Perdonen las comillas, escribe Rafael Alba[1], pero así me lo contaba ayer mismo un viejo militante socialista asqueado a quien conozco desde hace muchos años y perdonen las comillas: “Ahí los tienes como si nada hubiera pasado nunca. Son los tipos de Filesa, los ‘trincolaris’ que se movían en esos entornos de la corrupción generalizada en la que terminó el sueño del ‘felipismo’. Los mismos que pusieron la semilla del principio del fin del PSOE. Pero nada ha podido con ellos. Se sientan en las tertulias de los medios de comunicación del viejo enemigo a dar lecciones de sentido de Estado y se sientan en los consejos de administración de las empresas de sus amigos para cobrar el beneficio de la traición”.
No se engañen. Si alguien está de verdad molesto con el desfile de viejas glorias que ejercen su libertad de opinión para exigir al nuevo secretario general del partido que deje gobernar a Mariano Rajoy y al PP con la abstención de los diputados socialistas son esos militantes veteranos que han aguantado firme bajo la tormenta con el carné junto al corazón. Esos mismos que se sintieron ridículos en la última década del pasado siglo, cuando tras haber resistido como una piña los ataques llegados desde el exterior confiando en que aquello de los ‘cien años de honradez y firmeza’ se dieron de bruces con la realidad y casi se ahogan con el olor a podredumbre que salía del interior del partido de sus amores.
Hasta ahora, y quizá incomprensiblemente sólo Felipe González se había salvado de la quema. Pero eso se acabó. Su numantina defensa de los intereses del grupo Prisa, su empecinamiento en complicarle la vida al actual secretario general del partido y su empeño en apoyar un gobierno de derechas han acabado con la credibilidad que todavía poseía. Y eso que, para la mayoría de ellos, Pedro Sánchez, el jefe de filas socialista de ahora, era un tipo sin carisma, una suerte de marioneta de los poderes fácticos del partido. Y que siguen sin fiarse de él, lo mismo que siguen sin fiarse de Podemos, y mantienen una distancia más que prudencial con ese líder mesiánico llamado Pablo Iglesias, que aspira a robarles la cartera.
Pero todo tiene un límite y los viejos corruptos del partido lo han sobrepasado con creces en los últimos días. Lo mismo que esos nuevos barones regionales que como Guillermo Fernández Vara que no se han enterado, por lo visto, de que los trapos sucios se lavan en casa. O Susana Díaz, la trianera, la ‘Niña de los Eres’ que, según los confidenciales de la casta, se reúne en secreto con los representantes de los grandes empresarios para preparar la ofensiva final contra Sánchez. ¿Es que no van a parar nunca? ¿Ni siquiera ahora que, en la misma semana, en que estallaba la bomba Rita Barberá sin que aún se hubieran apagado los ecos del segundo ‘caso Soria’ se ha producido la oportuna reaparición judicial de Manuel Chaves, José Antonio Griñán y el resto de la cuadrilla para que todo el mundo vuelva a tener claro aquello de que el PP y el PSOE son lo mismo?
Se recomienda tener cuidado porque el material de que están hechas las lealtades políticas es muy sensible. Y, además, bastante poco volátil, por lo menos en los círculos de la militancia de base. Con lo que puede resultar que ese Pedro Sánchez que cuando llegó al poder apoyado precisamente por Susana Díaz, no contaba con ningún predicamento en la formación política que tenía que liderar, esté empezando a ser considerado como el mal menor por muchos de aquellos que no le toleraban cuando llego. Y, lo que puede ser peor, para sus enemigos, parece que ha empezado a rodearse de cuadros jóvenes y rocosos con ramificaciones claras incluso en las federaciones dominadas por el enemigo que se disponen a resistir ese ataque que se ve venir y se anticipa duro y casi definitivo.
Por todo esto les anticipo que, en mi opinión, habrá batalla en el PSOE, probablemente, y bastante más dura de lo que a más de uno, o de una, le gustaría. Pedro Sánchez no está sólo, ni mucho menos, ni se encuentra arropado nada más que por ese evanescente magma que conforman los militantes y simpatizantes socialistas a quienes se supone más a la izquierda que su dirigencia. Hay también muchos sectores clave del partido y figuras de ámbitos como el mundo intelectual, la docencia, el sindicalismo o la política local y regional que se alinearían con él, si al final la ‘casta’ del PSOE desata las hostilidades.
