Cuando el divorcio o la ruptura sentimental representan el fin de una relación, las cosas van bien y son civilizadas. Solamente cuando el vínculo familiar se desploma y se rompe la familia como tal, las relaciones comienzan a deteriorarse. Esto que aparentemente puede llegar a ser normal si la separación ha sido traumática, llega a ser un problema importante para uno de los dos progenitores cuando se usan a los niños como arma arrojadiza y se manejan y utilizan sus sentimientos para dañar al otro.
“El odio que son capaces de sentir el uno por el otro ha llamado la atención de muchos psicólogos, pues las conductas de desprecio, en muchas ocasiones actos y palabras inimaginables, que se pueden ver en esta situación, que enmascaran el amor que puede haber sentido en su día la expareja».
Ese odio se agrava cuando son los hijos los que sienten el daño y son las víctimas del mismo. El Síndrome de Alienación Parental, es un conjunto de síntomas que son consecuencia del uso de diferentes estrategias por parte de un progenitor, en las que ejerce influencia en el pensamiento de los hijos con la intención de destruir la relación con el otro progenitor. Esta influencia negativa que se usa de manera repetida, provoca que el hijo rechace al otro progenitor y se cree una imagen distorsionada de la realidad y de su relación con él. En este sentido, podemos considera al S.A.P. como una forma de maltrato infantil y mantiene al infante en una situación que se prolonga a veces hasta la mayoría de edad lo cual perjudica su bienestar y crea en él una serie de miedos, desajustes emocionales y distorsión de la realidad que no siempre pueden manejar sin ayuda de psicólogos y que muchas veces les condicionan de por vida tanto en sus relaciones personales como a la hora de tener un concepto adecuado de la realidad.
El término S.A.P se acuñó en 1985 y se refiere a un desorden psicopatológico en el cual el niño o niños, de forma permanente denigran, insultan y vejan sin justificación a alguno de sus progenitores, generalmente pero no exclusivamente, al padre, y se niegan a tener algún contacto con él. A lo largo de los años se va generando una imagen distorsionada de la realidad y sobre todo aunque el padre haga esfuerzos por cambiar ese concepto, los niños generan odio y temor hacia él. Al cabo de 18 años finalmente esta relación puede verse liberada pero para entonces, el ya adulto mayor de edad, tendría una absoluta desconfianza por su padre y es complicado volver a crear un entorno en donde el hijo se sienta reconfortado en una casa que no haya sido la de su madre; lugar en donde se ha criado y en donde a gestionado todos sus miedos.
Esta dinámica que empieza a ser normal en algunas familias divorciadas no ha sido considerada por la Organización Mundial de la Salud, ni tampoco por la Asociación Americana de Psiquiatría ya que no se considera como patología. Para que judicialmente se haya alegado S.A.P. tiene que haber existido algún tipo de abuso o maltrato previo tanto psicológico o físico a la madre y/o a los hijos por parte del progenitor alienado. El progenitor alienador desarrolla un mensaje que se denomina «lavado de cerebro» y los hijos sufren ese odio patológico, injustificado y devastador hacia el progenitor que no vive con ellos.
Los signos de alerta que se sumarían al maltrato serían; insultar o desvalorizar al otro aludiendo a cuestiones que nada tienen que ver con su vínculo parental. Impedir el derecho a convivencia con los hijos, implicara al entorno familiar en esos ataques al excónyuge, subestimar o ridiculizar los sentimientos de los niños; incentivar o premiar esas conductas despectivas o de rechazo hacia el progenitor e influír en los niños con mentiras sobre el otro.
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