En tiempos de vacas flacas proliferen los dogmáticos. Los milagreros. Con algo hay que llenar la boca del hambre y los ánimos faltos de esperanza.
En todos los terrenos. En el religioso es ya conocido y tradicional. Se promete el paraíso, pero a largo plazo. En el político, para hoy o mañana mismo. Siempre con rotundidad, con palabras altisonantes, que pretenden ser convincentes.
No pocos políticos, en estos tiempos de confusión, se convierten en predicadores de la ‘buena nueva’. Se suben a sus púlpitos, engolan sus palabras, y empiezan a machacar dogmas a quienes, más hambrientos de hechos, están dispuestos, momentáneamente, a saciarse con frases huecas que no llevan a ninguna parte.
Y así nos va la política en España. La vieja y la nueva. La de derechas y la de izquierdas. La nacionalista del centro y la de la periferia. Llámense sus protagonistas más visibles Pablo Iglesias, Oriol Junqueras, Ada Colau, Joan Tardà o Anna Gabriel, como algunos ejemplos de la izquierda. En la derecha, con sus nacionalismos: José Maria Aznar, Mariano Rajoy, Artur Mas, Carles Puigdemont o Carme Forcadell. Los dogmas -por inspiración divina populista, radical-democrática o legalista- sustituyen a las realidades contrastadas. Las doctrinas desgastadas y vacías, pretenden olvidar la política de la buena gestión, que debiera ser creadora de riqueza y de su justa distribución.
Los dogmatismos floreados y sonoros movilizan las masas, para bien o para mal. La buena gestión para todos, socialmente más práctica y confortable, en tiempos críticos y convulsos, de predominio de la verborrea sobre el sentido común, la moderación y el pactismo, no arrastra votos; le falta espectáculo y morbo.
Por esto las televisiones, las radios y la prensa -de la mano de los políticos verbalmente más diarreicos- se llenan de discursos dogmáticos sin inspiración del santo espíritu. Es el espectáculo sustituyendo el razonamiento. Lo fácil de seguir, de retener y de repetir en eslóganes bien pagados con el dinero de todos. Y de divulgar en las masas desengañadas o radicalizadas, incapaces de analizar y discernir serenamente.
Entonces, se vota lo que se vota. Y sale lo que sale, como hemos visto. El pueblo atribulado también se equivoca.
Se acercan nuevas elecciones… !Cuidado con los políticos dogmáticos de toda índole!