario del 11 de octubre de 1978. Que yo sepa, ningún otro medio de comunicación se hizo eco de la historia, incluso cuando un mes después informamos de la salida del almirante Massera, que había permanecido de incógnito en Madrid desde el 30 de octubre en un lujoso hotel e inscrito con su nombre, aunque con una sorprendente nacionalidad peruana.
La última información daba cuenta de sus entrevistas con el presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez; con el secretario de Relaciones Internacionales de UCD, Javier Rupérez, y con José Ventura Olaguíbel, quien fue el encargado de entregarle la lista que habíamos conseguido confeccionar en La Vanguardia. La entrevista con Suárez discurrió por los mismos cauces que con Giscard puesto que el entonces presidente del Gobierno huía como la peste de un encuentro público con el exmiembro del triunvirato militar argentino. De ahí que Moncloa nunca llegara a aceptar que la entrevista se hubiera producido.
El método que utilizó tanto en Francia como en España era similar. Según el autor de “Almirante Cero”, en su entrevista con Giscard el marino en retiro comenzó subrayando “la afinidad que existía entre su pensamiento y las posiciones manifestadas por Giscard en su reciente libro Democracia francesa, que en ese momento se había puesto de moda entre los militares argentinos y sus asesores civiles”.
En Madrid, por el contrario, y según la información que me transmitió Olaguíbel “no ocultó su predilección por una salida socialdemócrata para la actual situación argentina”. A cada uno su canción.
En la información aparecida el 4 de noviembre de 1978 se daba a conocer que seis de los ocho presos españoles habían sido liberados por la Junta sin el concurso -según se aseguró- del almirante Massera. En la información del 7 de noviembre se añadían otros dos nombres, los de Enrique García Ruiz y Javier Federico Negro Asensio, españoles nacidos en Argentina. Mis posteriores años de residencia en aquel país me hacen sospechar ahora que Negro no sería un apellido sino un mote al que tan aficionados son los argentinos (el “mono” Burgos, el “cholo” Simeone, la “pulga” Messi, el “turco” Menem…)
No obstante, la prensa española seguía insistiendo en que el Rey intercedería “por los ocho presos políticos aún pendientes de liberación”, según decía en su crónica desde Cuzco (Perú) Pablo Sebastián en El País. Obviamente, esa cifra de presos había salido de nuestras investigaciones en La Vanguardia que nadie recogió.
Curiosamente, 34 años después, el pasado 22 de noviembre, se presentó en Buenos Aires el libro “Rapsodia para no olvidarte”, de María Consuelo Castaño Blanco como homenaje “a los cerca de 200 españoles víctimas de la última dictadura militar”. O sea que posiblemente Cuco Cerecedo tuviera finalmente razón.