En Europa, el votante sobrevenido de los grupos ultranacionalistas o de la extrema derecha populista o ultranacionalista es un ciudadano –que además de otras cosas- se siente vulnerable. Y –con razón o sin ella- cree que los partidos tradicionales, especialmente los socialdemócratas, evitan debates que le interesan: sobre la desigualdad, sobre la inmigración o sobre valores sociales que esos partidos asumían no hace tanto tiempo.
Esas ideas forman parte de una entrevista que hice a Mari K. Niemi, socióloga e investigadora en historia social, de la Universidad de Turku (Finlandia). Nuestra conversación tuvo lugar en mayo, pero reescribo aquí otra versión (más amplia) de aquella entrevista que ya publiqué (en inglés) en la revista “Queries”.
Se me ocurre que el ascenso del Frente Nacional de Marine Le Pen tiene también un origen parcialmente sobrevenido.
Aunque los atentados recientes que tuvieron lugar en París hayan podido reforzar o influir el voto a favor del FN en la primera vuelta de las elecciones regionales francesas, esa tendencia es anterior. Y el fenómeno no es únicamente francés. Hay elementos similares en otros países europeos. Niemi es una estudiosa de su propio país, pero ha trabajado también como ‘visiting scholar‘ en la Universidad de Strathclyde (Reino Unido):
“Esos partidos populistas no crecen únicamente por la inmigración. Tampoco pienso que la causa sea sólo el aumento de las desigualdades, aunque su base esté también ahí parcialmente. Lo que sí podemos decir es que crecen asimismo por el aumento del sentimiento de desigualdad. Si en Finlandia creció el (antes llamado) partido de los Nuevos Finlandeses es porque una parte de la población se sentía abandonada.
En ese sentido, cuentan factores culturales, dificultades propias para integrarse en una sociedad de nuevo tipo y el fenómeno de desaparición de los empleos tradicionales. Esos puestos de trabajo en sectores industriales, por ejemplo, ya casi no existen. Para muchos no es fácil encontrar trabajo otra vez. Sienten que los socialdemócratas, y no únicamente ellos, ya no les representan. No hablan en su nombre, en el de la clase obrera. El sistema no les defiende, no les representa. Y ese es el nicho de votantes que buscan los partidos populistas. Éstos, al mismo tiempo, pretenden recuperar ciertos valores tradicionales. Contrarían los derechos de los homosexuales, por ejemplo, o asumen que las mujeres pueden regresar a sus hogares más que dedicarse a encontrar un empleo fuera. Y por supuesto, no debemos olvidar la desigualdad económica y la crisis, también en Finlandia.
Esos partidos no tienen nada más que presentarse como si hablaran de verdad en nombre de ese tipo de trabajadores”.
Y cuando le hablamos a Mari K. Niemi del desencanto de esos votantes tradicionales en otros países europeos (nos ceñíamos a los casos del Reino Unido y Finlandia), nos respondió lo siguiente:
-“Su comportamiento es muy similar. Esos ciudadanos no comparten valores liberales de apertura y sienten una especie de nostalgia. Incluso quieren volver atrás, cuando –creen ellos- los hombres eran hombres y las mujeres ‘mujeres de vida tradicional’. En ese mito, los trabajadores estaban orgullosos de su trabajo y aportaban lo necesario a sus familias. Esos votantes se sienten hoy inseguros frente a los cambios. La rapidez de la digitalización global contribuye a su inseguridad. No hablan tampoco los nuevos ‘idiomas’. No entienden al inmigrante que vive al lado de su casa, ni el lenguaje de las redes sociales o las tecnologías de la información. Tampoco los nuevos códigos del mercado laboral. De modo que se pegan a un núcleo duro de valores que ellos vinculan a la familia o al matrimonio, frente a las familias arco iris o las parejas de nuevo signo. Porque este aspecto de la sociedad actual también aumenta su inseguridad.