Los asuntos lamentables del pasado lejano del partido que salpican a esos líderes antiguos y las vergüenzas recientes como el famoso caso de los ‘Eres’ andaluces parecen exigir una renovación completa de la cúpula y las figuras de respeto y, tal vez, justamente ahora, sea cuando ese movimiento pueda producirse. Sólo estaría por ver, si como temen algunos viejos sociatas aún enamorados del poder de su puño y de su rosa, el egoísmo y los intereses dudosos de ese sindicato que parecen haber formado los seguidores de Felipe, Zapatero y Bono y los peones del grupo Prisa, llega tan lejos que es capaz de provocar una ruptura del partido con tal de salvar el pellejo. Esa ruptura que se produjo, por ejemplo, en Grecia y que, al final, no pudo evitar la llegada de Syriza al poder.
Y, aunque es cierto que Alex Tsipras y los suyos se han visto obligados a mantener, y hasta ampliar las políticas económicas neoliberales contra las que lucharon, forzados por la inmisericordia de la ‘bota alemana’, también lo es que todos aquellos personajes oscuros del viejo bipartidismo heleno, responsables de la corrupción y la ruina del país, que militaban en los dos grandes partidos han desaparecido del mapa, quizá para siempre. Y, por supuesto, que el PASOK, la formación socialdemócrata, se hundió por completo y se sitúa ahora en el territorio de la total irrelevancia. Ya no sirve nada más que para apuntalar con sus votos posibles gobiernos de derechas siempre que las sumas hagan posible la formación de mayorías.
Tal vez en España la secuencia no se reprodujera con exactitud, pero conviene señalar que el principio del fin de la formación socialista griega fue justamente ese, la división interna y la fractura que provocó una lucha fratricida entre quienes querían facilitar un gobierno de la derecha que cumpliera las condiciones impuestas por la UE y aplicará los recortes y quienes no estaban por la labor, una especie de eufemismo que escondía una impotencia mayor. Porque allí, como sucede ahora aquí, lo único que parecía importar de verdad es que la nueva izquierda que se articulaba en torno a Tsipras no logrará llegar al poder. Quizá la lección a extraer de lo sucedido allí sea doble, porque la batalla que hundió al PASOK no terminó con Syriza ni sirvió para que sus promotores lograran salvar su pellejo político.
Por eso, la solución del ‘gobierno a la portuguesa’, esa fórmula que ha encontrado Antonio Costa para salvar a los socialistas lusos, gana adeptos, aunque, en su traducción española tendría que incluir a Ciudadanos para evitar contaminarse de independentismo. De ahí que Albert Rivera, con su empecinamiento en cerrar el paso a Unidos Podemos y su defensa a ultranza de las recetas políticas neoliberales que van a acabar para siempre con la UE, sea otra de las bestias negras favoritas de la militancia socialista actual. ¿Quiere o no quiere este tío la regeneración se preguntan? Y, de momento, concluyen que no, que efectivamente sólo es el último recurso que se inventó la ‘casta’ para frenar el avance de Podemos.
Cómo estarán los ánimos que, a pesar de ser españolistas como son, a los veteranos socialistas del carné en el corazón que no quieren oír hablar ni en pintura de una Cataluña independiente, les está empezando a caer bien un tal Gabriel Rufián de ERC, tras su potente discurso en el fallido debate de investidura de Mariano Rajoy. Al fin y al cabo, ellos han soñado también, y muchas veces, con una España en la que el PP y la derecha económica se encontraran en minoría para siempre. Cierto que esos pensamientos ‘pecaminosos’ duran poco. Y que lamentan que el empecinamiento de los ‘podemitas’ en la defensa del referéndum de indeterminación haga imposible el entendimiento. Saben que no es posible y, sin embargo, les encantaría que si lo fuera. Sobre todo, para darse el gustazo de ver como Juan Carlos Rodríguez Ibarra cumple su promesa y rompe el carné del PSOE.
- Publicado inicialmente en El Boletín Eco Republicano