Laura Fernández Palomo
No se van a mirar a la cara. La delegación del Gobierno sirio se sentará en una sala. En otra colindante, el grupo representante de la coalición opositora de 33 miembros conocida como el Alto Comité Negociador (ACN) que se formó en diciembre en Riad, apadrinado por Arabia Saudí. El enviado especial de la ONU en Siria, Staffan de Mistura, – el tercero que ocupa este cargo en cinco años de conflicto – hará de cartero entre las dos salas.
Participan pero no negocian. No sólo porque, como ocurre en el terreno, quienes libran realmente esta batalla son los autores del guión: Turquía, que ya ha impedido la participación de los kurdos, con el fin de cercenar sus ansias de autonomía; Irán y Rusia que buscarán mantener su influencia en el futuro nuevo gobierno; Arabia Saudí, para contrarrestar, defenderá sin escrúpulos la suya; y Estados Unidos actuará apremiado por rescatar del fiasco su coalición contra el Dáesh, que necesita el fin del conflicto sirio para ser efectiva. No habrá negociación, porque nadie quiere perder; lo que llevará a forzar una convergencia de contradicciones que probablemente cerrará la herida en falso.
Dice el presidente sirio, Bachar Al Assad, que ha mandado a sus portavoces simplemente “para escuchar”. Mientras que el ACN, que no se presentó el primer día, aceptó in extremis viajar hasta Ginebra este sábado, aunque no ha aclarado los términos de su implicación cuando no se han cumplido las exigencias de poner fin a los asedios de la población civil y a los bombardeos sobre Siria. Demandas amparadas por la resolución 2254 que aprobó en diciembre el Consejo de Seguridad de la ONU y que, en teoría, son la base de ese teatrillo negociador.
Médicos Sin Fronteras aprovechaba el reparto de acreditaciones para recordar que otros 16 sirios murieron por inanición en la sitiada Madaya desde que se aprobara este mes el envío de convoyes humanitarios. Los datos de la ONU son claros: el régimen solo aceptó el 20 % de las más de cien solitudes que pedían el acceso humanitario a las zonas cercadas.
“Esto no es Ginebra III”, ha dicho Mistura para desvincular el encuentro de los fracasos de las anteriores dos rondas, en 2012 y 2014, para poner fin al conflicto sirio. Dos años más tarde lo vuelven a intentar azuzados por un Dáesh que se ha convertido en un dolor de cabeza para todas las partes del conflicto, hasta para las que en su momento intentaron instrumentalizar su amenaza, como Turquía, Arabia Saudí o el régimen sirio, y que hoy es lo único que los une. Esta despiadada organización terrorista y el Frente Al Nusra, de Al Qaeda, han sido las primeras excluidas de cualquier posible proceso.
Con la misma falta de confianza que las anteriores, el viernes 29 de enero de 2016, y después de un retraso de cinco días para ganar tiempo al fracaso, han comenzado las negociaciones que durarán seis meses. De Mistura recibía el viernes a la delegación de Bachar Al Asad y se reunirá también con los opositores con la intención de iniciar el lunes el diálogo indirecto. Lo harán no por Siria, sino porque ya no pueden controlar el caso como pretendieron, así que no importa que el punto de partida contradiga la entusiasta resolución que proponía un Gobierno de transición y la celebración de elecciones en un plazo de 18 meses, sin haber parado aún el derramamiento de sangre. El primer damnificado ha sido el término: se habla ya de un “Gobierno de Unidad Nacional”, que no ensombrece tanto el pasado ni el futuro de Al Assad.
Comienza Ginebra III con la misma falta de expectativas que sus antecesoras, pero ahora están forzados a maquillar el desaguisado; la razón, eso sí, sigue sin ser Siria. Y llegan sin un alto el fuego, con aviones rusos sobrevolando el cielo, a una mesa de negociaciones en la que se tendría que hablar de cómo acercar a una sociedad dividida y exiliada, dónde colocar al dictador Al Asad – causante de este conflicto para gran parte de la población – , dónde los grupos extremistas confesionales que han germinado en combate como Ahrar al Sham (El Movimiento Islámico de los Libres del Sham) y Jaish Al-Islam (El Ejército del Islam), que hoy aglutina el ACN en su amplio espectro opositor y son grupos terroristas para Rusia y el régimen alauí.
Porque hablar de Siria sería esto; permitir su reconciliación y soberanía para terminar con el vacío de poder por el que se ha colado ese Estado Islámico, que dicen temer; y no apaciguar los miedos de Turquía desplazando a los kurdos sirios que, paradójicamente, son los primeros aliados de EEUU en su lucha contra los yihadistas del EI; ni asegurar las bases de Rusia en el Mediterráneo, en territorio sirio; ni acariciar los tentáculos que las teocracias de Irán y Arabia Saudí quieren atar a la política siria en su lucha por el dominio de Oriente Medio. Negociar una paz hablando con y de quienes la tienen que habitar.