Algunos incluso pueden añadir razones religiosas, porque no están dispuestos a aceptar la visibilidad pública de esos otros grupos sociales (inmigrantes, gays, lesbianas, etcetera). El ambiente ha cambiado y ellos no lo comprenden o no desean aceptarlo, sin más. Su vieja concepción de la ciudadanía se siente amenazada. Piensan que son el tipo de ciudadano que esperaron ser y que ahora –según su punto de vista- están amenazados. Se sienten más débiles y experimentan una sensación de temblor bajo sus pies.
La inmigración es sólo un factor más de ese sentimiento de inseguridad. Y cuanto menos formados estén, menos educación hayan recibido, mayor será su dificultad para encontrar trabajo si lo han perdido. En Finlandia, no existen los viejos astilleros que ofrecían mucho empleo. Esa gente se siente el objetivo de algo difuso. Miran a su alrededor y se preguntan: ¿Por qué otras personas trabajan y yo no? ¿Por qué otros parecen disfrutar de ciertos beneficios y yo no? Los inmigrantes aparecen de repente en el horizonte y ese votante desorientado encuentra alguien (fácil) a quien culpar. Esos son los debates en los que entran los partidos populistas. La duda es si echarán raíces o no”.
La conclusión de Niemi es que hay una confluencia de choques culturales, identitarios, que tienen que ver con la nueva visibilidad de diversos grupos sociales, así como con la pérdida -en otro plano- de derechos sociales y laborales. Su respuesta fue en ese sentido:
-“Confluyen, a la vez, una crisis de identidad y una crisis económica. Su pregunta es: ¿quién soy? Los elementos que formaban parte de mi identidad ya no sirven. Y tengo que aceptar ciertos cambios, mientras siento que hay otras cosas más importantes para mí. Como el empleo, por ejemplo. Esa desaparición de lo que parecía seguro conduce al sentimiento de vulnerabilidad.
No saben qué sucederá mañana. Sienten que muchas cosas están cambiando al mismo tiempo. Y con demasiada rapidez. La tierra se mueve. Todo eso conduce primero a la inseguridad, después a la hostilidad hacia lo nuevo. Los nuevos partidos (populistas, nacionalistas, etcétera) les venden nostalgia. Les hablan de regresar a un paraíso monocultural, donde los trabajadores trabajaban con firmeza, eran bien pagados y donde todo resultaba predecible. Es un regreso imposible, pero funciona así en determinados discursos políticos. Gente que no votaba, vota a esos partidos que parecen haber localizado el discurso que les corresponde (a esos ciudadanos confundidos). En Finlandia o en el Reino Unido, el laborismo no se ocupó de las preocupaciones de sus electores, sobre la inmigración, por ejemplo. Ese tema no se ajustaba a sus supuestos ideológicos. Y no han estado dispuestos a comprometerse en ese debate. Ha sido un gran error. Lo que no se puede hacer es decirle al votante: ‘Eh, tú, estás equivocado!’ Porque hay que discutirlo. Los partidos mayoritarios tienen que dar una respuesta. Porque si no lo hacen ellos, otros fingirán escuchar de verdad a los votantes extraviados”.
COMENTARIO DE UN LECTOR HABITUAL QUE NOS LLEGA A TRAVÉS DEL CORREO PERSONAL:
«No tan sencillo.A la arcadia perdida no se puede regresar no porque la historia la haya dejado atrás sino porque nunca existió.
La batalla contra las propuestas populistas extremas, redentoras, de solución fácil (y casi siempre violenta) a problemas complejos, es la misma que contra todo tipo de creencias: jabón y escuela. ¿Y mientras tanto qué? Pelear el día a día ilustrado, evitar (suena antiguo) el paso del proletariado (neo) al lumpen (el de toda la vida)… Aceptar que esta mano la han ganado, igual que en el XIX los románticos se la ganaron a los ilustrados y, ahora el mercado se la ha ganado a los liberales-socialdemócratas reguladores. Esperanza: los países europeos, de momento, no están para guerras.
Veremos qué pasa en la batalla capital financiero-capital industrial». Carlos P.