El guionista Thomas Kruithof, realizador francés que debuta en el largometraje, recupera en “Testigo” (La mécanique de l’ombre) una figura cinematográfica que nos resulta muy familiar: la del hombre solitario y corriente que pasa de testimonio imparcial a parte clave de una conspiración.

Francois Cluzet (“Intocable”, Médecin de champagne”), uno de los mejores actores europeos del momento –“No hago este oficio para jugar, lo hago para vivir”- , borda un papel lleno de sutilezas que denotan estados de ánimo y que podrían corresponder a cualquiera de nosotros. “Descubrir como este hombre tan fácilmente manipulable se apropia de su destino procura felicidad y esperanza a todos cuantos se sienten más o menos prisioneros de un sistema liberticida” (avoir-alire-com).
Como fondo, la amenaza de los controles de todo tipo sobre las sociedades democráticas, dirigidas por élites a quienes preocupan más sus propios intereses que los pueblos a quienes tendrían que servir.
Con un guión inteligente y cuidado, que conjuga las amenazas secretas con el ambiente opresivo en que el protagonista debe llevar a cabo su trabajo, Kruithof ha hecho un thriller de espionaje y un retrato de las entretelas del poder político que es también una pesadilla, a imagen de un Kafka del siglo XXI.
Junto a Cluzet en el papel de Duval, otros tres actores con protagonismo en la historia: Denis Posalydès (“Pasteur”, “El amor es un crimen perfecto”), en el personaje del tipo que le contrata, el elegante señor Clément, un obseso del control; Simon Abkarian (“El ejército del crimen”, “Una historia de locos”) en el espía por antonomasia, directo, franco y casi simpático, y Sami Bouajila (“Good Luck Algeria”, “Braquers”), supervisor de la seguridad interior, el tipo cuya frialdad esconde algunas debilidades. Cuatro personajes que, reunidos en esta ficción, nos dan una imagen bastante nítida de por dónde va el mundo que conocemos y qué ocurre en el poder entre bastidores.
«Testigo» es, pues, un thriller honesto y convincente, una crónica contemporánea sobre los complots que se organizan en el seno del Estado, contada a través de las peripecias de un hombre corriente a quien el destino otorga un papel de protagonista que nunca hubiera deseado, una víctima anónima del universo sin piedad del espionaje y el contraespionaje.
No es frecuente que los realizadores elijan temas que escuecen a la sociedad en que viven y trabajan. Con solo un apartamento vacío, pocos diálogos y algunos arranques de violencia, el autor ha conseguido crear el clima opresivo que precisaba este thriller político “que es también una fábula sobre la sumisión” (Jérémie Couston, Télérama).



