He visto mujeres con andador paseando rodeadas de una gran familia. Otras pizpiretas rodeadas de nietos que las increpaban. Hijos únicos que llevaban del brazo a su madre a pasear un rato. Lágrimas en los ojos de ancianas que con orgullo paseaban con sus hijos por parques y ciudades, madres que hoy han reunido una vez más, no porque sea su día, sino porque todos los días posibles son los mejores para estar con la persona que nos dio la vida.
Hoy es ya primavera. En la exaltación de luces y sombras, los colores de las flores han invadido las manos que más han trabajado; las de las madres. ¡Ay, madre, cuánta belleza! ¡ay, madre, qué alegría volver a verte de nuevo!, ¡ay, madre, qué bien que sigas entre nosotros! He escuchado a familias esta mañana de mayo, el día primero, ese que dice ser del trabajador, pero casualmente es también de las madres. Madres cuyo invisible trabajo se ha visto siempre ninguneado como si tal cosa, madres que han tenido que trabajar de sol a sol para sacar a sus hijos adelante, madres que han llorado solas, viudas, solteras, divorciadas; todas ellas, adelante, siempre con la fortaleza de ser madres, ¡qué grande!
Madres que entre sollozos han visto enfermar a un hijo, madres que han acompañado a un hijo a su tumba, madres que han pasado hambre para darle a sus niños lo poco que había, madres a la cabecera de la cama mientras el bebé tenía fiebre, madres, madres, ¡tantas madres!
No podemos dejar de hablar de la madre si en cualquier circunstancia nos viene a la mente ese consejo que nos dio porque malo que nos pareciera. Tampoco esa mirada de amor mientras nos regañaba porque esto, lo otro o lo de más allá. Las madres siempre han estado entre nuestras circunstancias; las pequeñas y las grandes empresas; tomándonos la lección o castigándonos sin salir; todo por nuestro bien, decían. ¿Quién no ha expresado pesar, dolor, pena, y ha llamado a su madre? ¡Ay, madre!
Esas madres paseaban hoy entre los suyos; a veces un hijo, él único, otras, llenas de hijos, nueras, yernos y nietos, madres, madres…Madres que ayer fueron madres y hoy son abuelas, pero siempre madres. La palabra madre que siempre nos viene a la cabeza; la única persona en quien pensamos cuando todo va mal, rematadamente mal o quizá no puede ir peor; ¿qué me diría mi madre? ¿qué pensaría mi madre?
A todas las madres que a pesar de la vida nunca dejaron de sonreír por el bien de sus hijos; a todas las que les sacaron entre escombros cuando hubo que salir adelante, a todas las que dieron todo lo que tenían por darles una carrera, una mejor educación; a todas esas que fregaron escaleras porque no tuvieron mejor opción, todas ellas, las buenas, las peores y las regulares, todas, hicieron lo mejor supieron el mejor oficio del mundo, solamente el de serlo. A todas las madres que han pasado a la historia en sus casas como personas únicas que han hecho grandes personas, ¡madres!
A todas las que lucharon año tras año por sacar adelante a su hijo con un enfermedad incurable, a todas las madres de discapacitados que dan lo mejor toda la vida y los ven crecer sanos y fuertes, a todas las que siguen siendo madres aunque ya no tengan niños que criar, gracias madres, gracias por estar entre nosotros y hacer mejor a la familia. Gracias por unir a las personas en las reuniones y por bailar en las bodas cuando nadie se arranca; gracias por hacernos sentir personas cuando entre todas nos contáis que tuvo lugar cuando érais jóvenes.
Gracias madres jóvenes por seguir adelante el legado y con ello continuar haciendo crecer la familia. Gracias mamás por permitirnos crear hogar entre todos los que somos distintos.
Gracias madre, gracias mamá.
¡Ay, madre! ¡Qué bonito! ¡Qué grande es tener una madre!