El incremento del consumo de alcohol en jóvenes concentrado en pocas horas para alcanzar un cierto nivel de embriaguez, (lo que aquí llamamos botellón y en el mundo anglosajón, binge drinking, forma compulsiva de ingesta de alcohol), preocupa junto con la posición de liderazgo en el consumo de drogas ilegales en Europa.
España ha incorporado el patrón de consumo de alcohol que no formaba parte de nuestra cultura y hoy no hay un compromiso aún por parte del gobierno que regule la ingesta de alcohol entre los jóvenes. La prueba más fehaciente de la situación en la que nos encontramos en términos públicos ha sido la facilidad y la demagogia con la que se ha podido criticar el Proyecto de Ley de prevención del consumo de alcohol en menores impulsada por el Ministerio de Sanidad. Y la prueba también ha sido la falta de voluntad política en mantener el proyecto ante estas críticas sin fundamento científico, ni basadas en el interés de la mayoría de los jóvenes.
La edad media de inicio de consumo de alcohol en España es de 13,8 años; una de las más bajas de Europa, con lo cual podríamos considerar que en algunas zonas existen menores que ingieren alcohol desde los 11 o 12 años. La combinación del bajo autocontrol y la alta impulsividad, además de los problemas de la aceptación del grupo, la baja autoestima y la vulnerabilidad a los efectos adictivos del alcohol, sugiere que si su hijo ya ha empezado a beber, esté al tanto de los posibles problemas que va a tener de cara a su salud mental.
El consumo de golpe en un fin de semana o en un día en particular, hace que esas intoxicaciones etílicas modulen su forma de ocio y no entiendan que divertirse no pasa por estar bajo los efectos del alcohol. Esa excesiva dependencia que comienza con altas dosis de alcohol o la mezcla de alcohol y drogas, ha hecho que los menores pierda la percepción de riesgo de los futuros trastornos neuropsiquiátricos. Tienen una baja atención y una alteración de su conducta cuando no están bajo los efectos del alcohol; irascibilidad, excitación, falta de concentración, falta de motivación, baja autoestima y un estado de infelicidad que les lleva a esperar a un día para poderse coger una borrachera. En correlación a esto, el menor tiene una ausencia de interiorización de las demandas sociales de autorrestricción de impulsos con bajos niveles a la toleración a la frustración y con altos nivels de intolerancia y suspicacia; aprenden a mentir y a ser agresivos verbalmente; contestan a los padres, no obedecen y se convierten en pequeños tiranos que no perciben el castigo. Su baja autoestima y las actitudes antisociales así como una permanente insatisfacción durante el tiempo libre que solamente es bueno si están conectados con el exterior a través del movil, además de poseer una carencia de habilidades para la toma de decisiones que hace que los menores sean víctimas de las sensaciones nuevas que les permita ser felices; sensaciones que se asocian al consumo de tóxicos.
El uso de la droga y el alcohol en adolescentes así como el comportamiento sexual tiene sus raíces en la familia. Los padres tienen un impacto en el comportamiento de los adolescentes y ejercen una influencia muy fuerte y como consecuencia un modelo a seguir. En consecuencia, si existen patrones de consumo de alcohol, tabaco u otros comportamientos no aconsejables, los jóvenes no verán que está mal de acuerdo con el patrón paterno y será normal que lo sigan considerando que han visto a sus padres borrachos o fumando en actitud normal. Si mis padres lo hacen, yo también puedo hacerlo…
El Dr. Gil afirma que entre los factores asociados al consumo se encuentran factores personales, relativos a las actitudes hacia el alcohol o que se corresponden con rasgos de la personalidad de los sujetos que se ven en casa; el consumo abusivo se encontraría relacionado con el bajo nivel de información sobre el alcohol y con el mantenimiento de actitudes positivas por parte de los jóvenes basadas en la idea de que el alcohol no trae grandes riesgos y favorece la diversión facilitando las relaciones sociales.»
Las consecuencias del alcoholismo en adolescentes pueden ser físicas, psicológicas y sociales y comienzan a ser graves cuando cambia la personalidad del joven y repercute en sus estudios o en su vida familiar. Al año mueren 3,3 millones de personas debido al consumo nocivo de alcohol y las consecuencias en el menor son muy importantes cuando ya no tiene autocontrol, pierden el apetito, son violentos o tienen ansiedad. La muerte de células cerebrales puede conducir a trastornos mentales en la edad adulta además del daño hepático causado que puede conducirles a una pancreatitis (inflamación del páncreas por la ingesta repentina de alcohol); eso, sumado a los comas etílicos de los que no siempre se sale. El consumo de alcohol provoca defunción y discapacidad a una edad temprana; un 25 % de las muertes asociadas a los jóvenes sucede entre los 20 y los 39 años, cuando estos han comenzado a beber a los 13. Hay que tener en cuenta que el alcohol es una sustancia soluble en agua y circula por todo el organismo. Afecta a células y tejidos y comienza un proceso de cambios metabólicos que en su primera etapa da lugar al acetaldehído que es más tóxico que el alcohol. La oxidación del alcohol en los tejidos, determina una importante utilización de sustancias que existen y son indispensables para el metabolismo adecuado de las grasas. Cuando un consumo es excesivo estas alteraciones en el metabolismo de las grasas da lugar a un hígado graso que llevaría a una cirrosis hepática y a otras enfermedades más serias del hígado.
Asimismo, el alcohol interfiere en la forma en la que se comunican las neuronas cerebrales y afecta a la función del cerebro lo que hace que ante una ingesta prolongada existan cambios en el estado de ánimo, en el comportamiento y para el menor es difícil pensar con claridad lo que hace que suspenda porque empieza a no retener bien. El alcohol produce anemia y hace que se disminuya la cantidad de oxígeno que llevan los glóbulos rojos lo que hace que se tenga fatiga, sueño o dolores de cabeza. Si los jóvenes beben mucho un día pueden generar una alta presión arterial y por tanto, cardiomiopatías o arritmias. Existe un riesgo de muerte súbita que se incrementa al doble en las personas que beben aunque sean jóvenes. El alcohol también puede producir cáncer en personas que han ingerido mucho de jóvenes ya que es un disolvente muy efectivo para las sustancias cancerígenas y que permite la libre circulación de estas por todo el organismo cuando el cuerpo convierte el alcohol en acetaldehido es un potente carcinógeno.
Cuando los jóvenes ya beben de forma compulsiva durante años es normal que tengan periodos depresivos, ansiedad, ataques de pánico y otros desórdenes asociados a su estado así como psicosis que es secundaria a otras condiciones provocadas como el alcohol lo que aumenta la posibilidad de pensar en el suicidio. Al modificar el sistema nervioso simpático, el cual controla la constricción y dilatación del los vasos sanguíneos, existe una alteración en la respuesta al estrés, a la temperatura o al esfuerzo. En algunos jóvenes se ha visto que tras una década bebiendo regularmente los fines de semana, se aumenta la presión arterial y por tanto tienen posiblidad de padecer infartos cerebrales, enfermedades del corazón o renales así como la disminución de importantes funciones celulares en los pulmones. Con el tiempo se puede padecer urticaria, psoriasis, dermatitis seborréica y rosácea. En el aspecto sexual, al afectar el sistema nervioso periférico y central, existe una pérdida del deseo sexual por parte de los hombres y en cierta forma también en las mujeres. Al ser una ingesta crónica se debilita el sistema inmunológico y se empeora el funcionamiento del páncreas haciendo que no exista una buena digestión por la inflamación del órgano (pancreatitis). En bebedoras jóvenes existe dificultad para quedarse en estado y pueden existir partos prematuros o muertes intrauterinas porque el niño no puede neutralizar laacción del alcohol y metabolizarlo. El retraso mental de los niños sucede entre un 40-50% de los casos así como comportamientos anormales, trastornos de personalidad y conductas antisociales.
La sociedad española en conjunto no parece alarmada ante estos nuevos consumos en adolescentes ni tampoco con la ingesta de drogas. Se ha llegado a una normalización y se entiende que no existe un daño aparente. La realidad como vemos es bien distinta. Los daños cerebrales por las drogas son evidentes y los del alcohol, pasan factura con los años. Esta evolución responde a cambios culturales profundos. Las transformaciones culturales en el ámbito de los jóvenes se producen muy rápidamente en el ámbito internacional y suponen una gran homogeneización de las pautas de consumo en Europa en esta franja de edad. Estos cambios se incluyen dentro de la incorporación masiva de los jóvenes a los hábitos recreativos de fin de semana, en los que España es pionera. Dichos hábitos no son precisamente una forma de resistencia o de construcción de la identidad juvenil autónoma, sino más bien el fruto de la presión de una poderosa presión económica y cultural que conduce a muchos jóvenes a estilos de vida evasivos o fragmentados por la compulsión. Detrás de todo ello están las alcoholeras, pero mucho más importante es la industria de la diversión, con un poder clave no sólo en el orden económico o de influencias políticas, sino en crear colectivo feliz, adicto e irresponsable que solamente piensa en el hedonismo, en el hoy y en que no existen daños reales.
La responsabilidad es de cada familia y todo pasa por una buena educación y una preparación del adolescente para que sepa decir no y que distinga el mal en el que se va a adentrar si cae en las redes del consumo de drogas y alcohol. Hay salida, sí, pero a veces ya es muy tarde y no hay marcha atrás. Ahí están los datos.